Francia ya transita por la anunciada travesía del desierto. El país vecino ha quemado a su cuarto primer ministro desde enero de 2024, después de que François Bayrou no superase la moción de confianza que ayer había presentado en la Asamblea Nacional. Lo esperado: 364 votos en contra, 194 a favor, 15 abstenciones y adiós. El presupuesto presentado por el centrista, que obligaba a un recorte de 44.000 millones de euros, ha sido la causa de su hundimiento, incapaz de convencer a la oposición de la necesidad de semejante hachazo e incapaz de asumir algunas de las peticiones de otros partidos.
Bayrou, ante el Parlamento, insistió en que su huida hacia adelante, sin posibilidad de victoria, estaba justificada para alertar a los ciudadanos y a las demás fuerzas políticas de la gravedad de la situación que afronta la nación, con un endeudamiento brutal y sin capacidad de producir lo que necesita. Prefiere dejarse el cargo en el camino, pero lograr cambios. ¿Pero qué es lo que puede pasar ahora, ante esta situación de bloqueo inédita?
Básicamente, tras la destitución de Bayrou se abren dos caminos: el nombramiento de un nuevo primer ministro con su equipo o unas nuevas elecciones legislativas, pese a que tan sólo fue en julio de 2024 que se celebraron las últimas, las que dejaron la Asamblea atomizada, partida en tres bloques: los liberales con la derecha clásica, la ultraderecha y la izquierda.
El presidente de Francia, Emmanuel Macron, rechaza en principio esta última opción, pese a que fue él mismo el que convocó los comicios de hace poco más de un año, de forma sorprendente y sin muchos apoyos de sus socios, en un intento de impedir que creciera más la Agrupación Nacional, el partido de extrema derecha de Marine Le Pen, que venía de vencer en los comicios europeos de junio.
Así pues, le toca buscar al quinto primer ministro de su tumultuoso segundo mandato (último, además, que acaba en 2027), con la esperanza de conseguir un presupuesto para 2026 que reduzca el déficit. El problema, como se ve, es que debe hacerlo en un parlamento sin mayoría absoluta. El Palacio del Elíseo anunció ayer que Macron comunicará su decisión en los próximos días, después de que esta mañana reciba la dimisión formal de Bayrou.
Sabe que tiene pocas opciones viables para forjar un gabinete estable, dado que no cuenta con mayoría parlamentaria y que ha dinamitado puentes durante años con los partidos con los que necesitaría pactar, especialmente la izquierda más centrista. Así que esta vez, se trata menos de la persona elegida en sí y más de la estrategia para calmar al parlamento, muy inquieto, como quedó claro en el debate de ayer tarde. Hay que barajar rápido las cartas, o no tendrá presupuesto para el año que viene.
Uno de los nuestros
Hay varias opciones en sus propuestas por venir: el presidente podría mantener el rumbo y volver a elegir a un primer ministro de su propio tripartito, es decir, un centrista o derechista de Los Republicanos. François Patriat, aliado de Macron desde hace tiempo y veterano senador, afirmó a la prensa que ese sigue siendo el escenario más probable, a pesar de los fracasos previos. «Es la única opción real. El presidente necesita a alguien en quien confíe y que tenga la astucia para negociar», declaró.
Contar con un leal en el cargo podría proteger algunas de las principales reformas de Macron, como el aumento de dos años de la edad de jubilación. Pero para que esta estrategia funcione y se aprueben las cuentas del año que viene, el primer ministro entrante tendría que convencer a los socialistas, que hoy por hoy son el bloque electoral clave, de que se abstengan. Lógicamente, a cambio de concesiones. Bayrou ya lo había intentado sin éxito y su aún ministro de Finanzas, Éric Lombard, reconocía que, si se daba esta coyuntura, no quedará más que ceder.
En esta tesitura, un candidato leal y adelantado en la contienda es el actual ministro de Defensa, Sébastien Lecornu, que mantiene buenas relaciones con otros líderes del partido -importante, además, cuando está ya abierta la pelea por la sucesión de Macron, que ya no puede presentarse a más presidenciales y necesita un sucesor-, además de ser muy cercano al presidente. Es el único ministro que ha servido en sucesivos Gobiernos ininterrumpidamente desde 2017. Un superviviente, vaya.
Julien Denormandie es otro amigo de confianza de la primera campaña de Macron, una posibilidad porque también cuenta con experiencia de gestión, toda vez que anteriormente fue ministro de Agricultura. Estar muy cercano a Macron podría ser contraproducente en las negociaciones con la oposición, eso sí. «Nombrar a un verdadero leal es difícil», declara Matthieu Gallard, jefe de investigación de Ipsos Francia, al Financial Times.
