Los personajes femeninos del tebeo español de la posguerra eran realmente singulares. Primero, porque no eran frecuentes, y segundo, porque los que poblaban sus páginas eran verdaderamente especiales. La humanísima Petra, criada para todo, creación de Escobar, iba más allá del cliché gracias a la sensibilidad de su autor. Las hermanas Gilda de Vázquez eran dos solteras que mantenían sus propias dinámicas sin necesidad de hombres, aunque suspiraban por un buen marido. Y la que nos ocupa hoy, Doña Urraca, era digna de protagonizar portadas del semanario El Caso, y no como víctima, precisamente.
El padre de nuestra protagonista es una figura capital del tebeo español, Miguel Bernet (Barcelona, 1921-1960). Republicano convencido (llegó a mentir sobre su edad para combatir en el frente, donde resultó herido), tuvo que pasar por un período de «reeducación» franquista antes de volver a la vida civil restaurando imágenes religiosas. Dotado de un excepcional talento para el dibujo, a principios de los 40 inicia su carrera como dibujante de agencia y en 1944 comienza a colaborar con Bruguera. Bernet firmará como Jorge, pseudónimo que usará desde el nacimiento de su hijo Jordi (del que hablaremos más adelante).
En 1948, en las páginas de Pulgarcito, la revista más popular de la casa, presenta a Doña Urraca, que se convierte en un éxito casi de inmediato. Doña Urraca es una absoluta rara avis en los tebeos de Bruguera. Para empezar, es una mujer mayor, poco agraciada y, lo más importante, es una villana. No es que cometa trastadas, es que es un monstruo que deja al Doctor Caligari a la altura del betún. En su primera historieta, Doña Urraca disfruta al ver un choque frontal entre dos coches, intenta que un ciego cruce la calle cuando el tráfico está desbocado y, de postre, le da un sopapo a un niño. Finalmente se llevará su merecido al viejo estilo Bruguera: la muelen a palos. Así empezaba su andadura, pero la cosa iba a más. En sucesivas aventuras, Doña Urraca intenta cortar el suministro de penicilina a los hospitales, secuestra a un niño, tira una bomba a unos chavales, le quita el bastón a un viejo y hasta la echan del infierno por mala.
Doña Urraca era un dechado de vicios, de nariz afilada, vestida de riguroso negro y con un sempiterno paraguas (un look, como más tarde el de Mortadelo, inspirado en Fúlmine, el personaje del dibujante argentino Divito), dedicaba todos sus esfuerzos a la brujería y al mal en general. Tal despliegue de burradas tenía que topar, por fuerza, con la censura de la época, así que nuestra protagonista perdió su esencia: tras la recomendaciones del lápiz rojo del censor, sus iniquidades quedaron reducidas a travesuras, aunque dotadas de un saludable gamberrismo, y se le dotó de un compañero de buen corazón que contrarresta su carácter, el afable Caramillo. Lamentablemente, Jorge falleció de manera prematura en 1960, y fue su hijo Jordi, el inspirador de su nombre artístico, quien se encargó de tomar las riendas del personaje en una breve etapa con solo 15 años. Décadas más tarde, Jordi Bernet (Barcelona, 1944), es admirado como uno de los más grandes maestros del cómic internacional, dibujante, entre muchas otras series, de Torpedo, un clásico absoluto del género negro.
Tras ellos, Torá, otro dibujante de la editorial, continuó con las historias del personaje, pero fue Schmidt (seudónimo del dibujante cartagenero Gustavo Martínez, fallecido en Barcelona en 1998) quien le insufló nueva vida: exploró su carácter siniestro, pobló sus aventuras de personajes terroríficos y realizó su primera historia larga, El castillo de Nosferatu (1974) que, lamentablemente, quedó inconclusa. La popularidad de Doña Urraca fue tal que incluso apareció como villana invitada en un par de cortometrajes animados que los Estudios Vara realizaron a finales de los años 60 con Mortadelo y Filemón como protagonistas, en un singular crossover fuera de los tebeos. Lamentablemente, la quiebra de Bruguera significó el fin de sus aventuras.
Y ahora es el turno de mi propuesta para resucitar a nuestra particular Cruella de Vil patria. El diseño se mantiene fiel a las líneas maestras del trazado por Jorge, pero en 2025, las maldades son más refinadas que antes. La Doña Urraca del franquismo andaba siempre a la cuarta pregunta, pero la actual es una gran propietaria de infinidad de inmuebles heredados (no ha dado ni golpe en su vida) que están en el mercado como pisos turísticos a un precio desorbitado (tras expulsar a patadas a sus inquilinos con amenazas de todo tipo) y, por supuesto, sin registrar ninguno legalmente.
El resto de sus propiedades las utiliza como pisos patera donde se hacinan inmigrantes ilegales, que mantiene por el mero placer de pensar en lo mal que lo pasan bajo su techo. Urraca se mantiene soltera para no compartir ni un céntimo de su fortuna, y está hecha una chavala pese a su edad porque es una asidua a todo tipo de tratamientos de belleza, porque mejor la cirugía que la brujería. Esto era el progreso.