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Chimamanda Ngozi Adichie: «El #MeToo ha fracasado, hoy en día triunfan ideas retrógradas sobre el lugar de la mujer»

En 2013 la Chimamanda Ngozi Adichie (Abba, Enugu, 1977) publicó Americanah, la historia de una joven nigeriana que emigraba a Estados Unidos en busca de educación universitaria y una vida más próspera. Galardonada con varios premios y con más de dos millones de ejemplares vendidos la novela incrementó la fama de Adichie, muy conocida en los círculos intelectuales estadounidenses (ella misma se mudó al país y hoy divide su tiempo entre él y Lagos, en Nigeria) por dos charlas TED que se volvieron virales: Todos deberíamos ser feministas y El peligro de una sola historia.

Desde entonces la autora, cuya obra y opiniones han encontrado eco en mujeres tan poderosas y diferentes como Michelle Obama y Beyoncé, ha sido madre en dos ocasiones (tiene una hija de 9 y dos gemelos que no llegan al año) y en 2021 perdió en escasos meses a sus dos padres, además de tener varias polémicas relacionadas con temas como la comunidad trans o la política de Donald Trump. Pero hasta ahora no había vuelto a escribir una novela. «No fue nada planeado, simplemente no podía, tenía una sensación de bloqueo horrible. Escribir ficción es lo que más amo, mi vocación, así que en estos años lo he intentado, he perseverado y he rezado también para que surgiera la inspiración, pero sólo llegó después de la muerte de mi madre», explica a EL MUNDO desde su casa en Maryland.

Ambientada entre Nigeria y Estados Unidos, Unos cuantos sueños (Random House) narra la historia de cuatro mujeres conectadas por la sangre, la amistad y el empleo: sus ambiciones y deseos, sus relaciones con los hombres, sus vínculos familiares y las presiones de todo tipo que reciben en su día a día. Están Zikora, una abogada con una madre autoritaria decidida a casarla y a que sea madre; Chiamaka, una aspirante a escritora de viajes consentida empeñada en encontrar el amor verdadero; Omelogor, una exitosa directiva de banca que mientras blanquea el dinero de los poderosos de Nigeria y «redistribuye» su capital entre mujeres emprendedoras pobres; y Kadiatou, una empleada del hogar guineana nacida en un mundo tradicional que emigra a Estados Unidos para reunirse con su marido.

De fondo, narrados con humor, diálogos vivos y detalles minuciosos, laten la inmigración y los prejuicios raciales, la complejidad del amor, dolores femeninos como menstruaciones agonizantes, mutilación genital o partos en solitario, así como las relaciones madre-hija, la amistad, o la maternidad tardía. «No sé de dónde vienen exactamente estos personajes. Supongo que son mis ancestros que me susurran al oído», bromea Adichie. «Siempre observo y tomo notas, escucho una historia, una amiga me cuenta algo de un novio, y yo lo escribo. Eso no significa que lo utilice exactamente, pero buena parte de lo que sucede en mi obra, se basa en algo real. Tomo prestado de la vida, pero hay una parte inconsciente, incluso mágica, que sólo puede explicar la literatura».

«La literatura y el cine muchas veces blanquean la realidad. El arte existe para contar la verdad, esas partes feas y terribles de la vida, de forma honesta»

