No le hizo falta a España caminar demasiado en este Eurobasket para confirmar su áspera nueva realidad, para verse descabalgada por una Georgia que solía ser un rival inferior y ahora es un ogro por momentos inalcanzable ante el que la selección acabó sucumbiendo de mala manera. Una derrota en Limasol para empezar que no sólo enreda el camino hacia los cruces en Riga: las sensaciones fueron peores de lo que se temía. [83-69: Narración y estadísticas]
Porque la frustración permanente con la que la selección luchó ante la dureza y determinación georgiana acabó por hacer del equipo un juguete roto que protagonizó un final impropio. Más cerca del sonrojo que de la remontada. Cualquier atisbo de ilusión devino en amargura para quien aún defiende el trono continental.
A la selección no le pillaron por sorpresa las dificultades, tempranas y recurrentes. Su único destino en este Eurobasket es afrontarlas como una gymkhana, un escape room en el que ir desentrañando desafíos. El georgiano, menos nombre y glamour que otras selecciones, es el de tipos curtidos como Tornike Shengelia -quien, por supuesto, llegó a tiempo pese a la arritmia sufrida hace 20 días- y Shermadini, moles físicas como Burjanadze y Bitadze, y las amenazas exteriores del nacionalizado Kamar Baldwin y el NBA Mamukelashvili. Iba ser el de los Raptors el ejecutor, ningún defensor capaz de frenarle.
Ante el puzle georgiano España se sentó exactamente como no debía, lejos de ese 100% que demandaba Scariolo en los días previos. Especialmente en cuanto a concentración y dureza. Amaneció a balón perdido por minuto, con Aldama ya desenfocado y con una desventaja alarmante demasiado pronto (19-9). El seleccionador no sólo pulsó F5 con un tiempo muerto, pronto tuvo que reiniciar el ordenador entero con los cambios.
Mamukelashvili
Que le dieron un aire nuevo a España, entendiendo ahora que la batalla necesitaba un punto de agresividad diferente. Juancho y Pradilla caldearon al equipo y un parcial de 1-10 le devolvió a la partida en el desangelado mediodía del Spyros Kyprianou. Tras pasar por el banquillo, Willy aportó los puntos en la pintura que se le requieren (aunque ya no iba a volver a anotar) y el equipo dejó de rifar balones. Es verdad que todavía no dominaba el rebote como para gozar de transiciones, pero sus sensaciones positivas crecieron hasta incluso ponerse por delante (32-33). Una canasta sobre la bocina de Brizuela cerró una primera parte de menos a más.
Pero a la selección pronto le volvió a tocar remar contra corriente, después de regresar del descanso despistada. Primero con Shengelia haciendo daño en la pintura. Aunque Aldama respondió con alguno de esos puntos que son oxígeno, un par de pérdidas de Joel Parra, el rebote ofensivo (ya sangrante), los fallos en los tiros libres y alguna mala defensa fue un cóctel que encendió de nuevo las alarmas, calcando lo sucedido en el inicio del partido, otra vez 10 abajo y sensación de vértigo. Al acto final entró España en situación límite.
Y, pese a la zona defensiva con la que Scariolo trató de sorprender (llegó a arrimarse España 61-58), el naufragio fue inevitable. En la recta de meta, cualquier atisbo de remontada se convirtió en pesadilla. Cada palmeo, cada triple liberado, cada penetración georgiana era un puñal para una selección de cristal, ahogada en los desquiciantes lanzamientos de Aldama, tan lejos del estrellato que se le demanda, viendo como la desventaja se disparaba hasta complicar cualquier triple empate futuro.
