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Bono: Stories of Surrender, los desmedidos esfuerzos del mito para no parecerlo

A veces, las películas, además de ser lo que son, cumplen un objetivo. Es decir, son en sí y para sí, que decían los clásicos. Bono: Stories of Surrender (Bono: historias de rendición) es, si se quiere, el ejemplo extremo y más contradictorio de esta dualidad mal asumida. El documental firmado por Andrew Dominik en la estricta intimidad de un escenario es (en sí) un delicado y preciso ejercicio de cine emparentado con los dos trabajos anteriores del director sobre (y con) Nick Cave. Pero también obedece al propósito declarado (para sí) de vender (sí, es venta) una imagen de la megaestrella, casi dios, mucho más cerca de la mortalidad, es decir, todos nosotros.

Y es aquí cuando empiezan a chirriar los pernos. ¿Puede una película ser a la vez campaña de marketing y obra de arte respetable? La tensión llega al máximo cuando el propio Bono defiende su desmedido protagonismo en las causas humanitarias por su utilidad. «¿Qué más da que sea o no un hipócrita si consigo millones para paliar el hambre mundial?», se dice a sí mismo. De otro modo, «mi excepcionalidad es buena y muy rentable para todos, pero no quiero ser excepcional y por eso hago este documental», parece decirnos ahora a nosotros. Así de complicada se nos queda la tarde.

Sea como sea, lo cierto es que Dominik sabe lo que se hace. La idea es convertir en imagen el espectáculo que el líder de U2 llevó a cabo en solitario hace dos años. Y hacerlo con la pavorosa intimidad que otorga un blanco y negro tan esencial como, en efecto, íntimo. El show se concibió originalmente para presentar y difundir las memorias de Bono, Surrender: 40 Songs, One Story, publicadas en noviembre de 2022. Fue ese mismo mes, en el Teatro Beacon de Nueva York, cuando Bono presentó por primera vez el montaje como un viaje autobiográfico de sonido, imagen y recuerdos encendidos.

Entonces como ahora en la película, sus compañeros de la banda están, pero sin estar. Unas sillas vacías ocupan poéticamente el escenario. Las canciones que tantos estadios han hecho estallar suenan, sí, pero de otro modo: sobre una nube perfectamente armada de violonchelo y teclados. Y la vida del irlandés que tantas veces ha sido contada en tantos formatos, biografías y entrevistas vuelve a ser recitada, pero a media voz, que es, definitivamente, cuando mejor se escuchan las cosas.

Cuenta, por ejemplo y por su desfondada emotividad, que su madre Iris murió en el funeral de su propio padre (abuelo del cantante) y que eso lo marcó todo. Determinó la relación de Bono con su padre hasta unos extremos que, de repente, y ante la penumbra ideada por Dominik tan cerca del alma, adquiere una profundidad de abismo. Entonces, Bono tenía 14 años y Bob Hewson, su progenitor, cayó en un silencio que, como el propio músico reconoce, le ha torturado hasta ahora mismo.

La pregunta ritual que le hacía Bob una vez a la semana en el bar al que acudían juntos («¿Algo extraño o sorprendente?») se convierte en una herida y en un continuo deseo por impresionar a un padre que solo reconoce en la música clásica la virtud de la excelencia. Ni que Pavarotti buscara a la banda irlandesa, que no al revés, pareció emocionar al hombre.

Sea como sea, queda una soberbia película encargada y pagada por la plataforma Apple+ empeñada en presentar al mito engrandecido por el tamaño de un mito que quiere ser un hombre normal. Es decir, un documental del mito que quiere ser más mito todavía.