En junio de 2024, el Palacio de los Papas se sacudió en la inauguración del Festival de Aviñón cuando Angélica Liddell, con una simple túnica blanca de encaje, presentó la propuesta radical y provocadora que había ido desarrollando en Dämon. El funeral de Bergman. Era la primera española que ocupaba -y lo hacía por completo- el patio de honor del monumental escenario, en uno de los más prestigiososo eventos teatrales que acoge Europa. Y lo hacía casi desnuda, como ella ha entendido siempre su arte. Desde la desnudez y la provocación.
Precisamente la dimensión de ese momento es la que ha servido para que la dramaturga catalana se haya alzado ahora con el Premio Nacional de Teatro que concede anualmente el Ministerio de Cultura a través del Instituto Nacional de las Artes Escénicas y de la Música (INAEM) y que está dotado con 30.000 euros. Este es el segundo galardón nacional que recibe porque en 2012 ya fue reconocido con el Premio Nacional de Literatura Dramática por La casa de la fuerza.
El jurado ha destacado ahora que Dämon. El funeral de Bergman «sintetiza una forma de trabajar crítica, que no hace concesiones e invita a la reflexión y el debate«. Pero los expertos teatrales, encabezados por la directora del INAEM, Paz Santa Cecilia, también han ahondado en las propuestas Vudú (3318) Blixen y Terebrante que le han permitido desarrollar «un lenguaje de enorme riesgo y calidad» y que la han «confirmado como un referente dentro y fuera de España para la creación escénica contemporánea».
Porque ya desde sus inicios, a finales de los 80 en el teatro alternativo, Liddell marcó como pauta un teatro anclado en la intensidad y crudeza de sus montajes, rompiendo con las barreras clásicas. Porque en ella se entrecruzan el propio teatro, la poesía y también la performance. Sobre todas ellas, emerge la palabra, atada a la entrega extrema. Y emerge Angélica, dramaturga, directora, protagonista y diseñadora de todo ello.
Como muestra las seis horas con las que la catalana se entregó el pasado año en Vudú (3318) Blixen en el Festival Temporada Alta de Girona y en el Conde Duque. O los cortes que perpetraba en sus rodillas en el inicio de Liebestod (muerte de amor en alemán) antes de mostrar la sangre derramada sobre un pañuelo blanco -que causó algún que otro desmayo-.
Durante sus casi cuatro décadas en las tablas, Angélica Liddell ha transitado por la violencia, el sexo, el dolor, el poder, los abusos -que ella sufrió de su madre- y, por supuesto, la muerte. En toda su extensión y también en su más íntima expresión -especialmente la de sus progenitores-. De hecho, Dämon es la segunda parte de una trilogía que conforman Vudú y Eón, en las que el rito mortuorio y funerario son objeto de disección. Como también lo es ella misma.
También como muestra de la más pura radicalidad, hay algo de irónico en que precisamente Angélica Liddell haya ganado dos premios nacionales -además de un León de Plata en la Bienal de Venecia- y haya sido reconocida ahora por su apertura en el Festival de Aviñón con un galardón que entrega el Gobierno de España. En la víspera del festival, en una entrevista con este diario, la catalana aseguraba que «ir como ‘primera española’ es imposible porque a España le importa una mierda que sea la primera española que inaugura Aviñón«. Porque, siempre según Angélica Liddell, «les habría gustado que hubiera sido algún autor plomazo del soleado y flamenco Estado español» quien inaugurara por primera vez el festival en idioma español.
Aquella representación en Aviñón también le valió una denuncia y una lapidación crítica en Francia a la catalana. En un tramo de su montaje, Humillación, Angélica Liddell se pone a leer extractos de críticas que han aparecido sobre sus espectáculos en la prensa francesa –Le Figaro, Libération…- y responde a todas ellas poniéndose de espaldas, levantando la falda y mostrando el culo a los presentes. El crítico de France Inter, François Capron, -contra quien había usado el término cabrón, rimando con su apellido- presentó una demanda contra la española por injurias y pidió que ese momento se retirar del montaje. Sin éxito.
Angélica Liddell y la radicalidad de la provocación.
