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Ken Follett: «Las reglas represivas sobre el sexo llegaron con la civilización»

No ha amanecido aún cuando Ken Follett llega a Stonehenge en su elegante Rolls Royce modelo Ghost en negro y blanco, con matrícula personalizada que forma las letras de su apellido. Bajo la lluvia y el viento, se sube la solapa de su gabardina Burberry y camina en la oscuridad por el sendero que conduce a las ruinas: un misterioso círculo de piedras de más de cuatro metros de altura, algunas de 25 toneladas, que ha despertado todo tipo de leyendas en el Reino Unido. Que si el Merlín del rey Arturo las colocó ahí a golpe de magia, que si fueron los druidas y, por supuesto, la teoría extraterrestre… En los lisérgicos años 60 y 70, Stonehenge fue un punto de peregrinación hippy y new age, hasta que en la era Thatcher se prohibió celebrar el festival del solsticio de verano, rito ancestral al que vuelve Follett. «La primera vez que vine fue con mis padres, antes de que construyeran la verja. Podías andar por donde querías y subirte a las rocas. La gente incluso se llevaba piedrecitas. Así que, claro, acabaron cercándolo con vallas», recuerda Follett entre dos inmensas piedras sarsen, un tipo de arenisca dura extraída de la cantera de Westwood, a unos 30 kilómetros.

«La gran pregunta es cómo construyeron esto. ¿Cómo movieron esta piedra? ¡Imaginad trasladarla durante 30 kilómetros sin rueda, sin animales que tiren de ella! Un estudio de arqueología experimental descubrió que habrían sido necesarios 200 hombres para moverla», cuenta Follett ante un grupo de periodistas y cámaras internacionales, casi un mini Eurovisión con Italia, España, Portugal, Alemania, Austria y Francia. Cada libro de Follett es un acontecimiento. Y su nueva novela,El círculo de los días (Plaza y Janés), que llega a las librerías de todo el mundo el 23 de septiembre, empieza justo aquí, en Stonehenge, pero hace 4.500 años, con un solsticio de verano que las sacerdotisas celebran con danzas y cantos rituales al despuntar los primeros rayos de sol en el horizonte.

Ya son las 6.32 horas y el sol del amanecer debería verse enmarcado entre dos de las monumentales piedras del nordeste. «Qué gran atmósfera, ¿verdad? ¡Este es el verdadero clima británico!», ironiza Follett, estoico bajo la lluvia de un típico día inglés de cielo y nubes plomizas.

Maestro del best seller, con cerca de 200 millones de libros vendidos en 80 países y traducido a 40 lenguas, Follett viaja al Neolítico con otra de sus adictivas novelas históricas, protagonizada por Joia, una joven y poderosa sacerdotisa que dirigirá la construcción del Monumento en piedra. «Mi libro se basa en las investigaciones arqueológicas, pero los conocimientos de la época son escasos así que los suplo con imaginación, creando situaciones y modos de vida plausibles», cuenta a una televisión alemana.

En este inmenso valle, Follett dibuja tres clanes enfrentados: los pastores que comparten el ganado, la gente de los bosques que vive salvajemente en la naturaleza y los agricultores que cultivan sus propias tierras, con normas rígidas y un líder autoritario. Tres formas de estructura social en una compleja trama de traiciones, intrigas, asesinatos, rituales sagrados, luchas de poder, romances (incluye una aventura lésbica), desastres naturales… Ingredientes a los que nos tiene acostumbrados desde Los pilares de la Tierra (1989), ya convertido en un clásico contemporáneo que ha vendido casi 30 millones de ejemplares, en el que seguía la construcción de una catedral en el ficticio condado de Kingsbridge, muy parecido al de Wiltshire, donde nos encontramos ahora. A solo 13 kilómetros de Stonehenge se erige la impresionante catedral de Salisbury, que Follett tomó como inspiración.

«De alguna manera, tanto la catedral como Stonehenge eran intentos de la Humanidad por llegar al cielo», compara Follett ya confortablemente sentado en una victoriana casita del té, la Bell Tower Tea Room, justo en frente de la catedral. Con sus maneras de gentleman y su melena blanca, casi parece un profesor de Oxford cuando habla del gótico inglés y señala las ventanas ojivales, largas, estrechas y puntiagudas: «Fue construida en unos 30 años, como Chartres, en Francia. Al ser de un mismo estilo destaca por su uniformidad, por la belleza del edificio». Lo sabe todo acerca de esta catedral, como que en la cima de la torre aún reposa la rueda de madera que se empleó para su construcción en el siglo XII. Por la tarde, en su diáfana nave en forma de cruz, el escritor leerá un fragmento de El círculo de los días y protagonizará una charla con el reverendo Tim Daykin (también locutor de la BBC). Mientras, da un sorbo a su café con vistas al templo.

