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Cuando Putin ‘robó’ a Liudmila Ulítskaya su biblioteca: «En Rusia veremos una pelea salvaje por el poder»

En la mañana del 5 de marzo de 1953, mientras la radio soviética anunciaba con solemnidad la enfermedad del camarada Stalin, en el interior de un apartamento de Moscú una abuela le susurraba a su hija: «Raisa, compra en Ieliséievski algún dulce. Por cierto, hoy es Purim. Ya os digo yo que Sámej ha estirado la pata». Sámej, la letra s en un idioma arcano, era el nombre en clave para el tirano, y Purim la fiesta judía que celebra la salvación frente a un exterminio. Aquel pequeño acto de resistencia, con el que arranca la monumental novela de Liudmila UlítskayaUna carpa bajo el cielo (Automática Editorial), cifra la historia de un pueblo que aprendió a sobrevivir a la opresión en un discreto segundo plano, en la intimidad de las cocinas comunitarias y en los vagones de tren que atravesaban un imperio helado.

Siete décadas después de la muerte de Stalin, aquella sombra de opresión ha regresado a Rusia con una virulencia renovada. Tras la invasión a gran escala de Ucrania en febrero de 2022, el régimen de Vladimir Putin ha resucitado los viejos fantasmas de la paranoia estatal, la censura y la persecución de cualquier atisbo de disidencia. La historia, como tantas veces en la atormentada alma rusa, parece repetirse, y los intelectuales que se atreven a levantar la voz vuelven a emprender el amargo camino del exilio o se enfrentan a la asfixia civil en su propio país. Una historia que la propia Ulítskaya conoce bien.

Considerada una de las voces más importantes de la literatura rusa contemporánea y eterna candidata en las apuestas un año más al Nobel de Literatura que se conocerá este mismo mes, Liudmila Ulítskaya (Davlékievo, 1943) abandonó Moscú para instalarse en Berlín nada más comenzar la guerra. Crítica implacable de Putin, su lucidez y su negativa a guardar silencio le han costado caro: el pasado marzo, el Kremlin la incluyó en su infame lista de «agentes extranjeros», una etiqueta que en la Rusia actual equivale a una muerte civil. Es la paradójica culminación de una vida dedicada a narrar, precisamente, las peripecias de los represaliados y los marginados del sistema soviético.

Genetista de formación que se refugió en la escritura tras ser despedida de su laboratorio por difundir literatura clandestina (samizdat), Ulítskaya ha construido a lo largo de las últimas tres décadas una obra imponente que funciona como una gran carpa bajo la cual se cobijan varias generaciones de la intelligentsia rusa y judía. Desde novelas corales como Sóniechka o Daniel Stein, intérprete hasta este fresco de la disidencia que es ‘Una carpa bajo el cielo’, sus libros exploran con una humanidad arrolladora las grandes cuestiones filosóficas y vitales, como el perdón, el amor, la amistad o el peso de la historia, que florecen en las grietas de los grandes totalitarismos, demostrando que, incluso en los tiempos más oscuros, siempre hay un hueco para comprar un dulce y celebrar en secreto la muerte del tirano.

Nos encontramos con Ulítskaya, premio Formentor 2022, y con su infatigable traductora y agente literaria Yulia Dobrovólskaya en Madrid a su paso por España para asistir a un acto con lectores en Granada. Entre ellos, como relata con sorpresa, lectores rusos, esos que tanto echa de menos desde que tuvo que escapar a toda prisa de su país dejando su biblioteca en manos de Putin.

