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¿Podrá dejar Alemania su culpa inmemorial y censurar a Israel por el ataque a Gaza?

Si hay un aliado mundial de Israel es Alemania, sólo por detrás de Estados Unidos. Su responsabilidad histórica en el Holocausto, en el que fueron asesinados seis millones de judíos europeos, ha moldeado su política exterior a partir de 1945. Su meta no cambia desde entonces: quiere garantizar la seguridad de Israel y combatir el antisemitismo. 

Sin embargo, la ofensiva de Tel Aviv en Gaza, que está a punto de cumplir dos años y deja ya más de 60.000 muertos, es tan excesiva a todas luces que obliga incluso a los socios histórico del país a repensar sus lazos. La batalla, insisten países como España, Francia o Reino Unido, no es contra el Estado de Israel, sino contra un Gobierno, el de Benjamin Netanyahu, que ha superado todas las líneas rojas. Eso aún no acaba de calar en Berlín. 

El actual gabinete de Friedrich Merz se encuentra tremendamente presionado, en casa y fuera. En lo doméstico, porque sus socios de coalición socialdemócratas (sin los que su conservadora CDU no puede mandar) y cada vez más parte de la población le piden pasos contra Israel. En lo europeo, porque la Comisión aguarda un giro germano para poder llegar a las mayorías necesarias para aprobar las propuestas de castigo y sanción planteadas por la presidenta, Ursula von der Leyen. 

Hasta ahora, el derechista -llegado al poder tras ganar las elecciones el pasado febrero- ha hecho como su antecesor, Olaf Scholz: condenar severamente el ataque perpetrado por Hamás el 7 de octubre de 2023 que dejó 1.200 muertos y 250 secuestrados y que es, insiste, el origen de la guerra. Con el paso del tiempo, el Gobierno alemán comenzó a llamar «desproporcionada» a la respuesta de Netanyahu, aunque le costó, y ahora, cuando el mundo se ha levantado ante la hambruna, cuando se multiplican los boicots y las sanciones y los reconocimientos del Estado de Palestina, se ha quedado prácticamente solo en su baluarte. 

Si no un viraje, sí que se espera cierta mayor flexibilidad: ya se está viendo en las protestas propalestinas en el país, que se están autorizando en mayor número y en las que se están produciendo menos detenciones y menos violencia policial. También en el plano europeo, con el mero hecho de que se esté planteando siquiera las sanciones contra los ministros extremistas y los colonos violentos de Israel, como ya están haciendo de forma individual países como España.

Una política de Estado

«Alemania está bajo una creciente presión desde diversas direcciones. Proviene de socios políticos dentro de la Unión Europea… pero también de la sociedad civil alemana, internacional», constata Mariam Salehi, investigadora de política internacional en la Universidad Libre de Berlín

Cuestionar el apoyo a Israel ha sido durante mucho tiempo un gran tabú en Alemania por los ataques genocidas de los nazis a los judíos del viejo continente, hasta el punto de que la excanciller Angela Merkel describió la seguridad nacional de Israel como parte de la «Staatsraeson» de Alemania, o sea, su política de Estado, un interés estatal fundamental y duradero que prevalece por encima de otras consideraciones políticas. El «nunca más» lo condicionaba todo, a nivel político pero también social. «Los principios de la política alemana hacia Israel no han cambiado, nada ha cambiado al respecto y nada va a cambiar», dice Merz, reafirmando esa visión.

Dado este pasado, a muchos les sorprendió que un exasesor en política exterior y de seguridad de Merkel, Christoph Heusgen, también sugiriera un cambio de rumbo a finales del mes pasado. Heusgen, que también fue un respetado embajador de Alemania ante la ONU, advirtió de que Israel corría el riesgo de convertirse en un «Estado de apartheid» si continuaba con sus políticas en Gaza y Cisjordania, e instó a Berlín a reconocer un Estado palestino.

Cada vez son más lo críticos que argumentan que es hora de reevaluar el verdadero significado de esa política intocable. «Tal como se interpreta actualmente, se asume la responsabilidad (de Alemania) hacia el Estado de Israel, pero también podría interpretarse de manera diferente», dice Salehi. «Podría verse como la responsabilidad hacia el derecho internacional, el orden internacional basado en normas, la promesa de que el genocidio no debe volver a ocurrir nunca más», apunta. Si el compromiso es que nunca más vuelva a darse una matanza así, debería aplicarse a cualquier territorio y a cualquier ejecutor, es la idea. Israel, también. 

Hasta ahora, el gesto más potente que ha tenido Alemania, más allá de incrementar sus críticas a Tel Aviv por la situación humanitaria en Gaza, fue el anunció de agosto de que iba a restringir las ventas de armas a Israel. Aunque es un paso parcial, es histórico y representativo. «La solidaridad con Israel no significa que consideremos buena cualquier decisión que tome un Gobierno y que además le prestemos nuestro apoyo, incluso apoyo militar mediante el suministro de armas», declaró el canciller. «Ha sido un buen amigo de Israel, pero se ha rendido a la presión», lamentó Netanyahu. 

