Con las metáforas sucede como con los hipopótamos. En los dos casos, su apariencia amable, mullida e inexcusablemente poética no es más que una elaborada estrategia para esconder su verdadero poder. Las primeras no solo explican el mundo, sino que, según el dictado clásico de Lakoff y Johnson, lo crean, lo forman y hasta le dan sentido. Los segundos, por su parte, deberían dar el miedo que no dan. Son directamente los responsables del mayor número de muertes humanas en África y ya empiezan a serlo en parte de Sudamérica donde, por los caprichos del narco Pablo Escobar, constituyen una plaga.
«Muchas veces hablar de la realidad así, sin más, puede resultar demasiado duro, incluso pornográfico. La realidad es, en según qué sitios, excesiva, insoportable y, por ello, muy complicada de contar de forma creíble», comenta la directora Mariana Rondón y no queda claro si habla de las metáforas, de los estragos de los hipopótamos o de las dos cosas a la vez.
Zafari, la penúltima de las películas de la directora que ganara la Concha de Oro en San Sebastián en 2013 con Pelo Malo, es esencialmente una metáfora, casi parábola futurista, y uno de sus protagonistas es un hipopótamo. Lo tiene todo, pues, para despistar, para crear un mundo y, apurando, para dar pánico. Se cuenta la historia de una comunidad de vecinos encerrada en su bloque de apartamentos con piscina. La mayor parte de los vecinos ha huido. Fuera del recinto reina el caos y dentro, la más absoluta escasez. Y el vacío. Justo al lado, casi como una extensión del vecindario, se localiza un pequeño zoo. El gobierno ha decidido repoblar los zoológicos desabastecidos, ya casi abandonados, y hasta él llega un hermoso y voraz hipopótamo. Los inquilinos de los pisos de más arriba, una casa alta en decadencia, observan con envidia a los cuidadores, antes pobres, del animal. Ahora, gracias a la amable y feroz a la vez criatura, son ellos los que disponen del poco alimento disponible. Aquí solo come con regularidad el hipopótamo.
«Empezamos a ver la posibilidad de una historia», razona la directora, «cuando leímos en los periódicos lo que estaba pasando en los zoológicos de Venezuela. No lo diré por no desvelar buena parte de la trama, pero sí puedo adelantar que era algo bastante terrible y consecuencia de una situación degradada. Por lo demás, todo lo que hace mención a las bandas de motoristas que se adueñan de las calles puede parecer más propio de una distopía, pero es una distopía demasiado común en Sudamérica«.
Desde la primera escena, las líneas que unen la realidad con la fabulación se antojan tan fuertes como no del todo evidentes. Se diría que Zafari habla como los oráculos, por indicios. «Cuando planeamos la película, obviamente, pensábamos en Venezuela. Luego acabamos rodando en Perú y cada vez que contaba la película, la reacción era la misma. ‘Eso mismo pasó aquí en los 80’, nos decían. Si el que escuchaba era argentino, igual. ‘Eso sucedió en mi país en los 2000’. Al final, es una realidad que empapa toda Sudamérica en algún momento de su historia reciente». ¿Y cuál es esa realidad? «Lo que vemos son las consecuencias de un populismo galopante que arrasa con la vida íntima. En aras de una supuesta igualdad, por otro lado necesaria y reivindicable, se acaba por imponer un sistema aterrador fundamentado en el miedo».
Zafari se mueve por la pantalla como una profecía oscura en la que el terror asociado al más elemental hambre acaba por ser el único cemento de una microsociedad al borde del suicidio. La película se cuida de no ser ni demasiado explícita ni caprichosamente elíptica. Por momentos, la crudeza de las imágenes remite al sueño; a ratos, lo delirante de la situación no puede por menos que sorprender y hasta divertir. Pero sin perder nunca el pie con una realidad demasiado dura, demasiado real. «Todos los personajes acaban por ser cómplices incapaces de tomar una decisión que se pueda considerar ética. A medida que el mundo salvaje se apropia de todo rasgo de civilización, la emoción, que no el razonamiento, acaba por apropiarse de nuestros actos. Y es ahí cuando surgen los populismos. Es ahí donde estamos ahora mismo», afirma la directora cada vez más cerca de un juicio político.
- ¿Cómo ve el momento, tan cerca del conflicto armado entre el Gobierno de Estados Unidos y el de Venezuela?
- Antes de que Trump empezara a bombardear las lanchas y antes de Zafari, hubo unas elecciones en las que votamos y de las que nadie autorizado legalmente ha ofrecido un resultado. Yo y tantos como yo solo queremos que se reconozca nuestro voto. Venezuela vive desde hace años una situación en la que los derechos humanos son violados de forma sistemática. Y eso no es opinable. La información está ahí para el que quiera. No hay excusas. Por eso es todo tan delirante. Vivimos ahora mismo una situación entre la espada y la espada, no entre la espada y la pared. Se vive entre la espada y la espada, entre un régimen dictatorial y la amenaza violenta de unos Estados Unidos descontrolados.
- ¿Cómo juzga algunas de las reacciones al Premio Nobel de la Paz?
- Me considero de izquierdas y aunque no comparta algunas de sus ideas, lo cierto es que María Corina Machado dio una batalla que nos sorprendió a todos los venezolanos. Hizo una campaña por todo el país pese a que le prohibieron viajar. Si paraba en algún sitio, metían en la cárcel a todo aquel que la ayudaba o simplemente le daba de comer. Como decía, no se puede mirar a otro lado ante la violación sistemática de los derechos humanos. Solo queremos votar y que se respete el voto.
La película se llegó a proyectar en Venezuela. Al ser considerada peruana se saltó la censura obligada. Ahora, y por su culpa, cambió la reglamentación. Un comité ha de revisar toda película, venezolana o no, ante la posibilidad del más mínimo amago de crítica al régimen de Maduro. No es la primera vez que Mariana Rondón y la guionista Marita Ugás sufren las consecuencias de hablar distinto y de negarse a compartir la voz de los hipopótamos. También Pelo Malo fue borrada de los cines de su país. Pero se niegan a callar. «No es valentía. Simplemente, quiero tener el derecho a contar mi miedo», afirma la directora.
Su siguiente trabajo, que se verá en el Festival de Huelva, se titula Aún es de noche en caracas y adapta la novela de Karina Sainz Borgo La hija del español. Y, en efecto, también es metáfora.