En ‘Una carpa bajo el cielo’ seguimos a Iliá, Misha y Sania durante cuatro décadas de historia soviética, unidos por un mismo anhelo de belleza y verdad. ¿Qué quería poner a prueba con ese triángulo —literatura, fotografía y música— frente a las constricciones del poder que atraviesan la novela?
Sabe, en realidad, la novela simplemente parte de la experiencia de mi propia vida, porque cada uno de mis amigos cercanos fueron encontrando sus propias formas de vivir sin participar en aquella horrible sociedad. Por ejemplo, un amigo mío estudiaba la filosofía medieval y de esta forma huía de la opresión soviética. Otra amiga mía, con la que compartíamos el mismo bloque de viviendas, se hizo prostituta. Y también fue una forma de esquivar la realidad soviética.
¿Se puede leer ‘Una carpa bajo el cielo’ como un homenaje a la historia de la literatura rusa?
Verá, soy una persona que siempre ha estado leyendo. Leo desde los cuatro años. Y estoy tan sumergida en la literatura, tan empapada de las obras de los demás, que tengo que ir con pies de plomo para no repetir algo, para no robar ideas o textos de otros. Tengo que ser muy cuidadosa, porque, por supuesto, estoy de literatura hasta el cuello. Y hay otra circunstancia. La cuestión es que la vida soviética, en la forma en que me la encontré cuando crecí, me resultaba tan repugnante que, para mí, la literatura siempre fue escapatoria. Piense que el primer libro grande que leí, a los seis años, fue el Don Quijote de Cervantes. Y no entendí nada, evidentemente, pero lo que sí entendía y tenía clarísimo es que era otro mundo que me gustaba mucho más que el mío.
También hay estas páginas un homenaje a la literatura disidente rusa bajo el totalitarismo. ¿Es posible que paradójicamente se escriba mejor sin libertad que con ella? ¿Hubiera existido un Pasternak en una Rusia libre?
En realidad, hay que poseer un arte, un arte de un altísimo nivel, para seguir siendo tú mismo a toda costa a pesar de toda la presión que te rodea. Y Pasternak poseía este arte. Pocos lo consiguieron. Pasternak es el punto más alto. ¿Y yo? Yo comencé a escribir muy pronto, desde que aprendí a trazar las primeras letras. Lo hice siempre con gran libertad, ¿sabe por qué? Porque nadie me controlaba, porque siempre escribía, y escribo, solo para mí.
Su narración combina amplitud histórica con una atención microscópica a lo cotidiano y, con frecuencia, a la experiencia de las mujeres. ¿Cómo trabaja esa doble lente —épica coral y detalle íntimo— y qué le ha enseñado sobre la supervivencia moral en sistemas que exigen conformidad?
La cuestión es que mi primera profesión fue la Biología. Precisamente, miraba por el microscopio cosas muy pequeñas. Y esto es muy útil para escribir, ayuda muchísimo.

Los protagonistas chocan una y otra vez con instituciones que mienten o administran la verdad. Usted ha dicho que Rusia «batió el récord mundial de la mentira». ¿La literatura opone la verdad a la mentira estatal?
La cuestión es que, en un aspecto, tuve mucha suerte. Desde muy joven tuve amigos maravillosos, como comentaba al principio, y ellos fueron el antídoto contra toda esa mentira que se agolpaba a mi alrededor. Mi buena amiga, una de las mejores, era Natalia Gorbanevskaya. En el 68, siete personas salieron a la Plaza Roja en protesta contra el régimen soviético, y una de ella era Natalia, mi amiga desde la escuela. Y luego otra persona, Yuli Daniel, del proceso de Daniel, también era mi amigo. Todas ellas aparecen en Una carpa bajo el cielo.
En la URSS el arte verdadero a menudo se vivía en márgenes, cocinas, sótanos. El ‘samizdat’. Escribe sobre protagonistas de su novela: «No eran ni un partido, ni un círculo, ni una sociedad secreta, ni tan siquiera una comunidad de personas de ideas afines. Posiblemente, el único denominador común era su aversión al estalinismo…».
Entre otras cosas, y en primer lugar, lo que les unía aparte del odio a Stalin era el deseo de leer lo que no podían leer. La lectura es suficiente. La mente, nuestro cerebro, cambia su forma de pensar. Eso no significa que una persona con el cerebro reconfigurado por la lectura vaya a la plaza a protestar contra el poder, pero jamás irá con una bandera roja a aclamarlo.
Pero es verdad que si alguien dañó de verdad la imagen del comunismo y de la dictadura soviética ese fue Solzhenitsyn. ¿No es trágico precisamente por eso que el escritor acabara alabando a Putin?
Verá, yo creo que la peripecia vital de Solzhenitsyn, tal y como usted la resume, es una gran tragedia. Conocía un poco a su mujer, a su viuda. Y creo que ella entendía perfectamente lo que estaba ocurriendo. En realidad se trata de una historia muy triste, la historia de un hombre que fue devorado por su fama. Cuando digo que Solzhenitsyn fue devorado por su fama, no quiero decir que fuera por ahí pavoneándose. El daño fue muy profundo, porque uno de los últimos artículos que publicó se titulaba Cómo tenemos que organizar Rusia de la manera correcta. Fue un delirio de grandeza y, en cierto modo, una especie de ingenuidad cuando ya podíamos ver que el único que organizaría todo como le diera la gana sería Vladimir Putin.
Dos días después del inicio de la invasión rusa de Ucrania en marzo de 2022 decidió irse a Berlín. ¿Se escribe distinto cuando se llega al exilio «con la maleta medio hecha»? ¿Ha cambiado su idioma interior —el ritmo, la sintaxis, los olores— desde que vive fuera?
Para mí, nada. Porque este apartamento en Berlín lo compré hace más de una década. Y para mí, Berlín es uno de mis lugares de vida, igual que lo es Italia, donde viví bastante tiempo. Y, en realidad, lo importante es que todo lo nuestro lo llevamos dentro. No obstante, mi día en Berlín empieza siempre mirando las noticias de Rusia. Y no tengo mis libros, en Rusia se quedó mi biblioteca, uno de mis más preciados tesoros que no sé si alguna vez podré recuperar.