La medida fue aplaudida por la izquierda, pero provocó protestas en la derecha, especialmente por parte del partido hermano bávaro de su conservadora CDU, la CSU. «Estamos promoviendo una narrativa de inversión de la relación entre perpetrador y víctima en Israel, que en mi opinión no hace justicia a la situación general», dijo el experto en política exterior de la CSU, Stefan Mayer. La influyente Sociedad Germano-Israelí calificó también la decisión como «una victoria de Hamás en la guerra de propaganda global».

Por contra, buena parte del SPD, el aliado en el gabinete del canciller, apuesta por llevar a un veto completo, no parcial, aunque su visión no ha prosperado aún en el seno del Gobierno, pero tampoco ha generado un cisma insalvable. 

Mientras tanto, en Alemania se niegan a hablar de «genocidio», esa palabra tabú aún pero que poco a poco se abre paso para denominar lo que Israel está haciendo con los palestinos, hasta alcanzar los informes de Naciones Unidas. A pesar de la investigación de la ONU que dio legitimidad a este término, a mediados de septiembre, Berlín no se mueve: ha hablado de «tragedia» y se queja de que los ataques a civiles son «incomprensibles» y «mal dirigidos». La semana pasada, en su intervención en la Asamblea General de la ONU en Nueva York, subió el nivel con la etiqueta de «infierno en la tierra» para la franja (palabra del ministro de Asuntos Exteriores, Johann Wadephul).

Según diplomáticos de Exteriores en Berlín citados por DW, la asunción del «genocidio» sólo puede evaluarse cuando la Corte Penal Internacional tome una decisión al respecto. Hay una demanda pendiente ante el Tribunal de la ONU en La Haya.

Y, sin embargo, el canciller Merz no se atreve a enmendar la plana a los líderes que, en su presencia, hablan de genocidio. Pasó en La Moncloa, en Madrid, con el presidente español, Pedro Sánchez, a quien sí le levantó el dedo para decir que no estaba de acuerdo con su aval al Estado palestino, que debe surgir, entiende Alemania, de un proceso negociador con Israel, no de un reconocimiento unilateral. Que lo hayan hecho Francia, Reino Unido o Canadá no cambia su opinión, aunque apoyen la solución final de dos estados. «Estamos del lado de Israel, lo que no significa que compartamos todas las decisiones tomadas por el Gobierno israelí», dijo entonces, a modo de precisión. 

Su gabinete también hace especial esfuerzo en recordar que todo radicalismo, empezando por el de Hamás, acaba llevando a más antisemitismo: en 2024, los delitos antisemitas aumentaron un 21 % con respecto a 2023 y alcanzaron un máximo absoluto con 6.236 actos. Al antisemitismo ya existente proveniente de la extrema derecha se le ha sumado de forma visible el antisemitismo de la extrema izquierda y propalestino, como ha criticado el embajador de Israel en Alemania, Ron Prosor.

Europa espera

En aquella visita a Madrid, el pasado 18 de septiembre, el canciller conservador ya indicó que estaba meditando qué hacer ante el paquete de medidas contra Israel que ha planteado la Comisión Europea, y que incluye la suspensión parcial del acuerdo comercial UE-Israel, frenar ciertos pagos, la suspensión del apoyo bilateral y las citadas sanciones contra los ministros ultras (como el de Finanzas, Bezalel Smotrich, y el de Seguridad Nacional, Itamar Ben-Gvir). 

Inicialmente, Merz anunció que daría la opinión final de su coalición de Gobierno en la cumbre informal de líderes de los Veintisiete que se ha celebrado esta semana en Copenhague (Dinamarca), pero ha preferido retrasar su decisión, una vez más. «Comprometerse a una postura firme sobre posibles sanciones en la cumbre no sería útil ahora, dado el rápido desarrollo de los acontecimientos», afirma a POLITICO un alto funcionario germano para defender la demora. 

Ese «rápido desarrollo de los acontecimientos» hace alusión a la hoja de ruta para el conflicto presentado el lunes por el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, que ha sido ya aceptada por Israel y por Hamás. Un compás de espera que le había venido muy bien para ganar tiempo y no posicionarse aún. El martes por la mañana, Merz se refirió al «plan de paz» de Trump como la mejor oportunidad hasta la fecha para poner fin a la guerra en Gaza. Su ministro de Asuntos Exteriores, Wadephul, anunció que viajará a Oriente Medio durante el fin de semana, donde se espera que se reúna con funcionarios israelíes.

