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10 años del 13-N, la noche en que el ISIS inoculó el trauma en la piel de París

Un zapato tricolor (rojo, blanco y azul) está a punto de aplastar a dos encapuchados negros, fusil en mano. Por tacón tiene a la Torre Eiffel. Alguien lo dibujó y lo colocó a las puertas de la sala de conciertos Bataclán, apenas 24 horas más tarde de que yihadistas del Estado Islámico perpetrasen el peor atentado en la historia de París, con 130 muertos y más de 400 heridos. 

Fue el 13 de noviembre de 2015 y hoy, diez años más tarde, aquel dibujo es verdad, aunque una verdad parcial: la sociedad parisina y la francesa, por extensión, ha sobrevivido, se ha repuesto al dolor y ha logrado blindarse hasta impedir que una pesadilla así se repita. Y, sin embargo, los terroristas inocularon bajo la piel de los ciudadanos el trauma, ya perpetuo, de convivir con la fragilidad, y la amenaza sigue siendo alta, porque matar es fácil y porque el radicalismo no se frena. 

Aquella noche de viernes fue un mazazo en la sensación de seguridad del continente europeo. Claro que ya arrastraba el 11-M en Madrid, pero la cadena de atentados de París fue un punto de inflexión por la magnitud y sofisticación del ataque y por la coordinación operativa de los terroristas, miembros del ISIS, o IS o Daesh. La conmoción fue profunda, por más que hubiera avisos de diversas inteligencias sobre que algo así podría pasar. Nadie vio los preparativos iniciados más de un año antes, en Siria, la implacable maquinaria que se movía, con el entreno a los comandos, la infiltración en la Unión Europea, la activación de cómplices en países como Bélgica y el despliegue final. No se conocía algo así. 

Saint-Denis, primera diana

La noche del viernes 13 de noviembre de 2015, tres grupos de terroristas salieron de sus refugios en los suburbios de París para alcanzar sus objetivos. Cada grupo estaba compuesto por tres terroristas, listos para extender el daño en puntos dispares. El primer grupo, formado por Bilal Hafdi, un belga de 20 años, y dos iraquíes, Ammar Ramadan Mansour Mohamad al-Sabaawi y Mohammad al-Mahmod, fue a Saint-Denis, el Estadio de Francia, con capacidad para 78.000 espectadores. El día del atentado, albergaba un partido de fútbol entre Francia y Alemania, con la presencia del presidente francés, François Hollande, incluso.

El plan de los terroristas era hacer detonar sus chalecos explosivos entre la multitud que esperaba para acceder al estadio. Debido al tráfico, sufrieron algunos retrasos y, una vez fuera del estadio, encontraron pocos objetivos disponibles. En coordinación con el segundo equipo -que se estaba activando en paralelo-, un primer terrorista detonó su chaleco suicida a las 21:20 horas, frente a la Puerta D; un segundo hizo lo propio junto a la Puerta H, y el último, lo mismo, 23 minutos más tarde, frente a un McDonald’s, lo más lleno que encontró. 

Una persona murió (más los tres suicidas) y otras 59 resultaron heridas. Hollande fue evacuado y se puso al frente de un gabinete de crisis que aún no sabía todo lo que les iba a deparar la noche. 

A por las terrazas, a por Bataclán

El segundo grupo de terroristas, liderado por Abdelhamid Abbaoud como jefe operativo y compuesto por otros dos ciudadanos belgas, Chakib Akhrou y Brahim Abdeslam, inició su ataque en París a las 21:24. Durante los siguientes 16 minutos, fueron atacando sin piedad restaurantes y bares, abriendo fuego contra los clientes en las terrazas, sobre todo. Una de las estampas que mejor sintetizan el modo de vida de la capital gala. 

Recorriendo la zona en coche y deteniéndose en los establecimientos más concurridos, como Le Comptoir Voltaire, abrieron fuego en cuatro lugares distintos, antes de dejar a Abdeslam en el último de los locales, donde detonó su chaleco suicida. Los dos terroristas restantes lograron escapar. En estos escenarios 39 personas murieron y 72 resultaron heridas.

