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El español Oliver Laxe, premio del Jurado del Festival de Cannes por Sirat, y el iraní Jafar Panahi, Palma de Oro por Un Simple Accident

Hubo algo de justicia poética y mucho (o todo) de la otra, la más prosaica y mucho más necesaria, en la Palma de Oro lograda por el iraní Jafar Panahi con la película Un simple accident (It Was Just an Accident). Su presencia física, es decir, la del director sobre el escenario y sobre la Croisette a plena luz del día –salvado el inconveniente del apagón que paralizó Cannes toda la mañana–, podría pasar por un dato irrelevante para cualquier espectador desatento y, sin embargo, pocos hechos ha conocido el Festival de Cannes tan memorables, dignos y, en efecto, justos. En 2009, el gobierno iraní impuso al cineasta la prohibición de rodar y viajar. Su delito fue asistir al funeral de un estudiante asesinado. Se le acusaba de estar ahí con la intención de grabar una película contra el régimen. Un año después, aquí mismo, en Cannes, al recoger el premio a mejor actriz por su trabajo en Copia certificada del también iraní Abbas Kiarostami, Juliette Binoche, la que ahora es presidenta del jurado, rompió a llorar emocionada ante el recuerdo y el nombre de precisamente Panahi. Entre aquella ausencia y este premio median 15 años (la condena, a la que se sumó otra más en 2022, fue de 20 años) y una larga y sostenida pelea jalonada por cinco películas previas a ésta filmadas en la más absoluta clandestinidad. Con la sexta se ha hecho no tanto con la Palma de Oro, que también, como con la libertad. La Palma de la Libertad o, por emular al poeta, para la Libertad, podríamos decir por aquello de los titulares cursis, pero irrenunciables.

Un simple accident (It Was Just an Accident) es una película que rabia, hace sufrir y, al final sana. La historia de un grupo de víctimas, como él mismo en su propia carne, del régimen de los ayatolás que, de golpe, se ve ante la posibilidad de la venganza del que ha sido su torturador durante tantos años es una metáfora y una pautada reflexión sobre el Irán a fecha de hoy, sobre el veneno del odio y sobre la posibilidad misma de algo mucho más grave, profundo y doloroso que el simple perdón. «Me permito pedir a los iraníes y a todos que es el momento de dejar las diferencias a un lado y pelear juntos por lo más importante: la libertad», dijo al recoger la Palma de Oro el que en este preciso instante y junto a Michelangelo Antonioni y Robert Altman compone el trío casi sagrado de directores con la máxima distinción en Cannes, Venecia y Berlín. Esto no es deporte, pero como si lo fuera.

La película del iraní encabezó así un palmarés tan equilibrado como notable y que da la medida exacta (o cuanto menos correcta) de una edición de altura donde quizá, solo quizá, se echó de menos ese título revolucionario o solo ruidoso que siempre se espera de Cannes. Mención especial, por lo que atañe a lo más cercano, para Sirat, la película de Oliver Laxe que confirma, se quiera o no, un tiempo nuevo en el cine español. Para este western tecno, místico, apocalíptico, vibrante y envenenado de polvo y misericordia (Mad Lax para los amigos) fue el Premio del Jurado ex aequo con la otra gran sorpresa de la edición: la hipnótica y fantasmagórica Sound of Falling, de la alemana Mascha Schilinski.

El director de origen gallego completa así una tarjeta, que diría un cineasta-golfista, impecable. En cuatro películas que componen su filmografía hasta ahora ha logrado el premio de la crítica en la Quincena de Realizadores, el de la Semana de la Crítica, el de Un Certain Regard y ahora éste. El suyo es un cine para la exploración y el desconcierto, para la fiebre y el perdón, capaz de apropiarse del nervio y unanimidad que define al cine de género sin renunciar a una voz tan propia como, en sentido literal, explosiva. Lástima que Romería, de Carla Simón, una cineasta «de la misma tribu» no apareciera en la tabla de honor. Al recoger su premio, el director contó una anécdota vivida con un taxista palestino. «Os hemos hecho tribus diferentes para que os reconozcáis», recordó que le dijo en árabe el chófer con la voz del mismo dios y ahí lo dejó. Laxe lo dijo en árabe, francés y español. Hablaba de cine y hablaba de lo mismo que Panahi.