La aprobación de las propuestas de sanciones de la Comisión dependen del apoyo alemán. Una suspensión parcial de los aspectos comerciales del Acuerdo de Asociación UE-Israel requeriría una mayoría cualificada de los Gobiernos de la UE, es decir, el apoyo de al menos el 55% de los Estados miembros (15 países) y que esos estados representen al menos el 65% de la población total de la Unión. Al no vetar el programa entero, esa salida intermedia se puede salvar sin unanimidad. El problema es que para sancionar a los ministros israelíes y a los colonos si se requeriría esa unanimidad, los 27 votos. Si no hay acuerdo dentro de la coalición alemana, «nos abstenemos automáticamente», dijo la misma fuente al diario europeo. 

Es verdad que los alemanes no son los únicos que están poniendo problemas, porque Italia, Hungría o la República Checa dudan, pero no tienen el peso de la locomotora comunitaria que, cambiando el paso, también daría un aval simbólico a la paz de formidables dimensiones. 

¿Y la calle?

Muchos alemanes están de acuerdo con la idea de que ha llegado el momento de tomar medidas concretas sobre Israel. Las protestas propalestinas han crecido y se han vuelto más audaces en los últimos meses, lo que refleja un cambio en el sentimiento público. El mejor ejemplo, del sábado pasado, cuando unas 60.000 personas marcharon por las calles de Berlín exigiendo que Tel Aviv ponga fin a su campaña militar en Gaza y que deje entrar ayuda humanitaria. También otras decenas de miles se dieron cita en lugares como Düsseldorf.

Fueron marchas pacíficas, a las que el Gobierno se ha tenido que adaptar, por masivas. Desde los primeros meses del ataque a Gaza, algunas consignas y pancartas de los activistas palestinos fueron declaradas ilegales en Alemania (por ejemplo, sólo se podían escribir lemas en inglés o alemán y el uso de banderas palestinas ha estado vigilado), lo que ha llevado a que la Policía investigue ya miles de casos por un gesto menor. Por eso, muchos de los procedimientos terminan siendo archivados. Era más una medida de persuasión. No obstante, sí se han llevado a cabo arrestos masivos de activistas y hay denuncias de violencia policial para acallar sus voces. 

Los agentes también han denunciado, en menor medida, a algunos manifestantes por agresiones, pero se ha generado un problema de credibilidad de los uniformados porque se ha dado cuenta de supuestos linchamientos a agentes que han acabado demostrándose falsos. El clima se ha hecho denso por eso, cuando hay hasta denuncias internas de acoso racista en el propio seno de la policía federal. Si los políticos han tenido que modular su discurso conforme se agravaban los crímenes de Israel, las fuerzas de seguridad han tenido que hacer lo propio. 

Según una encuesta de la cadena pública ZDF, el 76% de los votantes alemanes considera que la acción militar de Israel en la Franja de Gaza es injustificada. Y una encuesta de YouGov publicada esta semana mostró que el 62% de los votantes alemanes cree que las acciones de Israel en Gaza constituyen un genocidio. El año pasado esta cifra era de la mitad. También ha evolucionado claramente el número de personas que quieren un embargo total de armas a Israel: hoy son más del 80%, cuando un año atrás no llegaba a la mitad de la población. 

No es un giro exclusivo de Alemania, aunque ahí sea más trascendente y novedoso. Es la tendencia general en Europa, de poblaciones ejerciendo presión sobre sus Gobiernos, que ha roto silencios y décadas de complacencia con Israel, incluso en las cúpulas, en el poder. Las protestas propalestinas han crecido, según el Proyecto de Datos de Ubicación y Eventos de Conflictos Armados, o ACLED, que monitorea conflictos en todo el mundo. De diciembre a abril hubo 780 protestas en toda Europa, pero el dato ha crecido a 2.066 en los últimos cinco meses, un promedio de al menos 15 al día, desvela AP. Las protestas agrupan a personas de diferentes partidos e incluyen a miembros de las grandes comunidades musulmanas de Europa, un bloque de votantes importante en países como Francia… y Alemania (unos 5,6 millones de personas y creciendo).

En cambio, en los últimos seis meses sólo hubo 51 protestas proisraelíes en Europa, aproximadamente la mitad de ellas en Alemania. Los datos de ACLED mostraron una fuerte caída en el apoyo público a Israel comenzando unos meses después de que comenzara la guerra. Hasta Netanyahu, en su polémica intervención en la ONU de la semana pasada, pareció darse cuenta de esta tendencia: «Claro, en los días inmediatamente posteriores al 7 de octubre, muchos apoyaron a Israel. Pero ese apoyo se evaporó rápidamente cuando Israel hizo lo que cualquier nación que se respete a sí misma haría tras un ataque tan salvaje».

Los próximos días serán decisivos para saber si el síndrome de culpabilidad de Alemania sigue pesando en su toma de partido o si da pasos inimaginables hace dos años. Como inimaginable era la matanza a la que asistimos hoy en Gaza.