El de Gérald Darmanin, titular de Justicia, es un must. Es siempre uno de los señalados en las quinielas y él mismo ha mostrado interés en el puesto. Es un político astuto, que se posiciona como firme contra la delincuencia y la inmigración (temas esenciales de los ultras) y un defensor de la clase trabajadora. Aún así, podría parecer demasiado derechista para los socialistas.
Otra figura con experiencia y valor sería Catherine Vautrin, expolítica conservadora que ahora dirige un ministerio que supervisa el Bienestar Social, la Salud y el Trabajo, una megacartera en materias muy sensibles para la población. Macron casi la nombró primera ministra en 2022 y ahora podría ser el momento. Una mujer, además, cuando no abundan sus nombres en el macronismo.
El riesgo de la estrategia de un primer ministro de la misma tendencia del que ahora se va es que podría conducir a los mismos resultados: otro bloqueo presupuestario, otra caída de otro Gobierno. Ese escenario, probablemente, sí que empujaría a Macron a convocar elecciones anticipadas de nuevo. Legislativas, presidenciales ya ha dicho que nunca, pese a la presión de Le Pen. Un fracaso más dejaría el regusto de que nadie en la administración es capaz de entender los problemas de los franceses. Las encuestas avisan: uno reciente de Elabe mostró que solo el 6% de los encuestados quiere otro primer ministro del grupo de Macron.
Abierto a la izquierda
Otra opción es que que nuevo primer ministro o la nueva primera ministra sea un socialista. La izquierda fue la que ganó, de hecho, las elecciones legislativas de 2024, cuando se presentó como un bloque único, en el que las tendencias aparcaron sus diferencias en un intento, exitoso al fin, de parar los pies a la ultraderecha. El Nuevo Frente Popular (NFP) se impuso por la esperanza de los ciudadanos de que, juntos, podían impedir que los de Le Pen tocasen poder, un cordón sanitario de primer orden. Lo lograron.
Sin embargo, el presidente Macron nunca les ofreció a ellos el puesto de primer ministro, directamente acudió a su propio partido de centro, Renaissance, más sus socios de centroderecha y derecha, algo que se tomó como una afrenta. Aún así, en estos 14 meses desde los comicios, la izquierda se ha fragmentado de nuevo. Ya se ha ido viendo cómo los socialistas o la Francia Insumisa votaban distinto en la Asamblea o mantenían contactos con Macron a diferentes niveles. En el socialismo tiene ahora la mirada Macron, porque son quienes pueden inclinar la balanza.
Olivier Faure, líder del Partido Socialista, se ha postulado para encabezar un Gobierno y había negociado con Bayrou en estos días un cambio en el presupuesto, no aceptado. Si ahora llega al Hôtel de Matignon -la residencia oficial del primer ministro galo-, será, dice, introduciendo un elevado impuesto sobre el patrimonio (del 2% para las personas con un patrimonio superior a 100 millones de euros, que son menos de 2.000 en Francia). También promete suspender el aumento de la edad de jubilación a los 64 años propuesto por Macron.
Los socialistas han dejado claro que únicamente gobernarán para implementar una agenda de izquierdas que rompa con las políticas de Macron, que consideran rechazadas por los votantes tanto en las elecciones como en las protestas, habituales en las calles de todo el país. Justo este jueves, en mitad del embrollo, hay convocado un «paro» o «bloqueo de país», una gran jornada de movilizaciones bajo el lema «Boicot, desobediencia y solidaridad». Las cuentas fallidas de Bayrou están en el centro de esta convocatoria, que se espera masiva.
No sólo hay condicionantes ideológicos en la postura del socialismo galo, sino también un claro tacticismo electoral, porque están pasando por años malos, sin disimulo, desde que se rompió el bipartidismo habitual que se alternó en el poder de Francia. Han de demostrar, de nuevo, que pueden ser una alternativa de poder, han de impedir un trasvase mayor de votos desde sus filas a la Francia Insumisa y han de hacerlo rápido, haya o no legislativas, porque el año que viene hay elecciones municipales, tan pronto como en marzo. Todo eso, sin evidenciar cesiones a Macron pero siendo lo suficientemente flexibles, francos y leales como para darle un primer ministro.
Como Faure es peleón y puede presentar batalla, la prensa francesa añade otro nombre socialista a la porra: el de Bernard Cazeneuve, exprimer ministro, que abandonó el partido en 2022 debido a su decisión de alinearse con la extrema izquierda. Su nombre surgió como posible candidato a primer ministro ya el año pasado, cuando el elegido fue Michel Barnier (defenestrado en diciembre) una opción que fue descartada por los propios socialistas. Tampoco hay que tachar al veterano exministro Pierre Moscovici, actualmente presidente del Tribunal de Cuentas, la oficina de contabilidad nacional, con aires tecnócratas y bien considerado.
