Sol, optimismo, ilusión, expectación, rostros sonrientes, fuerzas intactas, amplias perspectivas aéreas de las abundantes bellezas paisajísticas y arquitectónicas de la zona. Presencia de autoridades locales. Bandas pectorales tricolores: verdes, blancas y rojas. El himno nacional italiano. También, acompañándolo, la Marcha Real. De Turín a Novara, 186 kms., la Vuelta parecía el Giro. Y lo seguirá pareciendo los próximos días. Las tres primeras etapas en Italia y la salida de la cuarta. En el puerto de tercera, unos cientos de italianos de fin de semana y en vacaciones, aunque sólo 16 sobre el sillín, trabajando.
Y un jersey rojo en lugar de rosa que fue a envolver con el fuego sagrado del liderato a Jasper Philipsen (Alpecin Deceuninck), que batió a Ethan Vernon (Israel-Premier Tech) y Orluis Aular (Movistar) en un sprint limpio. Es la victoria número 55 del belga. Etapa para rayos sobre tubulares y aprovechada por ellos. No tendrán muchas oportunidades en adelante. Cuatro o cinco.
Viento nulo y temperatura agradable sin llegar a alcanzar los 30 grados. Alegre la gente, bien dispuesta, la escapada del día cuajó enseguida: Vinokurov (Astana), Nicolau (Caja Rural), Bouwman (Jayco), Reinderink (Soudal), Verre (Arkea) y De la Calle (Burgos BH). Seis hombres en liza de seis de los 23 equipos en danza. Suficiente por diversa la participación en la fuga, que aconsejó al pelotón bloquear cualquier intento de salir, de momento, a buscar a los audaces. Los equipos no representados, los más importantes, además, no se impacientaron. Quedaba mucha etapa por delante y ya se vería.
Y se vio que, después del paso del Puerto de la Serra, de tercera, la diferencia, que llegó a casi dos minutos y medio, empezó a adelgazar hasta menos de los 50 segundos. Remontó un poco porque el pelotón vio que todavía era demasiado pronto para la merienda y levantó el pie. El puerto, bonito, largo, serpenteante entre bosque frondosos, con un pico del 7% en los últimos metros, a 70 kms. de la salida y a 116 de la meta, vio pasar en primer lugar a Alessandro Verre, que ya luce el primer «maillot» de la montaña.
De pronto, sin aparente aceleración, el grupo devoró de un mordisco a los fugitivos, a 85 kms. de la llegada. A todos menos a Hugo de la Calle, que aguantó hasta los 38. Asturiano de Castrillón, 21 años, debutante en la Vuelta, segunda temporada de profesional, cero victorias todavía en la máxima categoría, pero bastantes en las inferiores, entre ellas el Campeonato de España sub-23. A pesar de un formato mediano, buenas trazas de rodador.
Se dejó ver y se hizo querer. En el equipo estarán contentos. Sucumbió de puro maduro a cuatro de la llegada. El pelotón no tuvo piedad, pero tampoco prisa y le permitió lucirse más de lo previsible. De la Calle iba ya pedaleando por inercia, no veía el momento de que lo pillaran y suspiró, aliviado, cuando se reintegró al paquete y se benefició de su protección.
Reinó entonces la calma hasta que, con sólo ocho kms. ya por delante, el nerviosismo empezó a recorrer el espinazo de la tropa. Se agitó, se alteró la serpiente devorando rectas, doblando curvas y rodeando rotondas. Se buscaba la colocación previa al estallido. El Visma, un equipo sin velocistas, dirigía las operaciones. Los demás, atentos, dejaban hacer y trataban de obtener provecho del río que empezaba a revolverse. Desaparecieron los amarillos. El pelotón era un hilo. En los últimos metros, en ligera curva, Philipsen no tuvo mayores problemas en cruzar primero la línea. Probablemente este triunfo no será el último.
La Vuelta es una carrera fronteriza entre el verano y el otoño. Una gran y vieja dama situada en el último tercio de la temporada, pero siempre atractiva y, por renovada año a año, permanentemente joven. Acaba de empezar a desplegar todas sus galas, que son muchas y variadas. Las admiraremos y disfrutaremos hasta el 14 de septiembre. Tras el primer baile, una tarantela de ritmo «allegro ma non troppo», en realidad «moderato», y en carreteras impecables, el segundo concluirá en Limone Piemonte, un puerto de segunda, a casi 1.400 metros de altitud. Nada del otro mundo. Pero buena ocasión para que asomen la patita los hombres de la general.