Juan Ayuso, de principio a fin. Rompió la carrera en el primer puerto, el de Cantó, y la cerró con victoria en el último, el de Cerler. Etapa circular, redonda de un Ayuso imponente. El Ayuso reencontrado, el Ayuso reconstruido, el Ayuso reconstituido, el Ayuso resucitado. El Ayuso que queremos. El Ayuso deseado. El Ayuso predestinado. El Ayuso que pierde casi 12 minutos un día y gana a lo grande al siguiente. El Ayuso que, en Andorra, no se vio con fuerzas y se abandonó para reservar las que, en Cerler, le han ayudado a lograr un triunfo que nos devuelve a un corredor superdotado que, es cierto, no habíamos perdido, pero sí aplazado.
Si algunos equipos estaban alojados en el Hotel Hermitage de Andorra, a casi 3.000 kms. de Lanzarote, se cruzarían, si la nube de escoltas permitía verlo, con el aislado y envejecido presidente del Gobierno y su «mountain bike» (¿por qué incluso la gente que se maneja en inglés pronuncia «muntan» o «montan» y no «maunten»?). Rajoy se hubiera mezclado, jovial y rejuvenecido, con los ciclistas y lo habría pasado mejor que con el «coñazo del desfile».
Mientras Sánchez triscaba por las trochas andorranas, la carrera volaba hacia el salvaje oeste de alturas agrestes, valles profundos y oscuros, diminutos pueblos solitarios y aislados, y carreteras sinuosas. El gris acero del asfalto cortaba las espesuras verdes de los bosques. Un recorrido precioso y, por suerte, soleado.
El primer obstáculo, el Port del Cantó, a poco de la salida, era de aúpa. Por largo más que por duro: 25 kms. a una pendiente media del 4,4% y una máxima del 13%. Ahí se formó, tras unas cuantas marimorenas, la escapada del día bajo el impulso redentor de Juan Ayuso. Curiosamente, con Jay Vine, vencedor en Andorra, y el propio Ayuso, la principal víctima del día. Vine no trataba de repetir laureles, sino de ir sacando puntos en la montaña y, conseguido su propósito, sacrificarse por un Ayuso necesitado de reivindicarse ante sí mismo, ante el aficionado español, ante el ciclismo entero y, ya que estamos, ante el mundo.
La escapada estaba constituida, pues, por dos nombres destacados del UAE, acompañados de Harold Tejada (Astana), Mads Pedersen (Lidl-Trek), Joel Nicolau (Caja Rural), Raúl García Pierna (Arkea), Kevin Vermaerke (Picnic), Eduardo Sepúlveda (Lotto), Marco Frigo (Israel), Damien Howson (Q36.5), Sean Quinn (Education First) y Brieuc Rolland (Groupama).
A partir del Port del Cantó se produjo un largo interregno por las cumbres de la Creu de Perves y LEspina, ambos de segunda. Vine, líder de la montaña, se impuso en Perves al aspirante Nicolau. En LEspina, 7,1 kms. al 5,5% de pendiente media, Vine volvió a puntuar. Luego, largo descenso hasta desembocar al pie de Cerler, un puerto de 12 kms., con una pendiente media del 5,8% y una máxima del 13%. La gente venía «tostada». Respecto a las heridas, los latinos decían: «Omnes vulnerant, postuma necat». Todas hieren. La última mata.
La última era Cerler. A Ayuso no lo mató. Le dio alas. A 11 kms. de la meta (¿tan pronto, Juan?), el español dio un hachazo (en «LÉquipe» escribirán estocada). Se le unió Frigo para luego ceder. Por detrás, el Visma de Vingegaard sustituyó en el mando de las operaciones al Bahrain de Traeen, el líder, que aguantó el tirón porque nadie le puso realmente a prueba. Almeida, con Ayuso ya a salvo, amagó sin demasiada convicción. Le atraparon todos los grandes, que, prudentes, siguen firmando un pacto de no agresión. Parece que van a esperar a más adelante, al Angliru, a la Farrapona, al Morredero, a la contrarreloj de Valladolid, a la Bola del Mundo…
Mientras tanto, un poco decepcionados y obligadamente pacientes, hoy saludamos para consolarnos a Juan Ayuso, al ciclista redivivo que, a veces, se pelea con el hombre disconforme, de carácter difícil en un mundo complejo. Su victoria es buena para él, para la Vuelta, para el ciclismo español y, si nos apuran, para el internacional, que siempre necesita a genios carismáticos.