El tercer grupo, mientras, llegó a su objetivo, la sala de conciertos Bataclan, a las 21:40. Estaba compuesto por tres ciudadanos locales: Samy Amimour, Ismael Omar Mostefaï y Foued Mohamed Aggad. Aparcaron su coche frente al edificio, abrieron fuego contra el café del mismo nombre y luego entraron al recinto, donde 1.500 personas asistían a un concierto del grupo californiano Eagles of Death Metal. Dispararon contra la multitud desde la parte trasera de la sala. Un guardia de seguridad privada corrió a abrir una salida de emergencia, evacuando a varios cientos de personas, antes de regresar al interior y caer al suelo debido a los disparos de los terroristas. Tras unos minutos de locura, logró abrir una segunda puerta, poniendo a salvo a unos cien espectadores. 

La primera respuesta policial estuvo compuesta por algunos agentes de la BAC 94, la brigada anticriminal de la Policía gala. Ante los avisos de la policía local, se desplegaron desplegado por su cuenta y que intercambiaron disparos con los terroristas en una calle estrecha, a la izquierda de Bataclan, protegiendo a los asistentes al concierto que huían.

El comisario de policía Guillaume Cardy y su chófer fueron los primeros en entrar al edificio por la puerta principal. Al entrar en la sala principal, observaron a uno de los terroristas intentando obligar a una víctima a arrodillarse en el escenario. Abrieron fuego desde unos 25 metros de distancia, hiriendo a Amimour, quien cayó de espaldas y activó su chaleco explosivo. Los dos terroristas restantes abrieron fuego brevemente antes de reunir a unos 20 rehenes y conducirlos a un pasillo en la primera planta. Al asesinato masivo se sumaba el secuestro. 

El pequeño contingente policial inicial comenzó a evacuar a las víctimas heridas del edificio antes de que los primeros agentes de la Brigada de Investigación e Intervención (BRI), la principal unidad táctica de París, llegaran al lugar a las 22:20. Tras más de una hora de negociaciones, a las 00:18, estos agentes irrumpieron en la sala y lanzaron un asalto de 56 segundos, neutralizando a ambos terroristas sin que se registraran bajas entre los rehenes. Fue heroico, pero para entonces los terroristas ya habían logrado asesinar a 90 personas dentro de la sala, antes de la llegada de las fuerzas del orden.

Maximizar el daño

Cada equipo tenía un objetivo general, más allá del puramente formal que se le asignó: maximizar el daño. El ataque contra el estadio estaba diseñado para movilizar masivamente a las fuerzas del orden en Saint-Denis y alejarlas de París, reduciendo así el número de agentes en la capital antes de los otros dos ataques. Debido a la demora inicial en su llegada a la zona, los terroristas perpetraron su ataque demasiado tarde y la capacidad policial en París no se vio reducida. 

El segundo ataque, que afectó a cinco objetivos cercanos entre sí a gran velocidad, estaba diseñado para confundir a las fuerzas del orden que se acercasen. La ubicación de los establecimientos atacados, la mayoría en esquinas, provocó la dispersión de las víctimas y una multiplicación de llamadas fantasma a los servicios de emergencia. La profesionalidad de los operadores del servicio de emergencias y la reconocida disciplina de radio de la Prefectura de Policía fueron cruciales para minimizar esta confusión y delimitar las distintas escenas. 

El tiroteo en la sala Bataclan estaba concebido claramente como el ataque principal. A pesar del trágico número de víctimas, la rápida y arriesgada respuesta de un agente de seguridad privada permitió escapar a posibles víctimas y, posteriormente, neutralizó a uno de los terroristas, lo que puso fin a la matanza. La operación para liberar a los rehenes fue un éxito, aunque cuesta usar la palabra cuando el informe final de bajas de la noche registró 130 muertos y 337 hospitalizados. Siete terroristas cayeron en la cadena de ataques. 

La misión estaba cumplida, porque se convirtieron en los ataques terroristas más mortíferos de la historia reciente del país. En el mismo año, en enero, ya se habían producido dos atentados de enorme impacto, contra la redacción de la revista satírica Charlie Hebdo y el supermercado Hyper Kosher, judío. Sin embargo, como declaró entonces el ministro del Interior, Bernard Cazeneuve, «los objetivos de los terroristas habían cambiado». Si en enero de 2015 fueron seleccionados por su claro valor simbólico, no fue el caso el 13 de noviembre. El ISIS atacó deliberadamente y sin distinción a multitudes cuya única característica común era estar reunidas en los mismos lugares, en una ciudad vinculada con la luz y el amor, una realidad que va más allá del tópico. «El objetivo de estos asesinatos en masa era nuestro modo de vida y la unidad de la nación», enfatizó el ministro. 

