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Alcaraz viste de perfección su venganza con Sinner y levanta su segundo US Open, el sexto Grand Slam de su carrera

Las victorias se alimentan de derrotas, proclamaba Carlos Alcaraz con su tenis exacto, el mejor de su vida. La reciente frustración de Wimbledon, donde lamentó sus carencias, le llevó a una versión superlativa de sí mismo y al éxito más rotundo ante su rival histórico, Jannik Sinner. Antes le había derrotado -hasta nueve veces-, pero casi siempre con incertidumbre. Este domingo, en la final del US Open le venció en dos horas y 42 minutos de juego como si otro resultado fuera imposible. [Narración y estadísticas (6-2, 3-6, 6-1, 6-4)]

«Hay algo en su juego que hace pensar en un avión de grandes dimensiones empezando su descenso para tomar tierra en el JFK de Nueva York», contaba John McPhee en Los niveles del juego mientras veía aquí a Arthur Ashe y lo mismo podría haber escrito de Alcaraz. A los 22 años, su sexto Grand Slam le mantiene en la línea de las leyendas -ya acumula los mismos que Boris Becker o Stefan Edberg, Rafa Nadal a su edad tenía uno menos-, le devuelve al número uno del ranking ATP y, sobre todo, le antepone en la rivalidad que marcará el tenis.

Será así. ¿Hasta cuándo? Quién sabe. Pero será así. Llevan un par de años y pueden ser un par de décadas. Dos hombres. Dos tenistas. Una discusión continua por la supremacía en lo suyo. Si la remontada de Roland Garros encendió el fuego en Sinner, la desdicha en Wimbledon transformó definitivamente a Alcaraz. La revancha obligaba a mejorar, a cambiar, a evolucionar.

Nada queda de aquel adolescente que no temía a nada -«Quizá a la oscuridad», contestaba si le preguntaban por sus miedos-, ahora es un hombre firme. Fuera de la pista ha modificado sus rutinas y dentro de la pista ha perfeccionado su juego. Mantiene esa imprevisibilidad en cada golpe, pero ya no camina sin arneses entre dos edificios. Para que falle hay que hacer que falle. Hay que pelear mucho para que falle. En el primer set sólo sumó dos errores no forzados, los mismos que en el tercero, mientras empujaba a Sinner al tropezón una y otra vez. La lección estaba aprendida: no podía haber un golpe igual que otro. Sus intercambios se vestían con una enorme variedad de efectos, de velocidades, de alturas, de ángulos. Ralentizaba la bola, para luego enviarla al lateral y justo después empotrarla en el fondo. Era la fórmula para la venganza.

Concentrado desde el inicio

Y ni un segundo dejó pasar Alcaraz para aplicarla. En el atletismo, los jueces hubiesen pitado una salida nula. Gran parte del público todavía no se había sentado -las medidas de seguridad por la llegada del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, retrasaron media hora el encuentro- y ya dominaba a Sinner. De hecho, su primer set fue perfecto. Más concentrado de inicio, su presentación fue brillante, con momentos para el delirio. Una contradejada de las suyas, en carrera, abalanzándose sobre la red, puso de pie a todos los presentes. Una hora y media hubiera durado el duelo ante cualquier otro rival. Pero Sinner era Sinner.

Son muchos los argumentos del italiano y éstos prevalecieron en el segundo set, cuando Alcaraz aflojó. Quedaba entonces la duda: ¿sabrá rehacerse? Hubo unos minutos en los que llegó a lanzar quejas hacia su equipo como había hecho en Wimbledon. Pero fueron pocas. Nuevamente la evolución. Escudado en su saque, preciso y veloz durante todo el US Open, recuperó la serenidad y se lanzó sobre su rival histórico para ejecutar su venganza. En el cuarto set, con dos bolas de partido perdidas por el español, sobrevino el recuerdo de París, pero a la tercera fue inclemente.

7 de septiembre. 23.29 en los relojes de Nueva York. La fecha y la hora elegidas por Alcaraz para el desquite. Fuera como fuera. En las circunstancias que fuera. El tenis para un español es el sol, sólo se juega si hay luz natural, ni hablar de hacerlo bajo la lluvia. No es así en el norte de Italia, donde la mayor parte del año se refugian en esos hangares enormes con cubiertas hinchables. Eso define el carácter de Alcaraz y Sinner, la alegría de uno, la serenidad del otro, pero sobre todo define sus golpes. La lluvia sobre Nueva York impuso un techo a la final y eso teóricamente perjudicó al español, que disfruta si la pelota bota más alto gracias al calor.

En su currículo sólo hay un título menor en esas condiciones, uno menor además, Rotterdam, mientras Sinner ya había dominado giras enteras en indoor. Pero no importaba. «Bajo techo, se jugará bajo techo», confirmaba el equipo del español en el calentamiento en la Arthur Ashe muchas horas antes y no había rastro de lamento. Si hay que jugar así, se juega así. Si hay que ganar así, se gana.