Susanna Inglada no es tanto de explicar discursos grandilocuentes como de dibujarlos. De permitir al carboncillo fluir libremente sobre el papel, más que convencer al interlocutor de qué trata la obra que aún está instalando mientras se realiza la entrevista. Una serie de manos gigantes que se entrelazan con fuerza, uniendo el techo y el suelo de la sala expositiva en La Casa Encendida de Madrid, donde mañana se inaugura la muestra colectiva ¿A dónde irá el pájaro que no vuele?
«Las manos son para mí como… Lo que quería hacer es como una representación de… Bueno, a ver, ¿por dónde empiezo?», se pregunta la artista con simpático nerviosismo.
Empecemos por el principio.
Inglada nació en Banyeres del Penedés en 1983 y muy pronto descubrió que el dibujo «es un lugar seguro, explica ahora, «desde el que intento resolver preguntas o entender lo que sucede. El dibujo me permite conectar la mano y el cerebro de forma más directa que con la pintura. Hay una relación con la obra más inmediata, expresiva y emocional».
No es habitual encontrar artistas del dibujo que consigan cierta relevancia en el ámbito del arte contemporáneo, por ser considerada una disciplina menor, subordinada a la pintura. Sin embargo, Inglada ha transformado ese papel secundario, ese material tan delicado, en algo escultural sin despojarlo de la naturaleza manual que caracteriza el trazo del carboncillo sobre el papel. La fuerza de lo poético, unida a la escala que alcanzan, asimila su obra a lo que hicieron el siglo pasado los grandes artistas del muralismo mexicano, como Diego Rivera o el cubano Wilfredo Lam. También coincide con ellos en usar la superficie plástica como altavoz crítico de las injusticias.
«Las manos son un símbolo o una representación de lo colectivo. Quería levantar este bosque de manos donde se habla de estar juntos», explica sobre su obra más reciente. «Más, con todo lo que está pasando ahora en el mundo, todas las guerras, todos los conflictos que nos separan y dividen». Después, una vez la entrevista haya terminado y el nerviosismo que le impedía expresarse como deseaba, desaparecido, Inglada comparte por escrito otras reflexiones sobre el papel que juega lo político en su trabajo. «Me interesa representar el poder, la violencia y los conflictos sociales a través de imágenes directas y teatrales».
«El dibujo es el lugar seguro en el que me hago preguntas»
Además del muralismo hispanoamericano, otra referencia que puede trazarse con su trabajo es el de Estampa Popular. El movimiento que en los años 60 inundó las casas españolas de obra gráfica concienciada, de carácter político. La oscuridad de la paleta de Inglada transmite una sensación similar de opresión, una estética dura y existencial. «Goya y Paula Rego son artistas que me inspiran mucho también. Pero luego me interesa el expresionismo alemán: George Grosz y Otto Dix… Ayer fui al Reina Sofía y había una sala entera con sus dibujos que me pareció increíble», confiesa.
¿A dónde irá el pájaro que no vuele? da continuidad en La Casa Encendida a las celebraciones por el cuarto de siglo que llevan desarrollándose los premios Generaciones. Una convocatoria que ha dado visibilidad a la excelente cantera de artistas de nuestro país que han desarrollado su trayectoria en el último cuarto de siglo. Si la anterior muestra dedicada a este aniversario -llamada 24+1– reunió el pasado otoño una selección de los más de 350 proyectos premiados en Generaciones, para esta nueva entrega los comisarios han solicitado una pieza creada específicamente para la ocasión a una quincena de esos artistas.
La temática expositiva gira en torno a la idea de la generosidad: «Las prácticas artísticas surgen de un hacer generoso, afloran de una manera colaborativa, implican modos responsables de producir y buscan generar un retorno social», dicen los comisarios Ángel Calvo Ulloa y Julia Castelló. Salvador Cidrás, Vicente Blanco, Santiago Cirugeda, Pedro G. Romero, Patricia Gómez y María Jesús González, son algunos de los creadores que regresan al edificio de ladrillo que una vez fue antigua casa de empeños del Monte de Piedad, levantado en 1913.
«Cuando los comisarios me invitaron a participar en la muestra compartieron conmigo el artículo de una exposición que se hizo en 1991 en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, que se llama El Sueño Imperativo«, recuerdo Inglada. «Lo interesante de esa exposición era que los artistas subrayaban la necesidad de un arte comprometido con el pensamiento crítico. A partir de ahí y con el tema de la exposición, la generosidad, sugerí crear una pieza más escenográfica. No utilizar tanto la pared, sino que el dibujo estuviera en el espacio».
La trayectoria de Susanna Inglada la ha llevado a residir en los Países Bajos y hacer toda su carrera en el extranjero, por lo que su trabajo es casi desconocido en nuestro país. «Lo llevo mal, pero ya lo he aceptado», afirma con resignación. «Me pone un poco triste porque digo: ‘Jo, es mi casa’ y no hago más cosas aquí, todo pasa fuera«, remata. Sin duda, la escena artística de nuestro país saldría beneficiada si fuera más generosa con Susanna Inglada.