Hace ya diez años desde que Ana Torroja (Madrid, 1965) se fue a vivir a México y 33 desde que Mecano se separó cuando estaban en la cima del mundo. El tiempo pasa aunque para ella, que mantiene su imagen menuda, atlética y con el pelo rubio corto (algo menos), parece ir más lento. «No, no, ya soy vintage, no engañemos al lector», se ríe durante la entrevista, que hacemos aprovechando un viaje relámpago a Madrid. Acaba de sacar una nueva canción, ‘Se ha acabado el show’, que adelanta el disco que publicará el año que viene. Pide un té que no tengo, acepta un agua y se sienta, relajada y simpática, a charlar.
- ¿Qué hace una mujer como tú en una España como esta?
- Nunca me he ido ni me quiero ir. Que mi vida esté ahora en México no quiere decir que no quiera saber nada de mi país. Al contrario, estoy feliz cuando vengo. Lo extraño, lo echo de menos y lo quiero con todas sus virtudes y sus imperfecciones.
- ¿Se valora más desde la distancia?
- Yo siempre lo he valorado, pero es cierto que tener perspectiva sobre las cosas siempre es muy saludable. Cuando uno está muy encerrado en sí mismo y no ve más allá, se pierde muchas cosas. A mí me gusta tener esa distancia en todo en general: en las relaciones de pareja, en las de trabajo y también con mi país. Necesito ese tiempo para desconectar porque me parece muy, muy sano y, además, me ayuda a tener más claro lo que quiero, lo que pienso y lo que siento. Y lo que siento por España es un cariño enorme.
- ¿Qué te sigue empujando a hacer música?
- Esa es la eterna pregunta en mi cabeza. De hecho, así arrancó el disco nuevo. Me resistía a empezar a escribir temas nuevos porque pensaba: «¿Para qué vas a hacer un disco si la gente ya sólo escucha canciones?¿Qué puedo contar que no haya contado todavía? ¿No habrá pasado ya mi tiempo?». Todas esas preguntas me las llevo haciendo años. Ya lo he contado todo, ¿para qué voy a seguir? Hasta aquí llegué. Y eso fue justo lo que me abrió la puerta a un disco de diez canciones, la propia duda. Empecé a escribir las canciones como catarsis y me sirvió para tomar distancia y perspectiva sobre esas cosas que me estaban rondando la cabeza.
- Suena a que sigues en activo más por ti que por el público.
- Totalmente. Cuando hago un trabajo lo hago pensando en mí y no en el público. Lo hago en función de lo que yo necesito contar, cómo lo quiero contar y qué me pide el cuerpo en ese momento. Luego ya, cuando lo sacas, pierdes el control sobre él y cada uno se lo apropia y lo personaliza, pero yo lo hago por mí. Esa duda que plantea el título de la canción, ‘Se ha acabado el show’, es una pregunta que viene a mi cabeza bastantes veces y desde hace años, no es de hace dos días.
- Supongo que tener tal nivel de éxito y fama antes de los 30 condiciona toda tu vida posterior. ¿Compensa?
- Claro que compensa. Sobre todo porque no ha sido fácil, la vida me ha puesto muchas pruebas y me gustan los retos. Soy muy guerrera, muy peleona y todo lo que he conseguido, con Mecano y todavía más después, lo he peleado y lo he tenido que luchar. Lo más difícil que he conseguido es permanecer, llevar ya 30 años como solista, más que con el grupo, y tener aún un huequito. No me importa que sea más o menos grande, pero tenerlo y que la gente, cuando sacas algo nuevo, por lo menos te dé la oportunidad de escucharlo. Ha merecido la pena y no lo podría haber logrado sin todo lo que aprendí en esos años del principio de mi carrera.
- ¿Cuáles son esas pruebas que te ha puesto la vida?
- Normalmente, los líderes en los grupos musicales también son los que escriben las canciones, pero en Mecano no era así. Componían ellos dos [José María y Nacho Cano] y yo era la la portavoz de esas canciones. Y, aunque aprendí mucho, cuando empecé mi carrera en solitario fue como si tuviera que aprender a caminar otra vez. Daba mucho vértigo. Al fin y al cabo, hasta entonces yo me exponía mucho físicamente, porque era la imagen del grupo, pero mi exposición interna era pequeña.
- Claro, lo que cantabas eran las movidas de los Cano.
- Eso es. Eran ellos los que sacaban sus sentimientos, sus ideas y sus cosas. De hecho, mi primera canción como solista fue ‘A contratiempo’ y al empezar a cantarla y ver que era en femenino y no en masculino dije: «Joder, estoy hablando de mí. ¡Qué miedo!». Te empiezas a sentir vulnerable, no sabes si vas a ser capaz… pero, al final, a todo se adapta una.