El ataque desencadenó una serie de esfuerzos por parte del aparato de seguridad nacional francés, que combinaron operaciones militares en Irak y Siria, un aumento de la inteligencia sobre los ciudadanos franceses que combatían en el extranjero y una reforma completa de las capacidades tácticas de las fuerzas del orden. 

Una «tranquilidad imposible»

El juicio por aquellos atentados, en 2022, acabó condenando a 20 hombres por su colaboración. Entre ellos, sólo quedaba un superviviente de los autores materiales, Salah Abdeslam, a quien se le impuso una nada común condena de cadena perpetua sin posibilidad de libertad condicional. En aquellas vistas, uno de los supervivientes que contaron su experiencia de aquel día fue Arthur Denouveaux, un financiero, directivo en una empresa de seguros, que estaba en Bataclan. Entonces dijo una frase demoledora: «El terrorismo es una tranquilidad imposible». 

La sigue defendiendo una década más tarde de salvar la vida. Y, pese a los esfuerzos en seguridad, entiende que hoy sigue siendo un lastre para su país. En estos años, ha sido vicepresidente y presidente de Life for Paris, la ONG que ya unido a las víctimas de los atentados y que se va a disolver en este aniversario, como una manera de superar el duelo, de curar. Afronta el aniversario sabiendo que, año tras año, la fecha suponía un a «frustración» para sobrevivientes y familias de asesinados, pero que esta vez debe ser distinto. «Puede ser la última oportunidad para construir juntos una especie de narrativa nacional, un preludio a lo que está por venir, que abra el diálogo», explica. 

Su deseo es que la francesa no sea sólo una sociedad del miedo y el blindaje, sino de la «sanación y reapropiación» de los espacios que los islamistas les quisieron arrebatar y por eso aplaude la inauguración del parque del 13 de noviembre, cerca del Ayuntamiento, que se espera este jueves. «Un espacio abierto a todos, lo opuesto a lo que ellos querían». 

No cree en el poder curativo del tiempo, pero sí en los reajustes de la vida. Es su caso, cuando ahora tiene tres hijos y un buen empleo, pero ha visto suicidarse a amigos que estuvieron con él en este proceso. Lo ha plasmado en su nuevo libro, Vivre après le Bataclan, recién publicado. 

«Recuerdo claramente haber visto la llama salir disparada del cañón del arma», explica Denouveaux sobre aquel día. «Recuerdo estar tumbado en el suelo y ver la cara de la chica que miraba al terrorista, que seguía allí de pie, inmóvil, y a la gente que la agarró y la tiró al suelo». «Fue otra llamada de atención para mí: ‘Tienes que irte; tienes que correr lo más lejos posible’. Luego recuerdo arrastrarme sobre cadáveres. Creo que la mayoría no estaban muertos, más bien fingían estarlo, pero recuerdo algunas caras en las que, por el ángulo del cuello y el color de la piel, creo que definitivamente estaban muertos», indica. 

Vivir no le ha sido fácil. Más de un año de tratamiento constante y mucha medicación después, aún tiene ráfagas de estrés postraumático, que le atacan cuando menos lo espera: ante la angustia de un metro lleno en hora punta, por el humo de unos fuegos artificiales que le recuerdan la pólvora. No habla de cura o no cura, es algo con lo que tiene que vivir. 

Estos días está removido, en una «oleada» que empieza a principios de noviembre, cuando se acerca el aniversario, y que es intolerable cuando llega el 14, como si volver a la normalidad fuera sencillo. No consuela saber que salvó a la banda de metal a la que esa noche había ido a escuchar, que logró meter a sus componentes en un taxi y mandarlos a una comisaría. «Un ángel llamado Arthur», dijeron de él. 

La lucha, insiste, sigue estando no sólo en lo personal, sino en lo colectivo, en la conciencia nacional de que no sólo hay que atacar «los síntomas del terror, sino sus causas», por lo que reclama planes integrales, más allá de la seguridad, en el que se complemente también lo social o lo educativo. La clave es evitar que pase de nuevo. 

