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Arturo Valls: «Defender a Carlos Mazón es terraplanismo. Es incomprensible e injustificable que haya tardado un año en dimitir»

Arturo Valls (Valencia, 1975) hace cosas. Muchas. Todo el rato. Pero ahora mismo su agobio es que nos hemos liado y no llega a recoger a los niños al cole, al otro lado de la ciudad. Es tentador hacerle una broma con lo que le espera intentando cruzar Madrid en coche y el título de la película que nos ha reunido, ‘Pequeños calvarios’ [ya en cines], pero no quiero hacerle sufrir más cuando nos despedimos y sale, literalmente, corriendo.

Definen la película como una comedia valenciana. ¿Qué es eso?
Fíjate que yo no lo definiría así porque para mí la comedia valenciana entronca más con Berlanga y, a través de él, con el esperpento de Valle-Inclán. Aquí hay cierta exageración, pero es más humor absurdo. Lo que sí tiene es una luz muy valenciana, esa a la que Sorolla supo sacar tanto partido. Lo de la luz de Valencia no es un tópico ni una presunción de los valencianos, es que es así. Hay una luz especial y, en cuanto podemos, presumimos.
Tú, en general, de Valencia presumes siempre.
Desde luego que sí. Estoy un poco fastidiado con el Valencia de fútbol ahora, pero voy siempre que puedo y hago bandera. Sobre todo, del carácter hedonista que, por lo que sea, no me cuesta [risas]. Eso lo llevo a rajatabla.
Ese cartel de vividor no te lo quitas.
Lo sé, pero a estas alturas soy ya más epicúreo que hedonista. Me he convertido en el que pone un poquito de cordura en las fiestas. Me gusta beber sin emborracharme, comer sin atiborrarme y comprar sin endeudarme. Disfrutar, pero con cierta moderación porque lo otro te lleva a la esclavitud de tener que defender constantemente el personaje como le pasaba a Dean Martin. Llegó un momento en que el tío bebía zumo de manzana, que tiene el color del whisky, para mantener toda la puta vida el personaje de borracho con una copa en la mano. Eso es un coñazo.
Otra imagen que te has trabajado, esta en la ficción, es la de cuñado pese a que nunca lo has sido.
Porque lo he tenido muy cerca muchas veces y es una figura que me fascina en sus rasgos menos conflictivos. El cuñado tiene algunas cosas de mentalidad rancia y machista que no me hacen ninguna gracia, pero me flipa esa otra parte de saber de todo, de tener siempre la razón, de eso te lo arreglo yo… Esa sabiduría tan chabacana y tan barata que ahora se agudiza con las conspiraciones. Los cuñados y los conspiranoicos se cogen de la mano en una idea completamente ridícula que es la base de su fe: «A todos vosotros os están engañando, pero a mí no». Es fascinante eso.
Sólo ellos saben la verdad.
Y lo saben porque lo han visto en YouTube. No porque hayan estado estudiando cinco años una carrera, sino porque han leído un post que dice que nos fumigan. Entonces, si te los tomas con la seriedad que merecen, que es ninguna, molan un montón para hacer comedia.
¿Cómo valora el protoperiodista que eres [comenzó la carrera y trabajó como reportero] las entrevistas que te hacemos? ¿Hay algo de lo que te gustaría hablar y nadie pregunta?
Son muchos años y muchas entrevistas, así que creo que todos los temas del mundo han acabado saliendo, lo que sí se agradece y últimamente echo en falta es que haya una cierta preparación por parte del entrevistador. Eso se nota también enseguida porque aparecen los lugares comunes. Por ejemplo, detesto eso de «háblame de tu personaje». Coño, ¿no has visto la peli, tío? Cuando arrancan así las entrevistas, y pasa mucho, ya sabes que no va a ir bien. Es increíble, tío, qué falta de cariño y de preparación. Otro clásico es lo de los títulos.
¿El qué de los títulos?
El otro día tuve una anécdota maravillosa con ‘Pequeños calvarios’ en el junket, que son esos días en los que estamos mil horas haciendo entrevistas de promoción. Llevaba toda la mañana ya y una periodista me pregunta: «¿Cuáles son tus pequeños calvarios, Arturo?». Y digo, con evidente sarcasmo: «Perdona, me has pillado desprevenido con esa pregunta porque no me la habían hecho hoy». A lo que me responde totalmente en serio: «Bueno, pues alguien tenía que hacerla, ¿no?» [risas]. En fin, que se echa de menos en general que se hayan currado las preguntas y, al final, sufrimos esto nosotros, que vamos en piloto automático, y el lector o espectador, que ve una entrevista coñazo. Noto que va a peor porque, hay tantos medios y queremos llegar a todos, que te encuentras con que en la mayoría no hay cariño, no hay amor por la profesión, no hay una pregunta interesante y sufres un desgaste que no va a ningún lado. Esto hay que revisarlo.