- ¿Cómo te llevas con la sombra eterna de Mecano?
- Siento agradecimiento, porque si no hubiera vivido esos 11 años de Mecano seguramente no estaría hoy aquí hablando contigo. Sería muy presuntuoso pensar otra cosa. No fue fácil porque me llegó, como la canción, por la fuerza del destino. Me colé en una fiesta, también como en la canción, conocí a José, nos hicimos amigos, luego algo más y a partir de ahí surge toda la historia del grupo. Lo disfruté, aunque también es verdad que a veces lo sufrí un poco porque soy una persona bastante introvertida aunque no lo parezca. Toda esa parte de sobreexposición de un éxito tan bestial no fue fácil de gestionar para mí. Esa es la parte que más me costó de Mecano.
- Es que durante la etapa que va del ‘Descanso dominical’ (1988) hasta vuestra disolución, tras la gira del ‘Aidalai’ en 1992 [el amago de reconciliación de 1998 no fue a ningún lado] fuisteis mucho más que un grupo de éxito.
- Mecano fue un momento de España, un estado de ánimo. El grupo más popular [ambos discos permanecen en el Top-10 de los más vendidos de la historia de la música española] en un momento de pura euforia general. Para mí toda esa fama era difícil, sobre todo porque yo no lo busqué, me lo encontré. Mecano fue un gran accidente para mí, una serie de casualidades que fueron haciendo una bola cada vez más grande y tuve que aprender a convivir con todas esas cosas que incluso hoy me cuestan. Me encanta todo lo que tiene que ver con la creatividad y lo artístico, pero aún me sigue costando llevar el personaje en que me convirtió aquello. Lo llevo mejor, pero me sigo quedando cortadísima cuando alguien se me acerca en el súper o paseando por la calle.
- Pero con 25 años, la fama puede ser muy divertida.
- No para mí. De hecho, me hice agorafóbica. Tenía miedo de salir a la calle y que alguien se me acercara. Cuando pasaba, mi reacción era mala, no lo gestioné bien. De hecho, en 1992, que fue quizás el momento de más presión social con todo lo de la separación, me fui a vivir a Nueva York porque necesitaba ser una donnadie para recuperarme a mí misma. Mecano era tan grande que me había fagotizado, absorbía totalmente mi vida y mi persona. Ahora, con el tiempo, me he reconciliado con aquella última época. Hemos hecho una especie de minidocumental de cara al disco nuevo y hemos visto algunas imágenes de aquella gira del 92 que casi ni recordaba porque soy poco nostálgica y… ¡Wow! Era una locura.
- Fuiste un poco el sujeto pasivo de la separación del grupo. Fue cosa de ellos y tú querías seguir. ¿Guardas rencor por ello?
- No, pero en ese momento no me gustó, claro. Me entró un vértigo tremendo y, además, yo soy de poner el 100% en todo lo que hago y en esos once años había dedicado mi 100% a Mecano. Dejé de estudiar, dejé cualquier otro plan y cualquier otro sueño y me dediqué en cuerpo y alma al grupo. Y, de golpe, deciden que se acabó y no había nada que yo pudiera hacer para evitarlo. Dije: «Y yo, ¿qué? ¿Ahora qué hago?». También es verdad que pensé que era una separación transitoria así que decidí hacer un disco como solista. Pensé que igual que José estaba haciendo su ópera y Nacho su musical, yo hacía el mío y luego ya nos volvíamos a juntar y seguíamos igual.
- Pero no.
- No. Nunca seguimos y nunca nos reunimos.
- No será porque no hayáis tenido ofertas.
- Sí, y por un dinero que asusta. Hemos perdido mucho dinero ahí. Yo hubiera vuelto, no lo niego. Aún volvería, mira la de grupos de la Movida que siguen tocando o se reúnen y dan unas giras enormes, pero no se ha dado. Creo que los tres en algún momento habríamos vuelto, pero no hemos coincidido en el tiempo.
- ¿Cuál era tu dinámica con José María y Nacho? ¿Te trataban como a una igual?
- No. Yo tenía mi rol en el grupo y era diferente al suyo. Ellos componían, yo cantaba y daba la cara. No lo digo como un reproche, es como funcionábamos y yo lo asumía. No intentaba meter mano en sus roles porque, sinceramente, en ese momento no me sentía capaz de hacerlo.
- Con el tiempo has demostrado ser perfectamente capaz de componer. ¿Había cierto machismo en aquel reparto?
