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El éxito de España en el atletismo siempre es caminando: ¿Por qué no apostarlo todo a la marcha?

En países con una concepción menos democrática del deporte, la decisión ya estaría tomada: todo el dinero, para la marcha. Ocurre en China con el tenis de mesa. Ocurre en Corea del Sur con el tiro con arco. Si una disciplina puede dar medallas en los Juegos Olímpicos y ya existe una tradición, una estructura y un número considerable de practicantes, ¿por qué no apostarlo todo? Sin mucha competencia, España podría aspirar a 12 medallas olímpicas: ahí es nada. Pero la visión en el país es diferente.

Pese al éxito de la marcha, la Federación Española de Atletismo (RFEA) debe impulsar, a base de programas, concentraciones y becas, el mayor número posible de especialidades, aunque en algunas de ellas resulte muy difícil subir al podio. El gran ejemplo es el concienzudo plan de relevos, con el quinto puesto del 4×100 femenino -lejos de los todopoderosos Estados Unidos y Jamaica- como mejor resultado. Sólo la historia dirá si alguna vez surgirán en España velocistas, lanzadores o incluso nuevos mediofondistas o saltadores capaces de colgarse medallas en las grandes citas; de momento, la selección brilla donde siempre: en la marcha, y poco más.

En el Mundial de Tokio recién finalizado, como en casi todas las citas desde los años ochenta, las mayores alegrías llegaron caminando. Hay muchas estadísticas parecidas, pero basta una: en lo que va de siglo, España ha ganado siete oros en Mundiales, y los siete han sido en marcha. El medallero dice que el país acabó quinto, sólo por detrás de EE UU, Kenia, Canadá y Países Bajos, pero fue María Pérez -ella y sus dos oros- quien lo hizo posible, con la única ayuda del bronce de Paul McGrath.

«Lo de la marcha es espectacular, pero no es de ahora. Es una tradición, nuestra tradición. Igual que Jamaica es la velocidad, nosotros somos la marcha», comentaba el domingo el seleccionador José Peiró, consciente de la suerte de contar con los marchadores, con sus entrenadores, con sus competiciones, con toda la herencia que arrastran. España acabó con 14 finalistas, el segundo mejor registro de su historia, pero ocho fueron caminadores. En el tartán, la historia fue otra. No hubo decepciones, pero tampoco milagros.

Las opciones de Llopis y Attaoui

Los dos verdaderos candidatos a medalla, Enrique Llopis en los 110 metros vallas y Mohamed Attaoui en los 800, estuvieron cerca -cuarto y quinto-, pero no lo consiguieron. En el resto del grupo hubo de todo: cierto desencanto por la recaída de Jordan Díaz en su lesión y sonrisas con el séptimo puesto de Marta García en los 5.000 metros y el octavo de Adrián Ben en los 1.500. Si acaso, al único que se le podía exigir más fue al saltador de longitud Lester Lescay, pero no tanto por su posición -octavo- como por su marca.

En todo caso, se mantiene la tónica de los últimos años: una generación alegre, atractiva, competitiva y limpia, pero lejos de los mejores del mundo. «Estoy muy orgulloso por la actitud. La mayoría de atletas han competido muy bien y ha habido opciones de medalla. Esos 14 finalistas son la muestra», analizaba Peiró, que espera que en los próximos años eso cambie.

Ya nadie piensa en el regreso de Mo Katir, sancionado hasta 2028, pero Ana Peleteiro trabaja para volver, y el crecimiento de Llopis y Attaoui debería llevarlos a la gloria en algún momento. Quien lo consiga será el líder, el referente. Para los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 2028 todavía queda, también para el Mundial de Pekín 2027, pero el año próximo será propicio: habrá Europeo -el campeonato donde los españoles más crecen- y Mundial «Ultimate», un nuevo invento de la Federación Internacional de Atletismo (World Athletics) que repartirá grandes premios económicos, pero donde no habrá marcha.

Al fin y al cabo, esa es la intención soterrada del organismo que dirige Sebastian Coe: sin anglosajones en liza, desde hace años su objetivo es recortar la importancia de la marcha, si no eliminarla por completo. Si lo consigue, arrebatará a España su único lugar en el atletismo. Si no, el país podrá elevar su inversión en una especialidad tan pequeña e ir a por todo. Pero para ello, antes tendría que cambiar su concepción del deporte.