Si la catedral y el círculo de Stonehenge son monumentos sagrados para llegar a Dios, al sol y a la luna, ¿qué tipo de monumentos construimos hoy? Si es que aún queremos llegar a Dios…
Creo que la respuesta sería una nave espacial. Un viaje a la luna o enviar hombres al espacio es bastante similar a construir una catedral o levantar Stonehenge porque involucra a toda una comunidad, a miles de personas, y cuesta mucho dinero. Es tecnología punta y se inventa a medida que avanza la carrera espacial. Por supuesto, un viaje a la luna puede ser un éxito o un fracaso. También ocurría con las catedrales: algunas se derrumbaban porque no tenían las matemáticas para calcular qué hacer, a veces estaban adivinando. La catedral de Beauvais se derrumbó dos veces, de hecho. En Los pilares de la Tierra, la torre se viene abajo porque no la construyen lo suficientemente robusta. Era peligroso y la gente moría. ¡El arquitecto de la catedral de Canterbury, William of Sens, cayó del andamio! Entonces los andamios eran ramas de árboles atadas con cuerdas, así que no es sorprendente que la gente se cayera… Además, lo que bebían era cerveza porque el agua podía ser venenosa o infecciosa. Puedes imaginar por la tarde, después del almuerzo, cuando se han tomado una jarra de cerveza y suben al andamio… Y así murió William of Sens.

Follett comienza a contar la historia del sucesor de Sens, otro William, al que llamaron El inglés, porque el primero era francés…

«En mis libros no compro esa mentira de que las mujeres siempre fueron criaturas pasivas que cuidaban al hombre»

Se entusiasma más hablando del pasado que del presente…
Bueno… Suelen decir que en mis libros siempre hay paralelismos con los tiempos modernos. No es algo intencionado ni intento dar lecciones, sucede de forma natural. La gente se preocupa por las mismas cosas: la violencia, el crimen, los desastres naturales, las guerras…
Esta es su primera novela ambientada en la Edad de Piedra. Cada vez hay más estudios arqueológicos que demuestran que las mujeres también cazaban y luchaban, no solo se quedaban cocinando o recolectando: así son sus protagonistas femeninas. Además, las convierte en guardianas del conocimiento, en las líderes de Stonehenge. ¿Le ha salido una novela prehistórica feminista?
Resulta poco prudente para un hombre llamarse feminista. Porque la gente puede decir: ‘¡Ajá, pero hiciste eso, que no fue muy feminista, Ken…!’ Cuando construyo personajes de mujeres fuertes solo estoy describiendo el mundo como es. La única diferencia conmigo es que no compro esa mentira de que las mujeres siempre fueron criaturas pasivas que no hacían nada más que cuidar a los hombres. En mi último libro [La armadura de la luz] escribí sobre la Batalla de Waterloo: había muchas mujeres en el campo de batalla, el ejército británico quería que las esposas de los hombres viajaran con ellos. En plena batalla las mujeres llevaban munición, era algo muy peligroso y muchas murieron. En la Edad Media, los monjes escribían libros sobre lo que les gustaba a las mujeres. ¡Pero los monjes no sabían nada en absoluto sobre mujeres! [ríe] ¿Qué sabían? Oh, sí, que no son muy inteligentes, que son demasiado emocionales y que nunca pueden ser líderes [pone voz grave como de monje medieval]. Y, sin embargo, había reinas. Y abadesas que manejaban una gran corporación: gran cantidad de dinero, muchas tierras, miles de ovejas…

En los alrededores de la catedral pasean algunas mujeres con alzacuellos, una estampa natural en la iglesia anglicana, donde pueden ocupar cargos de sacerdote, aunque extraña para la tradición católica española (y más al verlas con vestido hasta las rodillas). Follett continúa hablando de sus mujeres literarias.