- No lo considero machista, fue más algo personal y, en buena parte, culpa mía. Tenía inseguridades y no sentía que pudiera llegar a su altura escribiendo. Nunca lo había hecho y tampoco lo intenté. De hecho, Nacho me invitó a escribir una parte de la canción ‘Mosquito’ y me tiré una semana para hacer cuatro frases. Imagínate lo que hubiera sido depender de mí para componer, no habríamos tenido canciones nunca. Sencillamente, ellos eran mejores en eso y yo lo aceptaba. No me borraron, si acaso me borré.
- ¿Tienes trato ahora con José María y Nacho?
- No especialmente. Tengo el mismo trato que hemos tenido siempre. Ni nos vemos ni hablamos regularmente, pero tampoco es necesario. A veces nos hemos comunicado por cosas concretas y, obviamente, sabemos los unos de los otros porque hoy se sabe todo, pero no tenemos una relación de amistad como tal. Eso sí, cuando hablamos es como si nos hubiéramos visto ayer. Cuando has compartido algo tan fuerte y has pasado tanto tiempo juntos, siempre queda un vínculo.
- Desde esa distancia, ¿cómo valoras las últimas polémicas en las que se ha visto envuelto Nacho Cano?
- No me sorprende. Nacho siempre ha sido el que más expuesto ha estado de los tres porque le gusta esa popularidad, la necesita. José y yo no siempre hemos sido mucho más introvertidos, pero a Nacho le ha ido el jaleo, que hablen de él aunque sea mal. Cuando le veo siempre pienso «joder, qué putada estar otra vez metido ahí», pero luego me hace feliz que siempre sale airoso de las polémicas. Eso quiere decir que tiene razón o, al menos, más razón de la que le conceden.
- Has comentado antes que representasteis un momento de euforia general en España. ¿No está un poco mitificada aquella época?
- Yo creo que no. No sería perfecto, pero la convivencia era mucho mejor que ahora. Los 80 fueron un momento cultural y creativo superpotente. Veníamos de la represión y todo hizo boom. Todo explotó, todo servía, todo valía, todo molaba. No había ningún tipo de censura externa ni interna y eso fue muy bueno para la sociedad. Eso sí, en el momento no éramos conscientes, pero eso también tenía sus lados oscuros. Toda esa apertura dio lugar a sexo, drogas y rock and roll y hubo mucha gente que se quedó en el camino.
- ¿Cuál fue tu relación con las drogas?
- Inexistente. De hecho, tengo una foto en mi casa de una campaña contra las drogas en la que participé. Yo no tomaba, pero me afectaban porque muchos amigos sí. No me gustaba lo que veía, me daba tristeza. Toda mi vida me he negado a depender de algo. En cuanto tuve 14 años empecé a buscarme trabajitos para no tener que pedir dinero en casa. Viene dentro de mi personalidad.
- Pero hay que tener mucha personalidad para, en un momento donde todo el mundo tomaba y no existía la actual conciencia sobre sus efectos, no probar.
- Sí, estaba por todas partes, no hacía falta buscarla, te la ofrecían, pero nunca me atrajo. Pero si yo salía a bailar a Pachá y bebía Coca-Cola porque tampoco me gusta el alcohol [risas]. Tampoco he sido muy fiestera. Hacía una vida bastante inusual dentro del entorno de la Movida, de la música y de todo lo que pasaba en ese momento. Salía de vez en cuando, iba a algunas fiestas, pero siempre he sido más casera, más de levantarme temprano e irme a montar en bici.
- ¿Y encontrabas con quién?
- En mi entorno familiar sí. En el laboral y social, ya bastante menos [risas].
- La Movida es un buen ejemplo del cambio que ha dado España en la convivencia. Bajo un mismo paraguas, coexistía perfectamente gente de distintas ideologías, estratos sociales, etc.
- Totalmente de acuerdo. Esa capacidad de hablar y convivir con el que piensa distinto se ha deteriorado. Yo creo que existía más la idea de que, con nuestras diferencias, queríamos avanzar en el mismo sentido como país. Antes podías juntar en la mesa a cualquier persona, daba igual que fueran de distinta ideología política o de distinto equipo de fútbol, y no pasaba nada. Lo hablabas, lo discutías y, después, seguías tomando tu cerveza tan amigos. Me da mucha pena lo que pasa ahora, la crispación que hay y no poder pensar diferente sin que te tachen de algo. No es sólo en España, es mundial, pero aquí me da especial rabia porque no éramos así. Hasta hace nada, nos entendíamos y caminábamos juntos.
- ¿Qué crees que ha cambiado?
- Las redes sociales, los políticos, las crisis… Al principio de los 90 éramos un país feliz, moderno… Me da pena porque siento que hemos perdido ese respeto por el prójimo, esa empatía, esa tolerancia… Y eso nos hace un país peor. En México se portan más como país que en España. Con sus diferencias, luego buscan el acuerdo como aquí hace unos años.
- Nunca te has posicionado políticamente.