En esta década ha perdido a sus padres -que narró en su libro Sobre el duelo– y ha sido madre, ¿cómo la han cambiado como escritora estas experiencias?
Soy una persona distinta y por eso Unos cuantos sueños es un libro distinto. Ante todo, porque es el primero que he escrito como madre y veo las cosas de una manera diferente ahora porque sé lo que es ser responsable de otro ser humano, que es lo que significa la maternidad. Pero también es la primera novela que he escrito como una persona sin padres, que eran fundamentales en mi vida. Yo era la niña de papá, siempre sentí que mis padres estaban ahí, que me apoyaban en todo, así que perderlos fue devastador y todavía no estoy muy segura del tipo de nueva persona en la que me he convertido. Sé qué significa perder el amor, que aunque nunca muere, sí pierde esa parte física de la persona que amas. Te cambia la manera como ves el mundo, cambia tu perspectiva, lo que estás dispuesta a tolerar. Así que sí, la persona que escribió Americanah no es la misma persona que ha escrito Unos cuantos sueños.
Un tema recurrente en el libro es la búsqueda del amor frente a toda clase de imposiciones, intentos de matrimonio, prejuicios a la hora de casarse o ser madre… ¿Sea cual sea la sociedad, la mujer siempre tiene que cumplir determinadas expectativas?
Sí, así es, la sociedad siempre nos impone expectativas intelectuales, culturales, religiosas… Son los sueños de las mujeres los que a menudo se espera que no sean tan importantes como los de los hombres. Los hombres también tienen sus batallas, ojo, pero la sociedad es mucho más dura para con las mujeres. Es como si no pudieran ganar. Una mujer que no tiene hijos es vista como fría o como que tiene un problema, y se la juzgará. Y si tiene un hijo se la juzgará por no ser buena madre, o si quiere trabajar se dirá que apuesta demasiado por su carrera. Independientemente de la clase, la raza o la cultura hay un juego de equilibrios que nace simplemente del hecho dehaber nacido mujer.
Hablábamos antes de familia… Su retrato de la sociedad nigeriana, tan familiar, contrasta con la occidental, especialmente el mundo anglosajón, donde esos vínculos son más frágiles. Aunque a veces sea agobiante, ¿cree que la familia es algo esencial de lo que somos, que nos define igual que la cultura, la raza o el sexo?
Escribo sobre el concepto de familia tal como lo conozco y lo practico. Como nigeriana, para mí la familia sí es muy importante, pero efectivamente el concepto de familia es distinto, ya no diría sólo Nigeria, sino en la África subsahariana o incluso en África en general. Allí la familia no se limita a la unidad familiar pequeña, padres e hijos, sino que es algo mucho más amplio. Al hijo no lo crían solo los padres, sino que los otros parientes, tíos y primos en un sentido amplio, son importantes. Me siento muy agradecida de que mi hija tuviera la oportunidad de conocer a mis padres. Creo que hay algo que una generación mayor puede aportar a los hijos, a los nietos, en su calidad de personas que tienen muchísima experiencia sobre el mundo, que saben qué es vivir. Por ejemplo, Omelogor y Zikora a veces se ponen nerviosas cuando la familia se mete en su vida, le organiza citas o les busca clínicas defertilidad, pero si les preguntaras si quisieran que las tías desaparecieran de sus vidas, te dirían que no.

«Ser humano es ser imperfecto. Vivimos en una época cobarde que nos roba la complejidad de la vida y la posibilidad de equivocarnos»

