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Llúcia Garcia, del instituto a protagonizar Romería: «No me imagino ganando un Goya, ni siquiera sé si me apetece, me da vergüenza dar un discurso»

En menos de un parpadeo, Llúcia Garcia (Barcelona, 2006) se ha convertido en la nueva revelación del cine español. Pero, al contrario que otras estrellas repentinas, no muestra ni un ápice de vanidad o de prepotencia, sino una naturalidad genuina. Sentada en una terraza del barrio barcelonés de Gràcia, pide una botella de agua y pregunta si puede fumar, ya con el tabaco de liar en la mano. Desde el 5 de septiembre, su rostro se proyecta en los cines de España porque es la protagonista de Romería, la película con la que Carla Simón cierra la trilogía que ha dedicado a su familia, tras Estiu 1993 y Alcarràs. Es uno de los títulos más destacados del 2025 y, de momento, ya ha conseguido una ovación de 10 minutos en el Festival de Cannes.

La historia de su incursión en la interpretación empezó en marzo de 2024, aproximadamente. Volvía de un campamento, cargada con su mochila y sin haber visto una ducha en cinco días y, de pronto, en la plaza la Vila de Gràcia, alguien la paró. Le dijo que encajaba con el perfil de la protagonista de una película de Carla Simón y la invitó a participar en un casting. Ella, que ni era actriz ni se lo planteaba, no se lo tomó demasiado en serio pero se presentó con sus amigos por las risas. Pasó el primer filtro y la rueda comenzó a girar a toda velocidad: castings y castings hasta que, un mes después, le dieron el papel y empezaron los ensayos. Su reto no era fácil, ya que tenía que dar vida a una joven llamada Marina y a su madre, dos personas con el mismo físico, pero diferentes.

Garcia tiene la voz ronca, una sonrisa expansiva y unos ojos azules que cambian de tono como el océano Atlántico en Galicia, donde se rodó gran parte del filme entre agosto y septiembre del año pasado. «No había estado nunca allí y me encantó. En la película, tanto Marina como la madre tenían una relación especial con el sitio, así que yo desarrollé una especie de vínculo místico con Vigo», rememora. Los ensayos comenzaron en Barcelona, en casa de la directora, con su hermana Berta, que también es actriz, como coach de los intérpretes. A Simón le gusta que sus actores no sean profesionales, así que el equipo ya tenía su técnica, pero ella iba a ciegas porque nunca se había visto en una situación parecida. «En los castings me decían que fuera yo misma pero gestionando lo que me tenía que pasar, sobre todo para hacer de Marina. Los ensayos eran improvisaciones y tenía que recordar lo que sentía y luego plasmarlo en rodaje», explica.

Interpretar a la madre le resultó más complicado: «Hicimos más ensayos para aprender a actuar, porque eso me queda más lejos. Carla dice que es una parte de mí que tengo, pero que no saco mucho». Encontró mucho apoyo en Mitch -es su nombre artístico, sin apellidos-, su pareja en la película, primero como su primo adolescente Nuno y luego como Fon, el padre. A él le resultaba más fácil hacer de adulto, así que se ayudaron el uno al otro. «Como los padres están todo el rato juntos y los personajes se construyen mucho a través de su relación, me fue muy bien ir siguiendo su ritmo», sostiene. Esa balanza entre personalidades no solo les ayudó a la hora de trabajar, sino que también fue útil para mantener el equilibrio fuera de la pantalla: «Yo estaba un poco desubicada y me encogía un poco. Y él es al contrario, es muy explosivo», afirma. Según ella, es muy fácil llevarse con el actor y, pese a piques puntuales, nunca se han enfadado. «Al pasar tanto tiempo juntos se termina siendo un tipo de familia raro, hay como unas dinámicas distintas», detalla.

¿Por qué te escogieron?
En aquel momento no me lo dijeron. Luego, hablando con Carla, me dijo que se sentía identificada conmigo. Y que le parecía salvaje, algo que no sé del todo qué significa.
¿Cómo es Carla Simón? ¿Hay mucha diferencia entre la directora y la persona?
Hemos tenido una relación muy cercana, porque estamos hablando de su vida y como me parezco un poco a ella de joven, pues nos entendemos. Además, al ser ambas catalanas, teníamos conexión porque tenemos familias y referencias comunes. Luego, en el rodaje hay unos tiempos que hay que seguir y no es que cambie su personalidad, pero sí va más a la faena. Ella tiene una forma de dirigir muy suya, de repetir muchas veces los planos, de cambiarlos muchísimo. Es perfeccionista.