Cambio radical

El 13-N, tan brutal, forzó a Francia a cambiar radicalmente su estrategia antiterrorista, en dos sentidos: incrementando la presencia de agentes, la vigilancia y las herramientas legislativas que permiten en acceso a información y robusteciendo la prevención de la radicalidad, desde lo policial, lo jurídico y hasta lo religioso. Ha sido exitoso, visto que no se ha repetido nada parecido, pero no fácil. 

El mayor debate en estos años ha sido el de llegar a un equilibrio en la balanza entre las libertades civiles y las garantías de seguridad de una sociedad, pero la contundencia de lo sucedido y la extensión del conservasdurismo en el país han llevado a que gane, sin duda, lo segundo. Desde 2015, se han promulgado numerosas leyes destinadas a garantizar que el «nunca más» de las manifestaciones posteriores a aquella noche sea real. Se han ido ampliado las facultades de vigilancia del Estado y su capacidad para imponer medidas restrictivas. Asimismo, se ha reformulado la política de inmigración francesa y la supervisión de las organizaciones religiosas, en particular las musulmanas, aunque sin caer en una persecución a la libertad de culto, que sería impensable en un país que hace gala, precisamente, de ello. 

Lo más destacable es una ley aprobada en 2017, que otorgó al Gobierno la facultad de implementar ciertas medidas de seguridad que sólo eran posibles durante un estado de emergencia -que fue lo que decretó Hollande en la misma noche de autos-, como el establecimiento de perímetros de seguridad en torno a eventos públicos, la imposición de restricciones de movimiento a particulares y el cierre de lugares de culto sospechosos de promover el extremismo. Todo ello, sin autorización judicial previa, que es lo más polémica. 

Poco después, en 2020, llegó ley contra el separatismo, que endurecía las normas sobre la financiación extranjera de grupos religiosos e introducía nuevos delitos contra la incitación al odio, fue muy controvertido y criticado por considerarse antimusulmán. Aun así, la legislación se aprobó al año siguiente con el apoyo de todo el espectro político. Las encuestas de opinión de la época también mostraban un amplio respaldo público a las medidas para combatir el separatismo. 

Hoy sigue siendo así, como demuestra la encuesta elaborada en julio por Elabe, un destacado centro demoscópico, en la que los votantes franceses siguen preocupados por la amenaza del terrorismo y apoyan mayoritariamente la idea de que la seguridad pública exige ciertos sacrificios en materia de libertades individuales. Incluso si se les planteaba una pregunta abierta, sin respuestas sugeridas, lo citaban de forma esponánea, explican a POLITICO. Poco que ver con el debate mundial generado tras los atentados de Nueva York, el 11 de septiembre de 2011. Pasados los años, la seguridad se impone. Por eso, la ultraderecha se apoya en este sentir para reclamar incluso más medidas.

Los 10.000 agentes que trabajaron aquella noche no son un despliegue sostenible, claro, pero sí se han incrementado las plantillas y se han creado unidades especiales, más aún tras los atentados de Niza (2016, 86 muertos) o la decapitación del profesor Samuel Paty (2020). También se ha trabajado en la prevención con teléfonos de ayuda y denuncia y un rastreo eficaz en redes sociales. El Centro Nacional de Recursos y Resiliencia ayuda a todo ello. 

Una de las certezas es que hay un claro elemento de odio en estos ataques, pero también las desigualdades sociales, la pobreza o la funcionalidad de una familia influyen en que haya jóvenes que se enrolen en filas como las del ISIS. Hay problemas clásicos, del fracaso o el acoso escolar a las crisis parentales, que aíslan a parte de la población. El yihadismo busca a vulnerables y, si estas situaciones no se alteran, las cosas se le ponen más fáciles, especialmente cuando cada vez hay más herramientas para llegar a ellos, gracias a internet y, sobre todo, a las redes sociales. 

La amenaza yihadista, hoy

«La amenaza terrorista en nuestro país sigue siendo muy alta», ha afirmado esta semasa Laurent Nuñez, ministro del Interior. No sólo en Francia. La Oficina Europea de Policía ( Europol), expone en su informe sobre la situación del terrorismo en la UE 2025 que estamos ante una «amenaza persistente y multifacética», en la que la «interconexión digital, las tensiones geopolíticas y las ideologías diversas» siguen tejiendo una red que puede intentar caer en cualquier momento. 