«La vida soviética me resultaba tan repugnante que la literatura siempre fue escapatoria»

Muchos autores rusos contrarios a la guerra han visto retirados sus libros o canceladas presentaciones. ¿Qué le cuentan sus lectores que se quedaron en Rusia? ¿Siente que su conversación con ellos hoy es más clandestina, más íntima o más imposible que antes?
Es una conversación sencillamente imposible. Puede creérselo o no, pero hace muchísimo que he perdido el contacto con mis lectores. Solo al llegar aquí a España, en mi visita a Granada, he podido al fin hablar en una sala llena de lectores y pensé: ‘¡Jo, cuánto tiempo sin hablar con ellos!’. Porque en Rusia, claro está, no me invitan a este tipo de eventos.
En 2024 fue designada «agente extranjera» en Rusia. ¿Cómo le ha afectado ese temible sello burocrático?
Siempre he querido hacerle una pregunta a la gente que inventó este término: cuando dicen «agente extranjero», el agente sirve a alguna agencia. Díganme, por favor, ¿a qué puta agencia sirvo yo? Decídmelo de una vez. Primero: ya tengo dos denuncias administrativas por no cumplir las obligaciones del «agente extranjero», que consisten en reportar cada trimestre sus fuentes de ingresos. Segundo: mis cuentas en Rusia están bloqueadas y mi editorial no quiere ni puede pagarme los royalties allí. Tras dos denuncias administrativas, la siguiente será criminal, y esto quiere decir que me pueden quitar mi piso, y mi biblioteca, simplemente robármelo todo. Y eso es terrorífico. Cada vez que aparezco en cualquier medio, estoy obligada a vigilar que aparezca la notificación de que soy un «agente extranjero», y si no, incumplo. Por cierto, que la formulación cuando así me nombraron fue por «colaborar con medios extranjeros enemigos de Rusia». ¿En qué formato? En dar entrevistas como la que le estoy dando a usted…
Imaginemos los cinco primeros años después de Putin. ¿Qué ve: una transición caótica con clanes en pugna, una restauración autoritaria con rostro nuevo o una ventana para un acercamiento con Europa?
He pensado mucho en ello. Y creo que después de Putin, el poder lo tomarán sus colaboradores. Colaboradores que le son calladamente hostiles. Es decir, los que están con él ahora, pero a la primera oportunidad estarán listos para ocupar su lugar. No hace mucho encontré, por casualidad, una de las últimas fotografías de Stalin en una tribuna, y a su lado están Mólotov, Jrushchov, Kaganóvich… Toda esa gente que entonces eran sus más fieles colaboradores, pero todos soñaban con ocupar su lugar. Y después de su muerte hubo una pelea salvaje por el poder. Y creo que hoy, si miramos la fotografía de Putin en la tribuna, a su lado hay gente del mismo tipo. Esa es la gente que será la primera en luchar por ese puesto. Y es que, si se puede inventar una parodia de la democracia, eso es lo que tenemos en Rusia.
Y, sin embargo, usted también dijo en una ocasión que algún día habrá Plazas Navalni en muchas ciudades rusas. ¿No cabe un poco más de optimismo?
Le reconozco que la historia es una cosa rara y que, en ocasiones, produce giros muy inesperados. Nadie podría haber imaginado en el año 37 que en Rusia el totalitarismo sería, primero, desenmascarado, y luego repetido una y otra vez. Como ocurre ahora.
Está usted un año más entre las principales candidatas en todas las apuesta para ganar el premio Nobel de Literatura este mes de octubre. Si así ocurre, ¿a quién piensa dedicárselo?
¿Otra vez eso? Espero, en primer lugar, que no ocurra, porque lo considero una gran… en fin, es cierto que no puedo decir «desgracia». Si me lo dan, será una prueba muy grande para mí, saber cómo comportarme en una situación. Es una pregunta difícil y me canso sólo de pensarlo. Espero que pase de largo. Oh, mis nietos sí que se pondrían muy contentos. Mi hijo ya me ha advertido: «Mamá, acéptalo, por favor. Será muy útil para ayudar a que los niños fueran a la Universidad». Piense que viven en América…