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Sometió a los vikingos, custodió la lanza de Cristo, se inventó un país, y se perdió su cadáver: Athelstan, el primer y olvidado rey de Inglaterra

En Malmesbury, al sudoeste de Inglaterra, Athelstan es una empresa de autobuses y una tienda de artículos de segunda mano. Athelstan, o Ethelstan, o Aethelstan está enterrado en la abadía de esta localidad del condado de Wiltshire pero, bajo la estatua que cubre sus restos, no hay nada. La memoria del primer rey de Inglaterra, del primer hombre que fue capaz de unir todos sus reinos, de someter a los vikingos, de crear una forma de gobierno, de llenar la corte de eruditos, y de que, según historiadores medievales, llegara a tener en sus manos la espada de Constantino y la lanza de la Pasión que atravesó el costado de Jesucristo, parece haberse diluido como sus restos.

El profesor de Historia de la Universidad de Cambridge David Woodman acaba de publicar El Primer Rey de Inglaterra, una innovadora biografía de Athelstan, con la que pretende cambiar la historia moderna, reivindicando el papel del monarca en la conmemoración de los 1100 años de su coronación en el 925 como rey de Wessex, uno de los siete reinos que precedieron a Inglaterra.

Junto con otros historiadores, Woodman está planeando un homenaje digno que incluya un monumento conmemorativo, una estatua, una placa, o un retrato en un lugar como Westminster, o Eamont Bridge, donde la autoridad de Athelstan fue reconocida por los otros gobernantes británicos, o en Malmesbury, donde fue enterrado. Woodman quiere que la historia del «primer e injustamente olvidado rey de Inglaterra», aparezca con mayor frecuencia en los libros de texto escolares. Nada que no haya logrado ya la serie de Netflix The last Kingdom, donde Athelstan se convierte en personaje principal en su quinta temporada.

Pero por qué Inglaterra, un país nada sospechoso de despreciar su historia y su tradición, ha olvidado al nieto de Alfredo el Grande. Alguien que logró inventarse Inglaterra durante 12 años y 107 días. El libro de Woodman, que acaba de publicar Princeton University Press, lo atribuye «a la falta de un relaciones públicas. No tuvo un biógrafo que escribiera su historia, su abuelo tenía al clérigo galés Asser para que lo elogiara».

En la época moderna, los historiadores también desestimaron su condición de primer rey de Inglaterra, argumentando que el reino se fragmentó poco después de su muerte, en el año 939. «Que la situación se desmoronara no significa que no haya sido el primero en crear Inglaterra. Se adelantó tanto a su tiempo en su pensamiento político, y sus acciones para unificar el reino inglés fueron tan difíciles, que lo más sorprendente habría sido que el reino se mantuviera. Pero debemos reconocer su legado, su forma de gobernar y de legislar moldeó la realeza durante generaciones», apunta Woodman.

El historiador cita una gran cantidad de pruebas para resucitar su reputación: «Militarmente fue muy fuerte. Tuvo que serlo para expandir el reino y luego defenderlo». Se enfrentó a los asentamientos vikingos del norte y este; y en el 927 tomó la fortaleza vikinga de York para incorporar Northumbria a su dominio, convirtiéndose en el primero en gobernar un territorio que hoy reconocemos como Inglaterra.

A medida que Athelstan expandía su reino, atrajo a reyes galeses y escoceses a sus asambleas. Eventos de impresionante grandiosidad en los que participaban cientos de personas. Pero el legado más poderoso de Athelstan reside en cómo revolucionó la forma de gobernar. Se conservan abundantes documentos legales que nos llevan a la esencia del tipo de rey que fue. «Comprendió que un rey debía legislar, y así lo hizo. Se tomaba el crimen muy en serio», dice Woodman.

Una vez que Ethelstan creó el reino inglés, documentos reales como las concesiones de tierras por parte del rey a un beneficiario, se transformaron repentinamente. De breves y directos pasaron a convertirse en grandiosas declaraciones. «Están escritos con una caligrafía mucho más profesional, y en un latín increíblemente erudito, lleno de recursos literarios como la rima, la aliteración y el quiasmo», dice Woodman. «Fueron diseñados para presumir; está pregonando su éxito».

El gobierno se volvió cada vez más eficiente. «Podemos verlo enviando textos legales a diferentes partes del reino, y luego recibiendo informes sobre lo que funcionaba, lo que no y los cambios necesarios». Dondequiera que viajase, un escriba le acompañaba.

Woodman señala que Athelstan unificó Inglaterra justo cuando partes de la Europa continental se fragmentaban. «Los nobles de toda Europa se alzaban y se apropiaban de territorios, y Athelstan se aseguró de estar bien posicionado para casar a varias de sus hermanastras con miembros de las casas gobernantes continentales». Alano II, duque de Bretaña, y Haakon, hijo de Haraldo de Noruega, fueron acogidos en su corte, y dio un hogar a Luis, el hijo exiliado de Carlos el Calvo.

Athelstan también revirtió el declive del saber provocado por los vikingos. «Era intelectualmente curioso, y eruditos de toda Europa acudían a su corte. Fomentaba el saber y era un ferviente defensor de la iglesia», dice Woodman.

Según el monje medieval inglés Guillermo de Malmesbury, reliquias como la espada del emperador Constantino I, y la lanza de la Pasión que atravesó el costado de Jesús, y que habría llegado a manos de Carlomagno, también llegaron a Athelstan, sugiriendo que estaba relacionado de alguna forma con grandes regentes del pasado.

En el retrato manuscrito más antiguo que se conserva de un monarca inglés, del siglo X, Athelstan aparece con la cabeza inclinada ante San Cutberto. «Todos deberían conocer este retrato porque es una de las imágenes más importantes de la historia inglesa», afirma Woodman. El documento se custodia en la Biblioteca Parker del Corpus Christi College de Cambridge.

Aunque estableció varias alianzas a través de su familia, no tuvo hijos propios, aunque crio como si lo fuera a Haakon el Bueno, más tarde rey de Noruega. En Inglaterra le sucedería su medio hermano menor, el rey Edmundo. Athelstan murió en su palacio de Gloucester el 27 de octubre de 939, a los 44 años, y fue sepultado en la abadía de Malmesbury, en Wiltshire. Sin embargo, no hay nada en la tumba bajo la estatua, ya que las reliquias del rey se perdieron, con casi total probabilidad, durante en la disolución de los monasterios promovida por Enrique VIII en 1539. Se cree que los restos pudieron haber sido destruidos o escondidos por los comisionados del rey.