A lo largo de 2024, que es el último año estudiando por Europol, se produjeron 24 ataques yihadistas en suelo europeo, 289 personas fueron arrestadas por cometerlos o planearlos (78 de ellas en España, el país con más detenciones) y se dictaron 320 condenas. Fue un año duro, porque se detectaron amenazas de atentados en París, coincidiendo con los Juegos Olímpicos del pasado verano, y también en la Eurocopa de fútbol, celebrada en Alemania. Incluso se frustró un atentado suicida en el concierto de la cantante Taylor Swift en Viena (Austria). 

El informe destaca que existe una «tendencia de jóvenes muy jóvenes involucrados en investigaciones relacionadas con el terrorismo yihadista» que ya se hace estable. «Se observó que grupos de menores se conectaban en red en línea, se radicalizaban juntos y planeaban ataques. La mayoría de estos jóvenes eran simpatizantes del Estado Islámico, pero parecían mantenerse en gran medida al margen de los movimientos yihadistas establecidos y con un conocimiento limitado de la ideología yihadista», sostiene.

La radicalización en las cárceles y la liberación de exconvictos por terrorismo también siguieron en el pasado año, «siendo una gran preocupación para los Estados miembros de la UE». 

Tanto Al Qaeda como el Estado Islámico siguieron explotando los acontecimientos en Gaza, a lo largo de 2024, con el fin de «incitar a ataques y aumentar la violencia», especialmente. Ahora mismo, Palestina, la guerra de invasión de Rusia en Ucrania y el fin del régimen de Bachar el Assad en Siria (el mes que viene hará un año) son los principales generadores de tensiones añadidas en el yihadismo mundial con ecos en nuestro continente. En ela memoria destacan el aumento de ataques contra objetivos israelíes y judíos, como por ejemplo una campaña del ISIS titulada «Mátenlos dondequiera que los encuentren», mencionada en las reivindicaciones de ataques de diversas ramas del Estado Islámico a lo largo del año. 

Las redes sociales y las aplicaciones de mensajería, a su vez, siguen siendo los principales medios para difundir contenido audiovisual terrorista por parte de individuos radicalizados, quienes demostraron distintos niveles de conocimientos técnicos, desde la reproducción y el intercambio de contenido existente hasta la creación de material generado por IA.

Sobre jóvenes, redes y radicalismo, The Combating Terrorism Center, en la academia militar norteamericana de West Point, ha publicado un informe específico que ahonda en una denuncia hecha el año pasado por Naciones Unidas: hay una nueva generación de adolescentes que se radicalizan, sobre todo online, que «no tiene indicios de disminuir». Ha pasado de ser un problema marginal, con casos aislados, a más frecuente, con hasta 50 arrestos en nuestro país en un año. La pandemia de covid, explica, generó una nueva dinámica de consumo de propaganda, que caló en su psique en tiempos de incertidumbre, y a eso se suma que los yihadistas están adaptando sus mensajes a nuevas plataformas y al público occidental. 

La diferencia con asesinos como los de París es doble, por simplificar: ni tienen el éxito en el daño de aquellos ni tienen su organización. Se trata, sobre todo, de lo que se llama lobos solitarios, que se radicalizan en sus cuartos más que en la calle o las mezquitas, y actúan también por libre. El acceso a armas es muy limitado, así que van con lo que pueden, de navajas a cuchillos y pequeños explosivos. No suelen tener antecedentes penales y, en muchos casos, dejan huella digital suficiente como para ser cazados. No obstante, son amenazantes. 

Como indica otro informe también de West Point sobre tendencias globales ante este aniversario, estos peligros necesitan de mejoras constantes en la anticipación, porque el modus operandi está «en plena evolución». Que los atentados grandes sean «cada vez más infrecuentes», que lo que se use sean armas blancas y vehículos, no quiere decir que no acechen, que no lo quieran intentar. De Francia, indica el documento, hay que aplaudir en estos años el avance en integración policial, en la mejora de respuesta tanto en números como en rapidez, en formación y conocimiento (hay policías que reciben unas 500 horas de formación al año en materia antiterrorista). Aún así, recomienda un mayor conocimiento para acciones de primera mano en policías locales, más integración de fuerzas, medios e información, descentralizar en otras ciudades o replicar modelos exitosos como el de vigilancia de París y, también, «imaginar y simular» para ponerse en la mente de los terroristas. 

Porque lo de hace diez años parecía imposible, pero fue verdad.