Siempre has seleccionado mucho cuando posicionarte en cuestiones políticas, pero lo hiciste recientemente con Palestina.
Es que hay cosas que no permiten estar callado. Esto no es política, es humanidad y no entiendo cómo ha podido haber debate con una cosa tan desproporcionada, tan salvaje y tan obvia. Defender lo que estaba haciendo Israel sólo es posible cuando claramente atiendes a unos intereses que no tienen que ver con lo humano, con la dignidad y con la moral. Hemos visto algo que me flipa y es que ciertos políticos han decidido posicionarse en contra de lo que pensaban sus propios electores. Eso me peta la cabeza. El 80% de los votantes de derechas de España estaban en contra del genocidio en Gaza y seguía habiendo dirigentes del PP defendiendo a Israel. Evidentemente, ahí hay otros intereses personales, no es ideología ni beneficio electoral. Estamos llegando a unos extremos en los que es inevitable dar un paso al frente.
Como valenciano, otro asunto que te ha hecho hablar es la dana de hace un año.
Es que es otro ejemplo de algo incontestable. Defender y justificar la actuación de Mazón es ser un terraplanista, un negacionista de lo obvio, y es lo que hemos visto todo un año. Hay un presidente que no gestionó bien esto y costó vidas. Punto. Habrá matices, pero eso es así y no pasa nada por decirlo y asumir la responsabilidad. Aparte, ¿no habría estado mejor este señor diciendo «no he estado a la altura y dimito» desde el principio? ¿No vivirías mejor el resto de tu vida que siendo señalado por no reconocer una mala gestión? Es incomprensible e injustificable que haya tardado un año en dimitir.
Hemos visto en Estados Unidos, con los casos de Stephen Colbert y Jimmy Kimmel, como el poder, Donald Trump en este caso, cancela o intenta cancelar a cómicos que no son de su cuerda. ¿Te preocupa que pueda llegar a España?
Claro, porque estamos viendo una deriva muy autoritaria a nivel mundial. Trump no ha tenido problema en señalar que si un tío no piensa igual que él o no transmite sus argumentos, se lo carga y no pasa nada. Es el signo de los tiempos y suena fatal. Cada vez hay menos posibilidad de debate, se están cambiando las reglas de convivencia democrática. Estábamos acostumbrados a una sociedad más templada, más moderada, en que se debatía, se escuchaba y se votaba. Ahora hemos llegado a las malas artes, a un todo vale que ha hecho que se pierda la paz social. Que un dirigente de un país pueda decidir quién presenta un programa y quién no es peligrosísimo y atenta contra algo sagrado como la libertad de expresión.
El debate sobre los límites del humor ha cambiado de sentido.
Totalmente. Cuando surgió ese debate hace unos años, los que decían que ya no se podía hablar de nada son los mismos que ahora defienden que se cancele algo que no les gusta o aplauden a Trump cuando se ventila a un cómico. Estoy flipando con eso. Antes eran los defensores de la libertad y ahora, mira…
¿Cómo estás conviviendo con los 50 años?
Regular, tirando a mal. Mira que me resistía a darles importancia, porque soy una persona que evita el conflicto externo e interno, y pasé bien los 40, pero los 50… Joder, hay algo que pesa mucho en ellos. Yo no había mirado para atrás nunca, iba siempre palante, palante, palante, y de repente empiezas a perder padres, familiares, gente de tu edad, incluso, y te da una buena hostia. Empiezas a mirar tu salud y al pasado, que eran dos cosas a las que yo no prestaba atención, hay una sensación de inquietud y ni siquiera acabas de entender qué tienes.
Tienes años.
[Risas] Es eso, básicamente. Y si haces una mudanza y, de repente, abres una caja con cintas de cassette de varios, de esas que grabábamos y nos regalábamos, ahí ya te da un pelotazo que te deja seco. Te ves escuchando Depeche Mode y pensando en cómo se ha ido todo a la mierda.
¿Se ha ido todo a la mierda?
No, eso es una exageración, pero sí me preocupa un montón la deriva que estamos viviendo con las pantallas y las redes sociales. Como padre, me agobia. Ellos ya han nacido con eso y parece demasiado radical eliminarlo, pero es muy tentador al ver que la gente no socializa, que cada vez habla menos y estamos cada vez más individualizados y ensimismados pensando en nosotros mismos. Esto es lo que más me agobia del mundo. Que no se salga al parque, que no se salga a jugar, que no se salga a hablar, que no se salga a alternar cuando toque. Eso no tiene que ver con los 50, tiene que ver con la vida y la estamos estropeando.