Todo empezó con aquella mítica explosión de una gigantesca pecera en el centro de Praga. «Si quieres pactar con el diablo, perfecto, pero quiero asegurarme de que lo hagas en el infierno», espetaba Eugene Kittridge, director de la Fuerza de Misiones Imposibles, a un muy furioso agente Ethan Hunt en la primera película de una saga que hoy estrena su último capítulo. Todo empezó con aquella mítica explosión y con Tom Cruise saltando del tanque de agua entre cristales, escapando apenas de la gigantesca ola que había formado la deflagración.
Lo realmente extraordinario de aquella escena fue que Cruise rodó cada segundo del espectáculo.
Misión imposible asume hoy su Sentencia final, pero hace ya casi 30 años que cambió las reglas de las películas de acción. Tenía todo el menú: innumerables explosiones, un argumento retorcido y magnético lleno de giros de guion, efectos especiales apabullantes y una estrella de Hollywood al frente. Pero añadía un ingrediente que ningún otro filme había conseguido: su estrella vivía en sus propias carnes todo lo que le pasaba al personaje.
El compromiso de Tom Cruise con la franquicia se selló prácticamente ante aquella pecera explosiva. «La escena no quedaba bien con el doble de acción. Le dije a Tom: ‘Vas a tener que hacerlo tú si queremos que funcione de verdad’. Cuando estábamos a punto de rodar, se acercó a mí y me dijo: ‘Yo sólo soy un actor’. Yo le contesté: ‘Tom, tienes que intentarlo’. Y lo hizo. Creo que decidió asumir él mismo todas las escenas de acción cuando comprendió que, probablemente, podía hacerlas mejor que ningún doble», recordaba Brian de Palma, director de la primera Misión imposible, en una entrevista reciente con Deadline.
Desde 1996 la saga ha contado ocho capítulos, cinco directores, más de 3.500 millones de euros en taquilla, un apabullante desfile de rostros conocidos, un sinfín de tiros, detonaciones y persecuciones imposibles (nadie en internet las ha contado, eso sí parece realmente imposible) pero nunca ha perdido su esencia.
«Creo que decidió asumir él mismo todas las escenas de acción cuando entendió que podía hacerlas mejor que ningún doble»
Brian de Palma, director de la primera ‘Misión imposible’
Y esa esencia tiene nombre y apellido.
La guionista, escritora y crítica cultural australiana Clem Bastow asistió al estreno de la penúltima Misión imposible el pasado julio ataviada con su mejor homenaje a Ethan Hunt, vestida de negro de arriba abajo y con un USB a modo de pendiente. No lo hizo sólo como un guiño al dispositivo, casi tan omnipresente como Cruise en la franquicia que nos ocupa, lo importante era lo que éste contenía: su tesis doctoral.
Para investigar cómo las películas de acción de Hollywood transmiten emoción a través del espectáculo, Clem pasó casi cinco años viendo los mismos 15 títulos, una y otra vez. Contaba en un artículo en The Guardian que las últimas semanas antes de la entrega se las ponía como música de fondo mientras escribía. En el mismo texto concluía que Misión imposible es la mejor saga de acción de la historia del cine.
«Lo que la hace diferente es que detrás de las explosiones, incluso durante las mismas, se esconde una historia muy humana sobre la conexión. Ethan Hunt puede ser uno de los mejores espías del mundo, pero también es un hombre con un trabajo que complica tremendamente que pueda mantener cualquier relación. Es, en esencia, un cine muy cercano al drama doméstico», explicaba la australiana.
«Detrás de las explosiones, incluso durante las mismas, se esconde una historia muy humana sobre la conexión»
Clem Bastow, autora de una tesis doctoral sobre cine de acción
Porque además de desafiar la omnipresencia digital y hasta la propia seguridad personal de su principal estrella para derrochar realismo, incluso en la era de la inteligencia artificial -o, precisamente, por qué no, como un manifiesto contra ella-, Misión imposible cuenta con otra cosa que nadie más tiene: una trama que va mucho más allá que sus personajes.
Si toda la franquicia James Bond da vueltas alrededor de a la personalidad del espía, a sus debilidades y fortalezas, a su mayor o menor humanidad en función de quién lo encarne, Ethan Hunt es el antipersonaje, un simple vehículo para que avance la historia. Después de 30 años y ocho películas los espectadores no sabemos casi nada de él: quién es, de dónde viene, qué le gusta beber… Y nos da exactamente lo mismo.
Quizá por eso, mientras el imaginario creado por el agente del MI6 gira en torno a la elegancia, a los coches de lujo y al martini «mezclado, no agitado», el universo del espía estadounidense se basa en imágenes icónicas que jamás pasan de moda y que no han envejecido de cara a las nuevas generaciones. «Hasta llegar a Sentencia final habíamos visto a Ethan Hunt-Tom Cruise saltar en moto al vacío, escalar el Burj Khalifa con ventosas, pasear por los techos de toda la red ferroviaria mundial en caída libre, superar el récord mundial de buceo en apnea o jugar al Enredo con dos helicópteros en las cimas de unas montañas muy nevadas», resumía el crítico de cine de EL MUNDO Luis Martínez en su reseña de la última entrega, estrenada el pasado miércoles en el Festival de Cannes y a la que, algo infrecuente en él, daba cinco rotundas estrellas.
Si el Bond de Daniel Craig se entregó al realismo cuando sintió el aliento de Jason Bourne en la nuca, Misión imposible nunca abandonó la senda de lo increíble. Como dice Ben Stiller en los extras del DVD de la segunda película, si no se llamaría Misión Improbable.