- No, porque además, en mi época, tampoco se nos pedía y no pasaba nada. Eso de que los artistas tengan que decir a quién votan o a quién dejan de votar es una moda posterior. Yo lo que tuve que aguantar es lo de que era una pija.
- ¿Lo eras?
- No, siempre digo que soy de mentalidad hippie, pero de clase media. ¿Qué pasa? ¿Es incompatible? Cómo venía de una familia acomodada y mi padre era ingeniero, me cayó la etiqueta, pero en realidad tampoco me afectó. Dentro del ambiente artístico, precisamente por esa tolerancia y por ese respeto a la diversidad y a las diferencias, nadie te pedía el carné de nada. De hecho, se quiso crear una especie de lucha de clases entre Alaska y yo, porque ella era más punk, pero era sólo una cuestión de imagen. Los dos grupos veníamos del mismo estatus social y económico.
- Tu look se convirtió en imagen de marca.
- Lo he ido variando sobre la misma idea y el pelo corto es lo más cómodo que me ha pasado en la vida. Me duró muchísimos años y me ahorró muchos problemas porque la gente creía que era lesbiana y tanto los tíos como la prensa me dejaba más tranquila. Sin planearlo, creé una imagen bastante icónica porque, además, tampoco me copiaron tantas: nadie se atrevía.
- En 2022 creó polémica tu decisión de solicitar el título de marquesa de Torroja, que concedió Franco a tu abuelo y luego pasó a tu padre. ¿Por qué lo hiciste?
- Creo honestamente que al español le gusta polemizar por cualquier cosa. No sé por qué se quisieron sacar las cosas de contexto y buscarles un significado político que no tienen. Es un título que le dieron a mi abuelo [el ingeniero Eduardo Torroja Miret] por sus méritos, que fueron muchos y todavía los disfrutamos. Mi padre lo heredó y, antes de fallecer, quiso que yo lo mantuviera. Yo no quería el título, de hecho se me olvida que lo tengo, pero estoy orgullosísima de haber heredado algo sentimental de mi padre y de mi abuelo.
- ¿Aún te motiva enfrentarte a todo el ajetreo que supone sacar disco?
- No lo pienso. He disfrutado el proceso de creación y ahora no sé a dónde me va a llevar ni si va a funcionar bien, mal o regular. Y como no sé lo que va a ocurrir, prefiero no crearme expectativas. Luego, en cuanto a la gira, los viajes cada vez dan más pereza y el cuerpo se queja, pero sigo disfrutando mucho, el directo, es muy terapéutico para el público y para el que está encima del escenario. Al final, un disco es un poco como el gimnasio, cuando vas a empezar y los primeros días todo es pereza, pero una vez que arrancas no lo puedes dejar.
- ¿No echas nada de menos aquella atención, aquella fama, aquel éxito…?
- No, no, no. La fama no me gustaba y me sigue sin gustar. Cuando empezó a bajar no sólo no me dolió sino que lo agradecí. Como te comentaba antes, me fui a Nueva York huyendo de ella. Busqué el sitio donde más anónima pudiera ser. Un día vi a David Bowie sentado tranquilamente en la escalera de una puerta en el Soho y supe que era lo que necesitaba. Podía pasear tranquilamente por la calle sin que nadie molestara y eso para mí era muy necesario. Me costó mucho volver a toda la vorágine de sacar música, pero ya lo hice de otro modo más sano mentalmente. Aprendí a gestionar todo eso, pero la etapa final de Mecano fue dura. Muy dura.
- ¿Acabaste harta?
- Al final estaba quemada. Hubo momentos difíciles al ver que el grupo se descosía y, sobre todo, hubo momentos de agotamiento físico porque teníamos tanto éxito que no había forma de parar. Recuerdo una vez, en México, que estaba fatal, Moctezuma y eso, pero teníamos muchos conciertos seguidos y suspenderlos era impensable. Daba igual que tuviera fiebre, me ponían inyecciones y oxígeno para salir al escenario, hasta que un día me desperté y no me podía mover. Fui incapaz de levantarme de la cama. Estaba absolutamente deshidratada, me metieron tres días en el hospital y el día que salí me llevaron directa a dar un concierto. «Vamos, recupérate pronto que nos están esperando». Por eso, cuando he sido dueña de mi tiempo y de mi carrera, he dedicado tiempo a esa otra Ana que a no importaba en Mecano.
- ¿Has sido feliz?
- Sí, muchísimo. Hoy más que antes, pero el balance es positivísimo. Viví cosas increíbles con Mecano y, luego, no sabía si iba a ser capaz de hacer una carrera como solista y mantenerme en la industria musical, que cada día es más difícil, pero aquí estoy. ¿Cómo no voy a estar satisfecha?
