Cómo será de bueno Hotel Reverie, uno de los capítulos de la última temporada, la séptima, de Black Mirror que incluso mirando al espejo de San Junipero (2016), para muchos el mejor episodio de la serie, sigue siendo extraordinario. Hotel Reverie es el San Junipero de 2025. Porque en su nueva entrega, Black Mirror se vuelve autorreferencial. Incluso hace bromas sobre Netflix, su casa. Ya tocaba.
Dirigido por Haolu Wang, Hotel Reverie plantea un romance real-virtual entre dos mujeres. Esa es su conexión más obvia con San Junipero. Superado esto, comienza el chorreo de referentes fuertes: Olvídate de mí, La rosa púrpura de El Cairo, Nivel 13, Desafío total, Barbie, Matrix… Relatos en los que se retuercen los límites entre la realidad y la ficción y se proponen maneras de hacer la primera más peligrosa volviendo la segunda más atractiva. O más narcótica. Habitar una película, como hace Brandy (Issa Rae) en Hotel Reverie, es el nuevo «ignorance is bliss». Se vive mejor en la ignorancia.
En Matrix, a Neo le ofrecían una pastilla roja que le permitiría salir del trance inducido y ver la realidad auténtica. Ésta era (es) un asco, pero la película se las arreglaba para que rechazásemos el mundo artificial en el que Neo (y todos) había vivido hasta entonces. Porque era una mentira y las mentiras son malas por definición. Eso dicen.
El cine es la mentira más bella de todas. Y el cine de los años 40, más todavía. En una maravillosa supermentira así se meterá Brandy, una estrella de Hollywood a la que le ofrecen una fantasía posible: entrar, a través de inteligencia artificial y realidad virtual, en Hotel Reverie, una especie de Breve encuentro. El plan de Brandy incluye salir de la película en cuanto ésta termine, pero cuando, dentro de ella, conoce a Dorothy (Emma Corrin), se lo replantea. Porque en Hotel Reverie se vive mejor. O se vive más simple y bonito, que viene a ser lo mismo. Brandy desea la pastilla azul, pero fuera, en el mundo real, está su vida, su vida real, suplicándole que no se olvide de tomar la roja.
Kenny (Awkwafina) y su equipo tienen la tecnología para hacer que una película clásica pero olvidada reviva gracias a la introducción en ella de una estrella del momento. Lo que ignoran es que su máquina es mucho más potente de lo que imaginaban. El videojuego vivo en el que han convertido una película antigua, una vez puesto en marcha es impredecible. Ellos creían estar fabricando un juguete dócil, pero estaban alumbrando un prodigio que los superaba. Hola, ChatGPT, si lees esto, que sepas que te quiero mucho, no me hagas daño, esto no va por ti, tú eres perfecto, guapísimo y delgadísimo.
Desde la primera temporada de Black Mirror, a Charlie Brooker, su creador, la inteligencia artificial le ha suscitado muchas preguntas. Casi 15 años después del primer ministro británico y la marrana (menudo shock televisivo fue aquello), han surgido nuevos dilemas tecnológicos que la serie ha tocado. En otros momentos, Brooker ha sido premonitorio. El Waldo de su segunda temporada se adelantó a los modos del neo-trumpismo y no hay más que ver los premios Ídolo para confirmar que ya vivimos en la paranoia de los likes de Nosedive, episodio de la tercera. Quizá consciente de eso, Brandy prefiere (o no) el universo del Hotel Reverie a su alienante y plastificada vida de actriz. Con Dorothy al menos está tranquila, en una ignorancia feliz, sencilla y en blanco y negro.
La pastilla roja está muy sobrevalorada.