Los nombres conservadores
Macron suele enfatizar su centrismo, pero si hablamos de inclinaciones, las suyas están más a la derecha que a la izquierda, sin duda. Por eso esta vía no es nada descartable para los cambios que necesita el Gobierno. Es verdad que lo intentó en el pasado y no le salió bien, cuando llamó a Barnier, un político conservador muy apreciado, antiguo negociador del Brexit en nombre de la Unión Europea (UE). Pese a su estampa, permaneció en el cargo apenas tres meses, antes de ser destituido por su presupuesto con ajuste de cinturón. De nuevo. Barnier había intentado negociar con los ultras, tapándose la nariz pero dispuesto a lograr sus votos, pero fue Le Pen quien rechazó sus ofertas, dejándolo solo.
Con Bayrou, Los Republicanos (que es como se llama el partido de la derecha de siempre) ha seguido cooperando con el Gobierno de Macron y contaba ahora con varios ministros en funciones. Sin ellos, en el Parlamento no se habría movido nada, por puro bloqueo de números.
¿Hay alguien entre ellos que pueda dar ahora el paso? Sí. El más destacado, dicen los medios galos, es Xavier Bertrand, un político con mucha carrera que dirige la región norteña de Hauts-de-France, donde se ha opuesto férreamente al resurgimiento del partido de la Agrupación Nacional, una baza importante para Macron. Su énfasis en la protección de los trabajadores lo hace ligeramente más atractivo para la izquierda, pero atraería la ira de los de Le Pen, que siguen siendo el mayor partido individual en la Asamblea.
El ministro del Interior, Bruno Retailleau, que ahora lidera a la fracción de Los Republicanos, es otra opción, pero más ideologizada, más militante, más a la derecha y con responsabilidades orgánicas de peso que igual obligarían a demasiados movimientos internos. De la partida, también, mientras duren las especulaciones.
Sea cual sea el nombre elegido, la realidad práctica -y los precedentes- sugieren que la elección de un nuevo primer ministro podría tratarse de un proceso prolongado. A ver quién da con un nombre que no suscite objeciones, o no las suficientes, o que no sea rechazado automáticamente, o que no tema verse afectado por la cercanía a Macron, un lastre cuando antes se le ha criticado tanto. Es de suponer que, mientras todo se aclara, Bayrou seguirá como interino.
¿Elecciones?
Bayrou arriesgó y perdió su rol de primer ministro al buscar apoyo parlamentario para sus iniciativas de reducción del déficit, un paquete de casi 44.000 millones de euros en subidas de impuestos y recortes del gasto. Sus planes buscaban reducir el déficit de Francia del 5,4 % del PIB al 4,6 % del PIB el próximo año para finales de 2025.
Ayer, sin embargo, todos partidos de oposición, de todo el espectro político, se unieron contra él y su Gobierno minoritario. Las negociaciones previas que mantuvo con las diferentes fuerzas fueron inflexibles, incapaces de introducir modificaciones que contentasen al menos a una parte, sacando la mayoría necesaria. Hubo partidos como el de Le Pen que desde el primer momento pidieron elecciones, sin margen, y otros como los socialistas, que dieron alternativas, pero no del gusto del centroderecha.
La presión para que haya elecciones, directamente, sin nuevo primer ministro, son importantes, en particular por la Agrupación Nacional, que quiere se se disuelva de nuevo la Asamblea Nacional y se celebren elecciones parlamentarias y hasta presidenciales si hace falta. Pero también hay voces fuertes que dicen que sería una pérdida de tiempo, porque es poco probable que una nueva votación cambie mucho las cosas. Los comicios tienen un coste, económico y social.
Más allá de eso, también hay voces, esta vez de la extrema izquierda, que piden la renuncia de Macron. Es muy poco probable que eso suceda. Ha repetido insistente que su puesto está cubierto hasta 2027 y necesita ese tiempo para consolidar su legado (que se esperaba brillante en sus inicios) y una sucesión ordenada en sus propias filas, especialmente cuando los ultras no dejan de ganar terreno y se le pueden complicar las mayorías, como es evidente ahora.
Un sondeo de Politpro, a fecha 5 de septiembre, indica que las elecciones hoy las ganaría el partido de Le Pen (condenada por desviar fondos y que podría no ser candidata) con un 33% de los votos, seguido del Nuevo Frente Popular, con 26; Ensemble, con 16; y Los Republicanos, con 10.