Es 1975 y una imagen de Robert Redford arde ahorcada en la zona sur del estado de Utah, en el entorno rocoso de la meseta de Kaiparowits. Según The New York Times, algunos ciudadanos asan perritos calientes sobre las cenizas del actor que acaba de impedir que se instale una central eléctrica de carbón valorada en 3.500 millones de dólares tras meses de campaña en su contra. El enclave acabará convertido en Monumento Nacional en 1996 por Bill Clinton y el estado de Utah, en hogar del intérprete hasta su muerte anunciada este martes.
La escena, que podría resultar una anécdota, es la definición misma del activismo y del compromiso político al que se aferró durante su vida Robert Redford. «Cada vez que se oye la voz de alguien preocupado por el medio ambiente le llaman ambientalista. Y sí, yo soy un ambientalista», declaraba el actor, con un frondoso bigote y unas largas patillas, hace 50 años en un reportaje desde la misma meseta para el programa 60 minutes de la CBS al que había llamado para su campaña de presión contra la eléctrica. Cuando la crisis climática apenas estaba sobre la mesa, él se irigió en uno de sus más firmes defensores.
Cinco años antes Robert Redford ya había impedido que se construyera una autopista de seis carriles en un cañón de Utah y durante cuatro décadas formó parte de la junta directiva del Consejo para la Defensa de los Recursos Naturales. En 2016, en una carta a Time, se posicionó en contra del oleoducto de Energy Transfer Partners que iba a cruzar 1.900 kilómetros entre Dakota del Norte e Illinois, afectando a las comunidades sioux. En la etapa de Barack Obama -a quien acabó alabando- se enfrentó a la Casa Blanca por permitir que se construyera otro oleoducto, el Keystone XL, que cruzaría Estados Unidos, desde Canadá al Golfo de México.
Porque Robert Redford ha sido durante gran parte de su vida una estrella, sí. Pero sin renunciar ni a las causas sociales ni a la política, que descubrió en la década de los 40 con los discursos radiofónicos de Franklin D. Roosevelt que sus padres escuchaban en casa. Al activismo climático llegó muy al principio de su carrera, en 1962, con el ensayo Primavera silenciosa de Rachel Carson y ya diez años después lo llevó a la pantalla como protagonista de Las aventuras de Jeremiah Johnson. En los 80 desarrolló el Institute for Resource Management y en 2005, junto a su hijo James, fundó el Robert Redford Center, ambos para ahondar en la cuestión climática.
«Estoy aquí como activista climático, pero también como padre, abuelo y ciudadano preocupado, uno de los miles de millones alrededor del mundo que les dice que hagan algo contra el cambio climático ya», aseguró el actor en 2015 en un discurso ante la Asamblea General de las Naciones Unidas.
Sin embargo, su compromiso político no se quedó únicamente en lo medioambiental. Aunque solo ha pedido abiertamente el voto para Obama en 2012 y Biden en 2020, la filiación política demócrata de Redford es evidente. En 1976, fue uno de los principales instigadores para que Jimmy Carter pudiera llegar al Despacho Oval, derrotando Gerald Ford. El actor se encargó de asesorar para los debates electorales de aquella campaña al candidato demócrata. «No sabía qué demonios iba a hacer. Vino Robert Redford, se sentó en el suelo de la sala donde preparábamos las reuniones y estuvimos una y otra vez ensayando todos los temas«, recordaba en una entrevista el fallecido presidente.
También en los 70 fue él quien pagó los 450.000 dólares -una cifra exorbitante en la época- de los derechos para llevar adelante Todos los hombres del presidente. Él mismo llamó a Bob Woodward para que se implicara en el proyecto, se reunió con él en Nueva York, le pidió que corrigiera el guión y así su historia sobre el Watergate podría llegar aún más lejos. Redford fue también productor de aquella película aunque los autores del libro -Woodward y Bernstein- no querían mezclarse con la gente de Hollywood.
Con el arranque de los 80, cansado ya de ser el gran galán de Hollywood, se puso detrás de las camáras. Ganó en 1981 el Oscar a mejor director por Gente corriente y se alejó de la gran meca del cine para fundar, en mitad de las montañas de Colorado, el Sundance Institute, su laboratorio de cineastas independientes y unos años después el festival. Otra decisión culturalmente política. Desde allí se impulsaron las carreras de los Coen, Quentin Tarantino, Steven Soderbergh, Paul Thomas Anderson, Chloé Zhao, Sean Baker, Ryan Coogler…
Y, con el paso de los años, Robert Redford siguió compaginando las facetas de actor de éxito y de referente político. En los primeros 2000 fue uno de los personajes públicos que se opuso a la invasión de Irak, promovida por George Bush. Hasta el punto de que públicamente exigió que el presidente y su administración entonaran «una enorme disculpa» a los ciudadanos estadounidenses por la entrada en la guerra. «La política energética de la administración Bush hasta la fecha —una guarnición militar en Oriente Medio y la extracción de petróleo en el Ártico y otros hábitats frágiles— es costosa, peligrosa y contraproducente», escribió en una carta publicada por Los Ángeles Times.
En 2018, el actual presidente de los Estados Unidos, Donald Trump también fue blanco de las críticas de Robert Redford. «Por primera vez me siento fuera de lugar en el país donde nací y en la ciudadanía que he amado toda mi vida», escribió en un comunicado. Y, dos años después, en una carta en CNN, escribió: «El costo [de la administración Trump] es casi bíblico: incendios e inundaciones, una plaga literal sobre la tierra, una erupción de odio que está siendo convocada y aprovechada por un líder sin conciencia ni vergüenza. Cuatro años más acelerarían nuestra caída hacia la autocracia. Se tomaría como una licencia para castigar a más supuestos traidores y librar más venganzas mezquinas, con todo el apoyo del Departamento de Justicia«.
Ayer Trump dedicó un escueto mensaje, en declaraciones a la prensa, de despedida al actor: «Diré que Robert Redford fue genial. Tuvo una serie de años en los que no había nadie mejor». Sin menciones a un papel de activista político del que el intérprete nunca se quiso separar.
