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San Sebastián se rinde a Antonio Flores, el príncipe caído de la verdadera monarquía española

El cine, entre otras muchas cosas, es mito; un mito fundacional en el que se delimita el espacio de la aventura, de lo desconocido, de lo irracional, de la pura y simple emoción. En la interpretación que el filósofo italiano Giorgio Colli hace de la leyenda del Minotauro, por ejemplo y por cinematográfico, el laberinto es la representación del logos, de lo racional. Y dentro de él, se encuentra el dios-animal incomprensible y devorador de hombres: lo irracional. El logos es un producto del hombre en el que el propio hombre se pierde detrás de lo amenazante y, claro está, de lo emocionante. A su modo, las leyendas y los mitos cubren ese espacio vacío al que no llega la razón, lo comprensible, lo dado. Y es ahí donde ejerce su reinado y cumple su función el cine, el cine como promesa de lo desconocido, como imagen fiel y por fuerza fastasmagórica de todo lo misterioso.

Flores para Antonio, el documental recién presentado en San Sebastián y firmado por Elena Molina e Isaki Lacuesta, tiene mucho de laberinto. Alba Flores se adentra en la mitología de su propia vida y la de los suyos, la de la dinastía que construye, arma y da sentido a su apellido Flores, como su abuela Lola Flores. Alba Flores se aventura, como si del propio Teseo se tratara, detrás del misterio del más enigmático de los suyos, el del héroe caído que, con apenas 33 años y en plena consagración como artista, desapareció. Antonio murió por una combinación fatal de barbitúricos, alcohol y una infinita tristeza cuando Alba apenas contaba con cinco años de edad. Ahora tiene 38. Antonio, autor de canciones inolvidables y mil veces versionadas como No dudaría, Siete vidas o Cuerpo de mujer; Antonio, actor indescifrable en películas de pedernal como Colegas; Antonio, el más rebelde y puro de los hijos de La Faraona y El Pescaílla; Antonio era y es el padre de Alba. Los dos Flores.

La película se hace cargo de todo lo anterior y, con las imágenes casi infinitas de una vida permanentemente expuesta, traza su propio camino a través de su propio laberinto. Y lo hace poco a poco, a saltos, en ocasiones despacio, en otras a la carrera. A veces toma un camino que parece no llevar a ningún sitio y vuelve sobre sus pasos. Y al regresar encuentra una senda nueva. Se diría que la forma y estructura de Flores para Antonio, lejos de trabajos más radicales de uno de los directores como La leyenda del tiempo o Entre dos aguas, responde a un esquema tradicional. Alba habla con su madre, con sus hermanas Lolita y Rosario, y con la infinidad de amigos, conocidos, allegados y simples paseantes que alguna vez se cruzaron con su padre. Y mientras habla, las imágenes familiares se mezclan con fragmentos de películas, con retazos de viejos conciertos, con ensayos… con los innumerables fantasmas de cualquier forma de cine transformado de repente en fantasma. Y en laberinto.

«Cuando empezamos a hacer la película», dice Alba, «no era consciente de que no había hablado con mi familia de todo esto. Lo hicimos por primera vez delante de la cámara al rodar el documental. Y todos hemos hemos hecho nuestros propios descubrimientos». Luego, la que ahora es actriz conocida por series como La casa de papel y obras de teatro como La excepción y la regla, admite que la película marca un antes y un después en su vida. Lo admite rotunda y sin dar más explicaciones. Lo admite tan convencida como el propio Teseo sin más armas que su cuerpo frente al monstruo del olvido, del dolor y del duelo. Tres formas distintas de llamar a un mismo Minotauro.

Molina comenta que todo ha sido un viaje muy largo. Y muy bonito y muy intenso. «Hasta la última semana aparecían archivos nuevos que obligan a replantearse todo de nuevo. La película siempre ha estado viva y, por un momento, pensábamos que era el propio Antonio el que movía los hilos», dice y quién sabe si no habla de los hilos de la propia Ariadna. A su lado, Isaki se refiere al reto que supone trabajar con tanto, con tantas imágenes desplegadas sobre la mesa de montaje y sobre la memoria de un país entero. «Hay que tener en cuenta que el nivel de exposición a los medios de los Flores antes de que existieran las redes sociales era tan constante que la única comparación posible es con una familia real. Con una diferencia, eso sí, lo que en cualquier monarquía es falso y producto de un montaje, en los Flores era todo de verdad», comenta Lacuesta.

El documental ofrece pocos hechos nuevos. Su territorio es otro. El de la emoción. Y ahí sí que alcanza a revivir y dotar de sentido muchos fragmentos de los recuerdos de la propia Alba y de cualquier espectador que, de repente, cobran vida. Alba habla de viaje emocional, de aliviar el dolor, de rehabilitar el recuerdo… Alba habla del mito, del mito de su padre. Alba habla del cine como promesa de lo desconocido, como imagen fiel y por fuerza fastasmagórica de todo lo misterioso. Alba en el laberinto.