Tres frases del pintor José Lucas. Uno: «La pintura es mi suicidio sin muerte». Dos: «A mí la poesía me ha dado una identidad de pintor, fíjate. No he tenido la curiosidad o la ambición de ser poeta, pero he querido ser un pintor acompañado por la poesía desde la devoción». Tres: «La inspiración es cosa de vagos y supersticiosos. El cuadro hay que asesinarlo, como pedía Apollinaire«.
Visceral, herido y alucinado, irónico, reflexivo, a veces melancólico… José Lucas (1945-2023) aparece retratado así en el texto que su hijo, el poeta y periodista de EL MUNDO Antonio Lucas, ha escrito para el catálogo de la exposición que reunirá su obra y su mundo en el Palacio de San Esteban en Murcia. «La biografía de mi padre está en su pintura», explicaba Antonio Lucas en vísperas de la inauguración de José Lucas; expresionista en el laberinto barroco (desde mañana y hasta el 25 de noviembre) en la que el presidente de la Región de Murcia, Fernando López Miras, ejercerá de anfitrión.
La muestra, por tanto, es un relato vital narrado a través de los cuadros de Lucas y, junto a ellos, los libros de su caprichosa y bien surtida biblioteca. Los minotauros poderoso, los destellos expresionistas y casi abstractos, el color esencial y los dibujos casi picassianos de Lucas se exhiben junto a algunas de las primeras ediciones y una selección de retratos de los poetas que admiró.
«Era locuaz, divertido, cargado de anécdotas», cuenta Antonio Lucas de su padre. «Contaba bien el flamenco, la poesía, la pintura… Detectaba la poesía en gente ajena a la poesía. Embellecía a la gente. Hablaba muy bien. Quería que su obra fuese gramática, no solo forma». Era uno de los referentes del expresionismo madrileño que cuajó en los años 80, como demuestran sus murales cerámicos de la Estación de Chamartín, ahora en proceso de reinstalación en ese espacio.
El texto de Antonio Lucas en el catálogo es más relato que ensayo. El hijo visita a su padre mientras éste pinta una tela de gran formato, Homenaje a Rilke: «Mirando fijamente el lino virgen removió con el pincel grande la pintura líquida y densa. Dio seis o siete vueltas muy despacio, casi buscando algo, casi dejándose buscar. Daba una sola pincelada y dejaba que la pintura escurriera por el lienzo. Quedó un rato explorando el resultado como si necesitara traducirlo para seguir, como si la huella primera tuviese la instrucción de la siguiente».
José Lucas era ante la pintura el torero y el toro a la vez. «La tauromaquía fue un tema al que dio muchas vueltas», cuenta su hijo. «Hay cierta violencia y cierta aspereza que viene de ella». Y la tauromaquia lo llevó al minotauro, como los que abren la exposición. «Sus minotauros están derrotados y a la vez son deseantes. Ahí está él mismo. Mi padre fue un ferviente deseante».
En el catálogo de la exposición aparece un texto del filósofo Francisco Jarauta (comisario de la muestra junto al profesor de la Universidad de Bolonia, Pedro Medina) sobre esos minotauros: «El minotauro de Lucas es, más que antropológico, expresionista; sus colores, proporciones y formas también. Lo que propone no es volver al Minotauro, sino a mirar el mundo desde él: desde su instinto, su ingenuidad y su pureza. Todos tenemos un Minotauro dentro».
Regreso al cuadro de Rilke relatado por el hijo: «Resoplaba y decía entre dientes músicas, palabras, cosas. A la manera del trance derviche entendía que estaba dentro de la combustión que había invocado un rato antes. […] Y de golpe, porque ocurrió de golpe, se detuvo en seco. Dio dos pasos atrás y observó aquello sin saber cómo escapar de lo sucedido. Aflojó los soportes del caballete y, sin aviso previo, dio la vuelta al cuadro«.
