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Sánchez Arévalo arrebata con Rondallas, un cine libre de prejuicios, popular sin ofender y emocionante sin estridencias

Lo popular, en general, tiene mala prensa. Igual que sucede con el optimismo, la fama, el funcionariado, el vino en tetrabrik o el café de especialidad (éste, además, es carísimo) no conviene nunca presumir de lo popular so pena de pasar por un sujeto sin criterio, sin gusto, sin educación o, lo peor, sin sentido de la medida. Y, sin embargo, el secreto de las mejores historias, incluso las más subversivas y originales, no reside en nada más que en su capacidad para reforzar, reescribir, reelaborar, negar o incluso refutar los arquetipos que soportan los relatos, en efecto, populares. Era Borges, siempre él, el que después de darle vueltas al asunto se despachaba con que solo son cuatro las historias posibles: la ciudad cercada, el regreso, la búsqueda y el sacrificio de un dios. Y añadía que hasta las supuestas negaciones de éstas, como la del héroe kafkiano que fracasa sin remedio, no son más que las historias de siempre, pero del revés.

Rondallas, el último trabajo de Daniel Sánchez Arévalo tras un largo periodo alejado de la sala de cine (Diecisiete, de 2019, apenas por los cines para aterrizar rápido en una plataforma), es esencialmente cine popular. Y lo es sin condescendencias, sin falsos pudores, sin prejuicios y de manera se diría que hasta ligeramente arrogante. Básicamente, se trata del recorrido más clásico posible del héroe tal y como tiempo atrás nos lo explicó Joseph Campbell. Es simplemente la historia de un duelo. La protagonista pierde a su padre y, para curar la más profunda de las heridas, tendrá que iniciar un largo viaje del que volverá con el elixir de la misma vida, un bálsamo que le curará a ella y a los suyos. Suena repetido y, en verdad, es exactamente nosotros. Somos, para bien o para mal y de manera inequívoca, ese relato. Somos ese cuento que hemos crecido escuchando y que nos contamos una y otra vez para recordarnos que esencialmente somos, en la primera conjugación del plural. Somos antes que soy o soy porque somos. No sé si queda claro. Sea como sea, es sobre este precepto sobre el que se levanta el más bello, ensordecedor y disfrutable cine popular que es Rondallas.

¿Y qué es una rondalla?

Cuenta el propio director, natural de Madrid y con ascendencia cántabra, que ni él mismo lo sabía hasta que el productor Ramón Campos le enseñó un buen día un vídeo de YouTube de la rondalla de Santa Eulalia de Mos interpretando una versión de Thunderstruck de AC/CD. En efecto, en las inmediaciones Vigo, unas agrupaciones musicales de gente no profesional compiten entre ellas con sus panderetas, castañuelas, cristos, charrascos y gaitas para ver quién lo hace y suena mejor con su abanderado al frente. Digamos que este es el exótico escenario de lo que viene después.

Y lo que viene es la historia de un pequeño pueblo marinero que, tras sufrir un naufragio, se decide a dejar el luto atrás de la única manera que saben: poniendo en marcha la rondalla que, por definición, acoge a todos, es de todos y son todos. Un reparto coral por el que desfilan, tocan el instrumento que les corresponde y hasta bailan María Vázquez, Javier Gutiérrez, Tamar Novas, Judith Fernández, Carlos Blanco o Xosé A. Touriñán se encarga del resto que, ya se ha dicho, es cine popular. La película, que vivió su estreno en el descomunal espacio del Velódromo de San Sebastián, vibra en la pantalla como lo hacen las historias que no requieren ni presentación ni sorpresas para avanzar. Puro gozo desinhibido. Cada una de las historias de cada uno de los personajes no está ahí para descubrir nada, sino para simplemente ser. Su virtud y gracia es simplemente la identificación. Y ahí se hace grande a un paso del simple entusiasmo.

El cine de Sánchez Arévalo desde el primerísimo e intimísimo AzulOscuroCasiNegro a Primos pasando por La gran familia española ha buscado siempre no tanto la aceptación, que también, como el reconocimiento. Pero siempre desde un lugar ligeramente extraño o simplemente descentrado (Gordos es el ejemplo extremo). Esta vez todo quiere fluir y fluye. Se diría, como él mismo reconoce, que pocas película dialogan tan bien y de forma tan necesaria con el sino de unos tiempos, los nuestros, crispados, polarizados o solo asociales. Se trata de reivindicar lo común desde la propia comunidad, de hacer nuestro y de cada uno lo que es de todos. Suena a populismo y es popular, cine popular, pero de especialidad (mucho más barato, eso sí, que el café).