La memoria es una herramienta o un arma, según el lado de la trinchera desde el que se recuerde. Pero también, y esto es lo que cuenta, no somos nada más que memoria. Y quizá por ello, ahora más que nunca, la serie Anatomía de un instante, según el dictado memorístico de Javier Cercas y, apurando, del filósofo Henri Bergson. Según este último, más allá de la memoria en su acepción fisiológica más corriente (la de tener buena o mala) se encontraría lo que llamó memoria pura. Y en ella se haría presente lo esencial de la persona en cuanto ser espiritual. Y hasta carnal. Para el pensador francés el ser humano es precisamente y de forma muy singular «el ser que tiene memoria». A un lado la disquisición teórica, lo que cuenta es la intuición. Y hasta la propia poesía que la intuición trae con ella. Somos, que diría Borges, ese quimérico museo de formas inconstantes. Somos, en efecto, nuestra memoria. Es decir, con Alberto Rodríguez, como director de la miniserie de cuatro capítulos de Movistar Plus + recién presentada en San Sebastián, con Rafael Cobos como coguionista, con los actores Álvaro Morte, Eduard Fernández, Manolo Solo y David Lorente, además de con los citados Cercas, Bergson y Borges, se puede decir ya que hay mayoría absoluta a favor de la memoria.
Para situarnos, se cuenta, como en el libro, pero con el hipnótico impulso de las imágenes y con ellas de las emociones que se pegan a la retina, lo que pasó alrededor de aquel día fatídico en el que España tembló y, esta vez sí, casi se rompe. Hablamos de la tentativa de golpe de Estado del «Sesientencoño«; hablamos de la noche de los transistores; hablamos del discurso definitivo del rey de entonces ahora en Dubai; hablamos de todo aquello que creíamos imposible que sucediera de nuevo después de ver el largo reportaje documental de Victoria Prego sobre la Transición. Hablamos de todo eso y hablamos de los tres únicos hombres que cuando los golpistas entraron en el Parlamento se quedaron de pie: el presidente Adolfo Suárez, el líder comunista Santiago Carrillo y el entonces vicepresidente primero del Gobierno Manuel Gutiérrez Mellado. Hablamos de ellos y del teniente coronel de la Guardia Civil Antonio Tejero. Hablamos del humo de la memoria. Qué barbaridad todo lo que se fumaba entonces.
«Lo cuenta el propio Cercas en el prólogo del libro y me impresionó al leerlo», dice el director. Y sigue: «En el Reino unido, según una encuesta, para el 45% de la población Winston Churchill es un personaje de ficción. Y eso es porque la historia se borra, se olvida, toda esta gente que está diciendo ahora mismo las barbaridades que está diciendo sobre las bondades de la dictadura no tiene ni idea de lo que está hablando. Que la extrema derecha llegue al poder es una idea de la incultura mezclada con desinformación». Y para ello, quizá, otra vez, la memoria.
La serie sorprende al principio y durante los minutos iniciales del primer capítulo cuesta situar a los personajes, se hace trabajoso colocar a Morte en la piel de Suárez, a Fernández en la de Carrillo, a Miki Esparbé en la de Juan Carlos I y a Daniel Lorente en la de Tejero. No hay esfuerzo, sin embargo, en situar a Manolo Solo en la de Gutiérrez Mellado por la sencilla razón de que su trabajo, sin desmerecer el de sus compañeros, es sencillamente descomunal. Pero pasado el primer instante de extrañamiento, todo fluye por el rigor y frenesí incluso de un thriller perfectamente ajustado a razones e impulsado por los retazos claros o difusos, allá cada uno, de, otra vez, la memoria. De repente, la serie se antoja no solo febril, sino inaudita. De repente, la España de hace casi 50 años (44 para ser precisos) se antoja tan lejana y tan frágil que olvidar no es una opción. Calificar una película o serie de necesaria es torpe, pero permitirse de tanto en tanto una torpeza oxigena la sangre y hasta estira el cutis. Anatomía de un instante es de obligado cumplimiento y, lo más importante, magnética.
Cuenta Rodríguez que puede sorprender a muchos ver como Suárez alza el brazo como Elon Musk (además de Hitler) y da un taconazo. Eso pasó. «Lo fascinante de su figura es que era capaz de enamorar a todos. Se reunía con unos falangistas y al acabar la reunión, éstos le consideraban uno de los suyos. Y si lo hacía con socialistas, lo mismo», dice. También apunta el director que lo que más interesante le resultó fue rescatar la figura de Carrillo en unos tiempos, éstos que vivimos, en que «la semántica de las palabras cambian y comunista se ha convertido en un insulto». «No nos damos cuenta del nivel tan alto de renuncia de estos hombres y no nos damos cuenta de que los tres –Suárez, Gutiérrez Mellado y Carrillo– se inmolaron no tanto por sus ideas, que también, como por el bien común. Los tres fueron tachados de traidores», añade. Y para que no queden dudas de sus intenciones, Rodríguez no puede por menos que dejar a la vista el alma misma del proyecto: «Estamos en un momento inexplicable en el que las personas son incapacidades de sentarse en una mesa para hablar de cualquier tema. La política no es esto que está pasando. Todo se ha simplificado y los discursos se han convertido en algo tan básico e interesado que pierden todo el sentido». Pues eso.
Cobos y Rodríguez llevan años empeñados en leer la parte de atrás de la Transición. Grupo 7 discurría por el otro lado del muro que levantó la Expo para separar lo que convenía que se viera de lo que no; La isla mínima se detenía en un rincón perdido del sur varado para siempre, y sin transiciones, donde sucedía la otra barbarie que no es más que la de siempre; El hombre de las mil caras arrojaba luz de forma casi violenta sobre el cuento mal contado del Estado y sus otras cosas, sus desagües, y Modelo 77 miraba donde nadie había mirado nunca: la cárcel. Se diría que ahora, Rodríguez y Cobos cambian el punto de vista y miran de frente, sin dobleces, detrás del último unicornio de aquellos tiempos: el consenso, el entendimiento, el bien común.
Anatomía de un instante no busca revelaciones sorprendentes ni culpables de última hora, solo busca y alcanza la memoria con una narración perfectamente engrasada (el mejor es el tercer capítulo, el de Gutiérrez Mellado) que apela al espectador con una claridad y violencia que, admitámoslo, perturba. Sabíamos lo que cuenta la serie, pero verlo tan delante impresiona. Y sobre todo impresiona verlo bañado en un humo denso y constante de tabaco que todo lo ciega. Pero, y esto es lo importante, el humo se disipa. La memoria permanece. Lo dicen Cercas, Bergson, Borges y Rodríguez.
