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El Festival de San Sebastián echa a andar con 27 noches, una lúcida, amarga y divertida, todo a la vez, reflexión sobre nuestra vejez (***)

Llega un momento en la vida en el que te dejan de dar las gracias por cada cosa que haces para pasar a darte la enhorabuena por lograrlo. Se llama vejez. Pocos argumentos tan oportunos hoy como, en efecto, la senectud, que decía Cicerón. Si hacemos caso a la OMS (alguna vez habría que hacérselo), en la mitad del siglo que pisamos, allá por 2050, el 60% de la población mundial tendrá más de 60 años. Eso quiere decir que hoy puede resultar extraño que una película como27 noches, del uruguayo Daniel Hendler, inaugure el festival de San Sebastián. Pero eso es solo una falsa impresión producto de la falta de paciencia. Basta dar tiempo al tiempo. En efecto, el argumento de esta lúcida, cálida y algo amarga comedia elaborada con los materiales típicos del drama (o al revés) es la vejez o, mejor, cómo la tratamos en la sociedad actual. Y vamos mal.

Hendler (que, por cierto, acaba de presentar en Venecia la muy divertida y recomendable Un cabo suelto) propone una suerte de ilustración, a su manera siempre algo triste, de un hecho real. La película, para situarnos, hace pie en una novela de la escritora y psicoanalista Natalia Zito; ficción que a su vez recrea un episodio verídico sucedido en 2003 a vueltas con una mujer internada contra su voluntad por sus hijos en una institución psiquiátrica. Todo, como es fácil deducir, es una cuestión de herencias. En 27 noches, la mujer víctima de sus vástagos es encarnada por una proverbial Marilú Marini que, desde ya, merece todos los honores.

Sobre un guion original de Mariano Llinás, la película se entretiene en contar en dos tiempos que se solapan, se alternan y se enredan entre sí, lo que le sucede a la protagonista orgullosa de su vejez dentro del hospital (o, en bruto, manicomio) donde pasa 27 días con sus 27 noches y posteriormente en la casa donde también es encerrada por sus ávidas criaturas. Ella fue y sigue siendo bohemia y de natural derrochador. Y eso la condena a los ojos de una descendencia que ansía todo lo que ella regala o solo desprecia. El hilo de contacto entre un escenario y otro es el perito judicial al que encarna el propio director en actitud ‘allenígena‘ (por marciana y por Woody Allen) que ha de decidir el nivel exacto de locura de la buena y loca señora.

27 noches posee la gracia y la virtud de mezclar géneros y actitudes sin pudor y sin atender a más reglas de las que marcan lo que podríamos llamar la temperatura emocional de sus personajes. Por momentos, es thriller judicial; a ratos, melodrama familiar, y siempre comedia desengañada y solo pendiente de refutar cada una de las carcajadas que provoca. Que las hay. Lo que tiene claro Hendler es que todo empieza y acaba en la profunda intimidad herida de una protagonista con tantas ganas de vivir como peligrosamente cerca de la muerte. Bien es cierto que en contra juega el errático devenir de un guion consciente en exceso de su pretendida genialidad. Hay demasiadas escenas para el lucimiento algo confuso de unos secundarios que interesan bastante poco.

Sea como sea, queda inaugurado el Festival de San Sebastián. El de hoy y el de todos los que vendrán de aquí a mitad de siglo. Y no lo decimos nosotros, que lo dice la OMS.