Cuando entró en la vorágine del cine, Garcia estaba terminando el bachillerato artístico de Plástica. Durante los ensayos en Barcelona, aprobó la Selectividad y se matriculó en Filosofía, aunque solo cursó el primer año. Ahora va a probar con Antropología, a ver si le gusta un poco más. Cualquiera que la vea en la pantalla pensaría que lo suyo es la interpretación, pero no sabe si quiere seguir en este sector. Durante el rodaje se fijó en las labores de otros compañeros y le llamó la atención el puesto de atrecista. Incluso llegó a buscar cursos para formarse en el Instituto del Teatro. Pero, aunque se lo pasó muy bien en Romería, esta forma de vida no le acaba de atraer del todo. «El mundo del rodaje es muy extraño. Te alejas mucho de tu vida real de forma muy intensa durante una temporada», indica.

Llúcia Garcia tiene 19 años y ha descubierto qué fue lo que sucedió en España durante las décadas de los 80 y los 90 con la epidemia de la heroína y el sida al hacer esta película. A quienes vivieron aquella tragedia en primera persona y a la generación posterior se les quedó marcada en la memoria, pero a los jóvenes de ahora todo aquello les queda lejos. En parte porque, tanto la adicción como la enfermedad fueron un estigma para las víctimas y sus familias. Como Carla Simón intenta mostrar en su película, el secreto fue el clavo de muchas tumbas. «Yo sabía algo muy superficialmente, pero el otro día quedé con mis amigos después de que vieran la peli y no tenían ni idea. No entendían qué relación había entre el sida y la heroína, por ejemplo», declara y matiza que a su generación les han concienciado sobre el VIH y el sida, «pero en relación a la transmisión sexual». La advertencia de no compartir jeringuilla no superó el paso del tiempo.

Esta experiencia le ha sido de ayuda para hablar castellano con más fluidez -con su familia y amigos se comunica esencialmente en catalán-, aunque le costó acostumbrarse a los tiempos verbales que se utilizan en Galicia. Como en otras comunidades cercanas como Asturias, se ignora el pretérito perfecto compuesto al hablar: «En lugar de decir he venido dicen vine, por ejemplo», señala. Además, en el rodaje ha ganado mucha confianza a la hora de relacionarse con personas mayores que ella. «Yo venía de Bachillerato, así que sí que me ha hecho madurar o al menos, me ha hecho percibirme como adulta. Hasta ese momento me relacionaba con los adultos como alumna o como hija, pero de repente tenía compañeros de trabajo que tenían muchos años más que yo», manifiesta.

La carrera de la película hacia la gloria no ha hecho más que empezar. Después de la nominación a la Palma de Oro en Cannes, ha sido preseleccionada para representar a España en los premios Oscar junto a Sirât y Sorda, y se prevé que también optará a galardones en muchas categorías de los premios Goya. Entre ellos, al de mejor actriz revelación para Llúcia García. Sin embargo, a ella este panorama no le hace especial ilusión. «Con los Oscar tengo mucha contradicción», asegura. «Me alegraría mucho por Carla, porque sé que es muy importante aunque tampoco sé cuánto, porque no entiendo del todo. Pero a la vez, a mí personalmente me da muchísima pereza, ya desde pensar en coger un vuelo tan lejos».

Reconoce que los festivales son divertidos para salir de su mundo por un rato y recuerda, entre risas, algunas anécdotas de Cannes. «Vi de lejos a Scarlett Johansson, aunque no le dije nada. Y yo estaba con una amiga en el hotel que te pone el festival, que era pijísimo, el Marriot, creo. Y claro, cuando no tenía entrevistas ni nada, íbamos vestidas en chándal. Cada vez que queríamos entrar al hotel nos paraban y nos pedían la tarjeta porque no se creían que estuviéramos ahí», explica. Lo que más le gustó de la experiencia fue juntarse de nuevo con el equipo y comentar la película otra vez. «Durante el curso no tenía con quién hablarlo del todo, porque ninguno de mis amigos podía entender del todo lo que les contaba hasta que no la vieran en el cine», rememora.

La próxima edición de los premios Goya se celebrará en Barcelona, su ciudad, en febrero de 2026. Tiene muchas papeletas para ganar, así que cómo no preguntarle si ya ha ensayado ante el espejo su discurso de agradecimiento. Ella dice que se ha imaginado más en los premios Gaudí porque, como hay menos producciones y solo es en Cataluña, cree que hay más posibilidades. «Pero tampoco me imagino ganándolo ni me apetece, creo, porque me da mucha vergüenza hacer un discurso. He pensado que no sabría qué decir porque no sé cómo tomármelo, no sé para qué me va a servir a mí eso. Así que creo que lo agradecería a toda la gente que me ha acompañado y ya está». Por lo demás, ella solo tiene una certeza: «No tengo ni idea de a qué me quiero dedicar».