En este sentido, la identidad, el exilio, la nostalgia y las raíces, están también muy presentes en el libro. Usted vive entre dos culturas, ¿cree que es una experiencia enriquecedora en este mundo donde lo diferente empieza a verse con rechazo?
Es una pregunta compleja… Cuando estoy aquí en Estados Unidos es una vida distinta, más tranquila, no tengo parientes que me visitan todo el rato, no hay tanto ruido… No es tan divertido tampoco, pero me gusta la calma y lo agradezco. Cuando estoy en Lagos es mucho más loco porque tengo invitados todo el rato, hay ruido, hay familia, hay gente, y también me gusta ese ajetreo. Pero en ambos mundos siento, y esto es la condición también de ser escritora, que estoy siempre observando, analizando desde una cierta perspectiva. En ese sentido sí es enriquecedor y me siento agradecida de tener ambos mundos. No quiero tener un sólo mundo y si me pidieras que viviera a tiempo completo en Nigeria me volvería loca, pero si tuviera que vivir a tiempo completo en Estados Unidos también me volvería loca (risas).
Unos cuantos sueños habla también de la violencia que debe soportar el cuerpo femenino, desde menstruaciones agónicas, al propio parto, pasando por la ablación… ¿cree que son temas que están todavía escasamente tratados en la literatura y en la vida en general?
No sólo eso, sino que necesitamos más estudios de la mujer que sean completos, desde el punto de vista científico, pero también literario. Hablamos, por ejemplo, de las alegrías de las mujeres, de sus sueños, su voluntad… todo esto es importante, pero no tenemos el panorama completo si no hablamos de que a menudo en nuestra vida experimentamos algún tipo de violencia sexual. O, por ejemplo, de cómo es un parto de verdad. Recuerdo ver una película en la que se ve el parto de un bebé, pero en la escena, de hecho, no se ve el parto, se ve que la mujer está embarazada y después tiene el bebé y está feliz, con el pelo impecable, sosteniendo al bebé, que no llora y las sabanas blancas están impecables e impolutas. Una imagen perfecta. Y yo pensaba: «esto es completamente falso, esto es una mentira, no va así la cosa». Una parte de mí se resiste completamente a la idea de blanquearlo todo. La literatura y el cine muchas veces blanquean la realidad, y ese no es el panorama completo de la vida. El arte existe para contar la verdad, todas esas partes feas y terribles de la vida, de forma honesta y clara.
Antes aludía a la agresión sexual que es la parte más cruda del libro, la historia de Kadiatou. ¿Por qué quiso narrar esta experiencia? ¿Cree que en la sociedad actual esto es cada vez menos común o el #MeToo tiene aún mucho por recorrer?
Todavía queda mucho camino por andar en el #MeToo, por supuesto, en cierto sentido ha fracasado. Me parece un movimiento muy importante, pero no está acabado. Empezó algo, desde luego, pero, tristemente, creo que no ha avanzado como yo creía que iba a hacerlo. Tampoco creo que el movimiento fuera perfecto, se cometieron muchos errores. Hubo cosas que yo creo que no deberían ser parte de él que sí acabaron formando parte y parece que por cada tres pasos hacia delante se dieron dos hacia atrás. Hoy en algunos círculos, simplemente por hablar del #MeToo la gente te mira y te dice: «Ah, o sea, tú eres de aquellas extremistas o quieres acabar con los hombres». Y eso me parece muy triste porque era un movimiento muy prometedor. Pensar que el #MeToo tuvo lugar hace unos años y que ahora estamos como estamos… Ha habido un cambio brutal debido al auge del populismo. En Estados Unidos hay posiciones respecto a las mujeres que la gente no se habría sentido cómoda sosteniendo hace cinco años, como el derecho al aborto. En la actualidad vemos triunfar ideas retrógradas sobre el lugar que debe ocupar una mujer en su casa o en la sociedad. Es un desenlace triste, pero espero que no sea el punto final.
Le preguntaba por qué elige narrar esta historia, que además remite a un caso real [el del presidente del Fondo Monetario Internacional Dominique Strauss-Kahn, acusado en 2011 de agredir sexualmente a una empleada de hotel, Nafissatou Diallo], porque el libro concluye con una nota explicativa sobre esto. ¿Vivimos en una época excesivamente cautelosa, incluso en la ficción, donde la libertad debería ser absoluta?
En efecto, vivimos de una manera demasiado cautelosa, y no creo que sea bueno para nosotros. Ser humano es ser imperfecto. Lo bueno es perseveramos, seguimos intentándolo, pero entendemos que la perfección no existe, que la gente comete errores, se equivoca y fracasa. Las ideas y la vida son complejas, incoherentes, ambiguas… y creo que eso se está perdiendo en este extraño espacio político en el que habitamos, en el que todo debe ser blanco o negro. Las redes sociales forman parte de ello, en gran parte. La gente es libre de decir lo que le dé la gana, pero se olvida de que hay consecuencias en el hecho de hablar.

«Seguramente sería más fácil estar callada ante ciertos temas, pero yo expreso mis opiniones y asumo todas las consecuencias»