Y no lejos, Sentimental Value, de Joaquim Trier. Suyo fue el Gran Premio del Jurado y todo indica que fue solo el primero de todos los que este año vendrán. La última película del autor de la célebre La peor persona del mundo, es de principio a fin una investigación de asuntos como la herencia, la memoria, el propio cine y, por qué no, también es un homenaje a Ingmar Bergman. Y lo es de manera tan consciente, plena y lograda que no queda otra que rendirse. Rendirse a la película y rendirse al poder inagotable de Bergman para seguir marcando el camino. El trío protagonista con Renate Reinsve, Stellan Skarsgård e Inga Ibsdotter Lilleaas simplemente subyuga.

Por lo demás, O Agente Secreto, del brasileño Kleber Mendonça Filho, fue la elegida tanto el categoría de dirección como en la que señala a su protagonista Wagner Moura. Y ni un pero. El de Mendonça es cine tan consciente de la historia del propio cine que le da sentido como comprometido con el presente que habita. Tan cerca del pasado y la memoria como combativo con las miserias de la actualidad. Y, por ello, por su carácter de ejercicio de cinefilia puesta al día, no pensada para ni para el adorno ni para la nostalgia sino más bien para la reflexión consciente o la acción incluso, se antoja irrebatible. O Agente Secreto es una película de espías que guarda dentro una cinta de terror con tiburones o piernas amputadas asesinas. Tal cual. Es el drama de un hombre solo que busca a su hijo y se encuentra con su muerte. Es el relato de una ciudad acosada por un silencio culpable que se filtra por las paredes, embota las arterías y arruina la más mínima posibilidad de esperanza. Es una producción que habla del pasado, pero miente. Habla de nosotros, ahora mismo.

El resto del palmarés cumplió con la tradición. Los Dardenne volvieron al cuadro de honor donde pagan alquiler desde el principio de los tiempos y a sus dos palmas de oro, sumaron una mención al guion más (son dos veces con ésta más un Gran Premio del Jurado y otro más a la dirección) por Recién nacidas (Young Mothers). Discutirlo es como enfrentarse a la humedad del agua o al calor de la vitrocerámica. Que la actriz ganadora fuera Nadia Melliti por La petite dernière, de Hafsia Herzi, se antojó algo condescendiente (tiene 23 años y acaba de empezar), pero agradable sin duda. Y que el jurado se inventara una casilla para colocar (Premio Especial, lo llamó) Resurrection, de Bi Gan, produjo una sensación entre dulce y muy amargura, casi ácida (por el repelús). Que una película tan atrevida, imaginativa, monumental, magnética y sonámbula sobre el cine que se sueña cine, digámoslo así, no haya entrado por su propio pie en el palmarés y se haya tenido que buscar una silla de tijera para que entrar en la foto es feo, pero por lo menos es algo.

Y así las cosas, después del apagón, Panahi, una Palma para la Libertad y, ya puestos, la luz, la luz eléctrica.

PALMARÉS FESTIVAL DE CANNES

Palma de Oro. Un Simple Accident (It Was Just an Accident), de Jafar Panahi.

Gran Premio del Jurado. Sentimental Value, de Joachim Trier.

Director. Kleber Mendonça Filho por O Agente Secreto.

Premio del jurado. Ex aequo Sirat, de Oliver Laxe, y Sound of falling, de Mascha Schilinski.

Actriz. Nadia Melliti por La petite dernière, de Hafsia Herzi.

Actor. Wagner Moura por O Agente Secreto, de Kleber Mendonça Filho.

Guion. Jean-Pierre Dardenne y Luc Dardenne por Recién nacidas (Young Mothers), de Jean-Pierre Dardenne y Luc Dardenne.

Mención Especial del Jurado. Resurrection, de Bi Gan.