Español

Gaspar Koenig, el filósofo que cruzó Francia a caballo: «En el ecologismo más radical se empieza a plantear la legitimación de la violencia»

Si el Quijote tenía a su caballo Rocinante y a Sancho Panza como fiel escudero en sus andanzas, Gaspard Koenig (Neuilly-sur-Seine, 1982) cruzó media Francia a lomos de una yegua española, Destinada, y con el filósofo Michel de Montaigne como guía espiritual.

Porque Koenig estudió Filosofía (completando sus estudios en Columbia, Nueva York) y, un poco a la manera del gobernante-filósofo que proponía Platón, también se curtió en el gabinete de Christine Lagarde cuando era ministra de Economía de Sarkozy (le escribía los discursos), fundó su propio think thank liberal (Generation Libre), trabajó en el Banco Europeo para la Reconstrucción y el Desarrollo e incluso trató de presentarse a las elecciones de 2022 bajo el paraguas del movimiento Simple, pero no obtuvo suficientes avales. También hizo de Ted Kennedy en la película Jackie de Pablo Larraín, la de Nathalie Portman. ¿Cómo un tipo con su currículum acaba a lomos de una yegua trotando por Francia, Suiza e Italia?

«En 2018 ya había hecho un viaje alrededor del mundo para visitar las compañías tecnológicas ligadas a la Inteligencia Artificial (IA), que entonces empezaba a despuntar. Fui a Silicon Valley, la costa Este, China, Dinamarca… Volví muy deprimido por la aridez y la frialdad de los algoritmos, los cubículos, los centros estandarizados… Así que quise hacer exactamente lo contrario y recuperar una humanidad más pura y directa», cuenta en la librería +Bernat de Barcelona. Ha venido a presentar su primera novela traducida al español (en Francia ya lleva una decena): Humus (Seix Barral), un pequeño e inesperado fenómeno que casi gana el codiciado premio Goncourt.

Humus es un divertimento filosófico, una fábula ultracontemporánea sobre dos chavales superecologistas, pero para entender su semilla hay que volver a Destinada, esa preciosa yegua blanca con la que Koenig recorrió durante cinco meses 2.500 kilómetros, de Burdeos a Roma, durmiendo en casas particulares, granjas o donde le ofrecían hospedaje, imitando el trayecto que Montaigne hizo en el siglo XVI.

«Viajar a caballo reintroduce el azar, lo inesperado. En una época obsesionada por la eficiencia permite reencontrar el ritmo lento del pensamiento. La experiencia más importante fue pedir hospitalidad en una sociedad ultrarregulada. Llegaba a un pueblo y me presentaba: ‘Buenos días, vengo con un caballo, ¿tienen un lugar donde podamos alojarnos?’ Funcionó en el 95% de los casos. De repente, toda la vida cobra sentido otra vez», explica con entusiasmo. Si Montagine escribió un Diario de viaje de su travesía en el siglo XVI, Koenig publicó el libro Notre vagabonde liberté (Nuestra vagabunda libertad), una expresión que toma prestada del filósofo renacentista.

Al volver, dejó su vida en Londres y junto a su familia se fue a vivir al campo, en algún lugar aislado de la Normandía profunda. «Sí, soy un neorural», sonríe. Como uno de los protagonistas de Humus: un prometedor ingeniero agrícola que abandonará su tesis doctoral para marcharse a la granja abandonada de su abuelo y repoblar la tierra de lombrices. Lo hace con su novia, una pija parisina seducida por la llamada de lo salvaje. Aunque ambos vienen de familia bien y tienen ideas anarquistas-trotskistas, no dudan en pedir la ayuda por el Ingreso Mínimo Vital -pensada para las rentas paupérrimas- del Estado que sueñan con derrocar.

«El movimiento ecologista siempre ha sido pacífico, pero últimamente marxistas y trotskistas han tomado el control»

Toda la novela es así: un espejo de la hipocresía y las contradicciones del siglo XXI, llena de palabrejas en inglés asociadas al marketing y al business que, como europeos-borregos, hemos adoptado en nuestras lenguas para su uso común: suena más cool ir a un meeting o recibir una call.

«El humor es muy importante. Podemos hablar de las cosas más serias, pero al hacerlo con humor nos permite no encerrarnos en la propia ideología y mantener siempre una distancia crítica sobre uno mismo. Ya lo decía Montaigne: el humor suspende el juicio», reivindica el escritor-filósofo.

Para no destripar un argumento lleno de giros con un final apoteósico de puro caos institucional (que cobra mayor verosimilitud tras nuestro apagón nacional), nos limitaremos a señalar que Humus empieza como un Bildungsroman clásico, con dos estudiantes de Agronomía en la nuevísima universidad de París de la que saldrá la élite del futuro. Arthur es el chico de las mil tribulaciones existenciales y Kevin, el efebo puro, entusiasta y sencillo (entre ambos hay cierta tensión homoerótica no resuelta).

A lo largo de las casi 400 páginas de la novela, ambos evolucionan de su tierna inocencia juvenil y su genuina preocupación por salvar el planeta a posturas más radicales. Aquí es cuando el libro se convierte en una advertencia. ¿Qué sucede cuando los simpáticos ecologistas se vuelven violentos?

«El humor nos permite no encerrarnos en la ideología y mantener una cierta distancia crítica sobre nosotros mismos»

«Hasta los años 2000, la gran idea del movimiento ecologista era la desobediencia civil y pacífica, una herencia que venía del siglo XIX y de Thoreau. Pero en los últimos tiempos, desde la aparición de Cómo sabotear un oleoducto (2021) surge la cuestión muy marxista, en realidad, de la necesidad de la violencia para transformar las sociedades», expone Koenig.

Se refiere al best seller del sueco Andreas Malm (con el significativo subtítulo Nuevas luchas para un mundo en llamas), al que califica de «verdadero trotskista». Y continúa:«Tradicionalmente, la filosofía política detrás del ecologismo ha sido más libertaria. Pero desde hace algunos años, hay una especie de toma de control por parte de marxistas, trotskistas, personas intelectualmente más duras, con lecturas más antiguas y binarias. La cuestión de la legitimación de la violencia frente a la impotencia y a la falta de efecto de las acciones de desobediencia civil, empieza a plantearse hoy en día».

Esa es la advertencia de su libro: lo que puede ocurrir cuando los ideales se llevan al extremo y se convierten en ideología.

Después de esta deliciosa novela (si superan el asco a las lombrices), Seix Barral ya prepara la traducción del ensayo Agrofilosofía, un paseo por los campos, a la manera platónica, teorizando sobre el cosmos, pero también sobre la tierra.