¿Y cómo afecta esto a la literatura?
Es muy triste. Creo que este clima es terrible en general, pero es peor como escritora, a la hora de contar historias. La importancia de la literatura es clave y cómo vivimos hoy, en esta vida sin matices, sin grises, afecta a las historias que contamos. Me siento prácticamente en estado de duelo por las historias que no se están contando y que no se contarán, por ese conocimiento que no tendremos porque, precisamente, la gente va con demasiado cautela. Y cuando leo novelas publicadas, por ejemplo, en los 70 o los 80, hay más complejidad, más cosas que te pueden molestar o inquietar. Porque la vida es un lío y tenemos que ser suficientemente adultos y maduros como para estar preparados para encajar ese lío, lo complejo de la vida, algo cada vez menos común.
En este sentido, usted lleva muchos años conviviendo con la fama y ha tenido varias polémicas, ¿siente cierta responsabilidad como escritora, a la hora de escribir, y como persona pública, por su relevancia, a la hora de opinar?
Recuerdo que de niña en casa hablaba, hablaba, hablaba y mis padres me escuchaban y seguramente decía tonterías, pero tenía opiniones. Y sigo siendo esa persona, pienso, tengo opiniones, me gusta intercambiar ideas, hablar sobre ciertos temas y dar mi opinión. Escribir ficción, la literatura, es el centro de mi vida, es lo más importante, pero la literatura también me ha dado una plataforma y a mí siempre me ha interesado la política y siempre me han interesado las ideas, desde muy joven. En ese sentido, siento responsabilidad, pero un tipo de responsabilidad para con mi propia visión. Dicho de otra manera, hablo porque creo firmemente en lo que creo, y espero que lo que digo pueda suponer algún tipo de cambio a mejor. Pero al mismo tiempo no hablo en nombre de nadie, no represento a nadie, porque no sé qué piensa la gente. Y, además, estoy dispuesta a enfrentarme a las reacciones, y algunas han sido muy ácidas, salvajes y desproporcionadas, a las opiniones que manifiesto. Sería más fácil, seguramente, estar callada, pero para mí si algo es importante hablo de ello y estoy dispuesta a aceptar las consecuencias. Igual dices algo que a alguien no le gusta y ese alguien decide no leerte nunca más. Bueno, pues vale, lo acepto, no me gusta, evidentemente, pero lo acepto.
Al principio me comentaba que la ficción es su gran amor, y en estos años ha escrito también libros de no ficción e impartido conferencias. ¿Cree que a través de la ficción pueden calar más los muchos mensajes, todas las reflexiones que hay en esta novela?
Realmente lo creo, sí. De niña leía historias de Rusia o de la India y había muchas cosas que no entendía, pero puedo todavía recordar esas historias, aunque no recuerdo lo que me dijo mi profesor en clase o lo que se contaba en la televisión. La ficción tiene algo universal que hace que respondamos de una forma más emocional, y eso es importante porque es la emoción la que nos hace actuar, la que nos mueve, en definitiva. Cuando los temas son difíciles, duros, complejos, es más fácil para la gente ya no sólo recordar, sino incluso escuchar, si viene arropado por la ficción. Sobre todo ahora que estamos en un mundo tan polarizado. Creo que si sacas un tema espinoso, la gente directamente ya se escuda en opiniones preconcebidas, la mente se cierra y ya no escucha, pero con una novela es distinto.

«Me resisto a la etiqueta de escritora feminista. Soy una persona feminista, pero como escritora no tengo ideología, soy incorrecta y libre»

Pero ahora la política también apela a la emocion. ¿En qué sentido la literatura, el arte, es distinta?
Porque la ficción es radicalmente libre. Un discurso político debería ser –a priori, porque ya vemos que hay muchos que hacen política ficción- ideológicamente correcto y basarse en unos hechos. Está más limitado. Por eso no me gusta que me digan que soy una autora feminista. Sé que hay mucho feminismo en mis novelas, pero yo no quiero ser una autora feminista, yo quiero ser simplemente escritora. Soy feminista como persona y si me resisto a esa etiqueta de escritora feminista es porque sugiere que todas mis historias son ideológicamente correctas, es decir, que todas las mujeres hacen lo feminstamente correcto, y eso no es así. Son mujeres que pueden ser feministas, pero también pueden ser personas espantosas y hay hombres que simpatizan absolutamente con las mujeres igual que hay otros que son machistas y terribles. Por ejemplo, siempre me ha fascinado la Segunda Guerra Mundial, la época de los nazis. Pero aunque leí muchísimos ensayos sobre el tema, no entendí qué significaba ser judío entonces hasta que lo leí en las novelas. La ficción tiene esa cualidad y por eso creo que es tan poderosa.
Ahora que se ha roto ese dique de la ficción, ¿está trabajando en algo o tiene alguna idea para un libro?
A eso no te puedo contestar, es un secreto (risas). Sí, tengo muchas ideas, en mi mente hay muchos personajes que están llamando a mi puerta, pero soy muy supersticiosa. Si te lo cuento desvanecerá todo, así que no lo haré, pero sigo ahí en la ficción y me siento muy agradecida por haber podido volver a ella.