«Mi generación es la del ‘haz el amor, nola guerra’. Pero no ocurrió: la gente hizo el amor pero no dejó de ir a la guerra»

Su escena de sexo lésbico resulta muy natural…
Las reglas represivas sobre el sexo llegaron con la civilización. Incluso hoy, en la ceremonia del matrimonio, la novia es entregada por su padre, como si fuera una propiedad. Si hablamos de la civilización occidental liberal la idea de que las mujeres son propiedad está desapareciendo, pero no en el resto del mundo. A lo largo de la historia todas las sociedades han considerado a las mujeres como una propiedad.
En Nunca, su única ficción sobre el futuro, imaginó a una presidenta republicana como líder de Estados Unidos y conflictos bélicos que nadie quiere pero que llevan a otra guerra mundial. La publicó antes de que Rusia invadiera Ucrania. Antes de Israel y Gaza. ¿Estamos condenados a repetir la historia?
– [suspira con resignación] Nunca parecemos aprender de la historia. ¿Sabes? En los años 60, yo era realmente optimista sobre el futuro. ¡Éramos la generación que iba a cambiarlo todo! Todo iba a ser amor libre y marihuana y música y tendríamos gobiernos mucho mejores… Socialmente han cambiado cosas: estábamos en lo correcto cuando dijimos que no había nada malo en ser gay, cuando dijimos que las personas deberían tener sexo con quienes aman. Entonces tuvimos la Guerra de Vietnam, ahora es Ucrania y la masacre en Gaza. El haz el amor, no la guerra no pasó. La gente hizo el amor pero no dejó de ir a la guerra. Esa es mi generación.
Ha escrito la Trilogía del siglo XX. ¿Cree que en el siglo XXI parece que vuelvan las autarquías?
Pensábamos que teníamos democracia, libertad de prensa y de religión. Pero ahora descubrimos que esa batalla no ha terminado en absoluto. Tenemos que luchar de nuevo por los derechos que creíamos garantizados. Mucha gente no tiene idea de cómo es vivir en una dictadura. No es que los individuos hayan olvidado, sino que la nación ha olvidado. Creía que todo el mundo sabía qué pasó cuando Alemania se volvió fascista. Luego está la ironía de las ironías: Israel, un estado judío, se comporta como una dictadura realmente cruel y despiadada.
Por cierto, ¿cómo lleva el Brexit después de cinco años? Siempre ha sido muy crítico, incluso impulsó una campaña en contra junto a otros escritores…
Ahora todos saben que fue una mala idea. Económicamente es un desastre. Pero a mí no me gustaba la idea de que la gente dijera que no necesitamos a los extranjeros, a nuestros vecinos. No comprenden que para una isla el comercio internacional es su sangre vital, sino estaríamos como en la Edad Media, criando ovejas y vendiendo lana a Amberes. Porque los belgas tenían tejedores… Espiritualmente, simplemente no me gusta esta idea de ‘Somos los mejores’. Sé que Trump lo dice. Pero ni ellos lo son ni nosotros tampoco. ¿Sabes? En Inglaterra siempre dicen: ‘Estamos bien por nuestra cuenta’ o el muy recurrente ‘Ganamos la guerra’, creyendo que no necesitamos la ayuda de nadie. Los historiadores serios saben que fue el Ejército Rojo quien ganó la Segunda Guerra Mundial, no Gran Bretaña. Sí, nuestra gente luchó valientemente y sufrió bombardeos. No quiero restarle importancia a eso. Pero el ejército británico mató a unos 200,000 soldados alemanes y los rusos a 4.5 millones. Así que nuestro papel en ella fue realmente pequeño. Pero si dices eso en Gran Bretaña serías crucificado.

Hace casi un año que Follett está escribiendo su próximo libro. «No paro. Pero no puedo hablar de ello, sería un spoiler», sonríe. Y se gira hacia su catedral, la de Salisbury-Kingsbridge, para hablar de fantasías pastorales, de Shakespeare y Como gustéis, de sus vacaciones de verano en Trujillo, del vino español… El próximo 8 de octubre presentará su novela en Madrid, donde coincidirá con otro rey del best seller,Dan Brown. «Oh, ¿en serio? Podríamos tomar un vino juntos en un bar típico», es su primera reacción al enterarse. «No somos rivales. Si hasta conozco a su padre. Una tarde, estaba tomando un Martini en el bar de un hotel y…». Y comienza a contar otra historia.