Desaparecen los campeones detrás de otros campeones y así el deporte avanza como el tiempo. No hay gloria para todos. De orgullo se alimenta Novak Djokovic para seguir intentándolo a los 38 años, pero el tenis ya no es suyo. Como Jannik Sinner en Roland Garros y en Wimbledon, Carlos Alcaraz le negó la inmortalidad este viernes en semifinales del US Open. Con el resto de rivales todavía sobresale, pero los dos dominadores actuales hasta ponen en duda su carrera. ¿Podría derrotarlos el Djokovic de hace 10 años? El debate es legítimo. La única certeza es que en la actualidad no puede.
Le queda el tenis que le llevó a sus 24 Grand Slam como le queda el carácter, pero las piernas van a otro ritmo. Incluso un Alcaraz nervioso le derrotó en tres sets por 6-4, 7-6(4) y 6-2 en dos horas y 23 minutos de juego. Puede ser que al español todavía le imponga la leyenda, quizá fue simplemente un día menos bueno, pero lo cierto es que a su victoria le faltó la purpurina de la mayoría de veces. El domingo, si se enfrenta en la final a Sinner, que todavía tiene que ganar a Félix Auger-Aliassime en la otra semifinal, necesitará la mejor versión de sí mismo.
Fue una cuestión de afinación. Nada que haga temer. Alcaraz fue el tenista que es, vertiginoso con su saque, poderoso con su derecha, pero la magia no le salía. «Cuando tienes confianza puedes hacer cualquier cosa», pregonó Arthur Ashe, el hombre que da nombre a la pista central del US Open, pero… ¿Qué pasa si te falta? A principios del segundo set, Alcaraz se miraba la muñeca como Charles Barkley o Patrick Ewing hacían en Space Jam cuando los Monstars les robaron el talento. Había fallado su tercera dejada consecutiva y Djokovic, con su primer break a favor, se había colocado con un 3-0 de ventaja en ese periodo. Su solución fue jugar. Jugar, jugar y jugar.
Nueva York, con ‘Nole’
Hasta ese momento se había precipitado, incluso ganando el primer set, pero a partir de entonces alargó los intercambios para imponer su ritmo. En un punto se llegaron a enlazar hasta 27 golpes. Y así se construyó su triunfo. El tie-break del segundo set, el momento clave del partido, se decidió con esas variables: además de su saque, su velocidad de bola.
Fue la enésima prueba de madurez para Alcaraz por la relevancia del encuentro, por el adversario y por el escenario. Porque ocurrió algo extraño este viernes en Nueva York. Entre los dos contendientes, el público inicialmente tenía pocas dudas. En la entrada de ambos a la pista, el español se llevó una ovación mientras Djokovic apenas escuchó unos pocos aplausos. Pese a sus cuatro títulos aquí, su relación con los aficionados yankees siempre ha sido complicada: a ver quién es más chulo. Pero en las semifinales todos se volcaron con él.
Por una parte, como suele pasar en el tenis, mandaba el deseo de ver un partido lo más largo posible. Y por el otro, estaba la contagiosa admiración hacia el serbio de los criptobros. Los nuevos lobos de Wall Street, presentes en las gradas bajas de la Arthur Ashe, le aman y con sus gritos comandaron al resto como ultras en el fútbol.
El triunfo exigía carácter y Alcaraz lo tuvo. En el último set, Djokovic intentó que volviera a caer en las prisas y ya no lo hizo. Consciente que su juego de fondo ya era suficiente para imponerse, que no precisaba inventar, que no necesitaba subir a la red, el español consiguió la rotura necesaria y se abalanzó sobre su segunda final del US Open, la séptima grande de su carrera. De todas ellas sólo ha perdido una, pero fue precisamente la última, en Wimbledon, y fue precisamente ante Sinner, su posible rival el domingo. Necesitará la mejor versión de sí mismo.
«Jugar otra final aquí es algo increíble. No he ofrecido el mejor nivel posible, pero he conseguido mantenerme desde el principio hasta el final. No me he ido del partido. He sacado muy bien, que era muy importante, y después he jugado un tenis muy físico. Con una victoria así puedo estar orgulloso», sentenció en la pista, donde en lugar de hablar del partido recién acabado le preguntaron, cosa rara, por su pachanga el día anterior contra Sergio García. También ganó, explicó, aunque gracias a los 18 golpes de ventaja inicial.