David Trueba (Madrid, 1969) es desde hace años muchas cosas. Como todos, pero él más. Es escritor, es columnista, es cineasta y, apurando y desde hace algo menos, es también un hombre maduro. Este último dato parece irrelevante y, de hecho, lo es hasta que uno se da de bruces con su melena blanca y con Siempre es invierno, la película que adapta su propia novela Blitz publicada hace 10 años. En las dos, novela y película, un hombre roto y abandonado por su pareja se descubre de repente en brazos de una mujer madura. Y es entonces cuando surgen las dudas, las inseguridades, los gestos machistas y la certeza de asuntos tales como el paso del tiempo y, en efecto, la madurez de un hombre que madura. O debería hacerlo.
- ¿Qué es lo que le lleva a hacer lo que tiempo atrás prometió que no haría: adaptar una de sus novelas?
- Siempre he pensado que si has escrito y pensado algo como una novela, ¿qué necesidad tienes de convertirlo en una película? Pero, por otro lado, lo que me ha llevado a decir algo así ha sido una especie de reacción. Siempre me ha costado que me consideraran en el mundo novelístico. Tengo seis novelas publicadas y sé que nunca apareceré en las antologías de escritores de nuestro tiempo. Soy considerado un intruso y la forma que algunos tienen de desacreditarme es decir que, en verdad, me dedico al cine.
- ¿Y le duele?
- Durante mucho tiempo me incomodaba. Me generaba una sensación de frustración. Soy una persona, como todos, sensible al reconocimiento. Recuerdo que con mis dos primeras novelas tuve críticas que ni siquiera eran malas, simplemente eran despectivas. Es como si molestara que escribiera. Y por eso, me he negado a adaptar. No quería darles la razón. Ahora han pasado 30 años de mi primera novela y me siento autorizado. Me ha pasado además una cosa curiosa. En cuanto salió la noticia de la adaptación de Blitz, me han llamado productores para preguntarme por el resto de mis novelas. Pero no.
- La novela parece hacerse cargo de muchos de los debates que nos ocupan ahora sobre la mujer, las nuevas masculinidades… Digamos que es oportuna.
- Han tenido que pasar 10 años para que los temas de los que se ocupa la novela entren en la conversación cotidiana. Recuerdo que una mujer me dijo después de leer la novela que tenía que hacer la película. Cuando le pregunté el porqué, su respuesta fue porque las cosas son más efectivas cuando se ven que cuando se leen. Quería, como me dijo, ver a un hombre joven mirando el cuerpo desnudo de una mujer madura; quería que la misma dureza y escarnio que aparece en el texto se apreciara también en la pantalla. Y que los espectadores se sintieran igual de miserables que el personaje por culpa de sus prejuicios.
- De hecho, las escenas de sexo en la película son crudas. Diría que frontales. En cualquier caso, nada habituales.
- Con el sexo en el cine hay dos preguntas que siempre has de hacerte como director. Primero, si la escena contribuye narrativamente al avance de la película. Y segundo, si aporta nueva información sobre los personajes. Si la respuesta es no, ahórrate la escena porque es innecesaria. Igual que haces una elipsis entre la calle y el despacho de arriba y no cuentas cómo un personaje sube todas las escaleras y el ascensor, hazlo con el sexo si no aporta nada. Ahora bien, si durante el acto sexual se produce algo que ahonda en tu conocimiento de los personajes, si los coloca en una situación diferente y les obliga a interactuar de otro modo, entonces es interesante. Pero, ¿qué ocurre en el cine? El cine suele contar el sexo, sobre todo los primeros encuentros, de una manera muy falsa. Lo habitual es presenciar una escena donde todo avanza de forma sincrónica, sin accidentes y que provoca el mismo placer a los dos al mismo tiempo. Los dos logran el orgasmo y todo es maravilloso. Pero el sexo en el 99% de los casos es fallido.
- Eso es siempre prácticamente…
- Es así. Me gusta mucho el cine italiano porque solo enseña un coito si es fallido. La reacción suele ser: ¡Qué escena más fea! Pero esa es la gracia. Estoy convencido de que una escena de sexo fallido es mucho más bonita que otra de sexo perfecto. Es más, es entonces cuando la escena es necesaria porque incomodas al espectador. Lo interesante es incomodar cuando muestras algo nuevo. El cine en muchas ocasiones es traer a la superficie lo que está oculto en la realidad.
- Una queja habitual es que el cine contemporáneo, por pudor o simplemente por miedo, ha renunciado al sexo. ¿A qué cree que se debe tanto pudor o tanto miedo?
- Ha habido un abuso del cuerpo femenino como reclamo publicitario y quizá el público más joven ha reaccionado contra eso. Y es hasta sano que se haya creado un tipo de alergia a según qué escenas de sexo. Ves todavía un tipo de cine del pasado que no parece muy consciente de que bordea la violencia y usa el cuerpo de la mujer de manera agresiva. Hasta no hace mucho se utilizaban escenas de violación para erotizar al espectador en lugar de espantarle.
- La gran ignorada, en cualquier caso, ha sido la mujer…
- Lo más interesante, de hecho, en los últimos diez años quizá es la normalización del deseo femenino. Hace poco veía Sangre en los labios, con Kristen Stewart, y la representación del sexo era completamente diferente, desde la mirada y el placer de la mujer. Durante demasiado tiempo la única representación de la que ha sido capaz el cine es la del hombre. El sexo consistía en que un hombre penetra a una mujer y todos contentos. Cuando se habla de sexo, por ejemplo, no se mencionan asuntos como la sequedad vaginal. ¿Por qué no se habla de esto? He conocido a muchas mujeres que confiesan no haber hecho el amor durante años y que han normalizado el no tener relaciones. ¿Por qué nos avergonzamos de hablar de estos temas?
- En su película, la escena de sexo rompe el tabú de mostrar a la mujer hasta solo cierta edad. ¿Hasta dónde llega la responsabilidad de los propios cineastas en este edadismo femenino?
- El cine es una industria que se mueve entre dos parámetros. Uno es la expresión personal de los creadores y el otro es el deseo de la industria de agradar al mayor número de gente posible en cada proyecto. En esa búsqueda de satisfacer a la audiencia se ejecuta una danza muy macabra de ocultación, de mitificación, de idealización… Hemos crecido acostumbrados a que el hombre maduro es más atractivo de lo que era de joven, es más interesante. Y la mujer, en cambio, si es interesante es que es perversa. Al contrario que el hombre, una mujer madura si es interesante es siempre malvada. Es como Cruella de Vil o Anne Bancroft en El graduado, que es una manipuladora que se hace con el poder de los jóvenes y, además, impide o es el obstáculo para que el amor verdadero se pueda desarrollar.
- ¿No le preocupa ser acusado de apropiación?
- En absoluto. Lo que más me preocupa y perturba es la insensibilidad masculina. Si eres un hombre normal, eres un hombre preocupado por el deseo femenino y por la satisfacción femenina. Igual que eres un hombre preocupado por los derechos de la mujer. En ese sentido no es un territorio de la apropiación de la mirada, porque al final un novelista o un director de cine tiene que ser capaz de mirar desde todos los personajes que crea, no solo los protagonistas. Además, que el hombre no esté implicado en la vida de la mujer ha sido un defecto de la sociedad. Porque cuando un hombre habla del aborto, cuando un hombre habla de los derechos de la mujer o cuando un hombre habla de la violencia machista, tiene que hacerlo no como hombre, tiene que hacerlo como hombre que conoce a la mujer y que conoce las experiencias femeninas. Con la violencia machista sucede lo mismo. Los hombres tienen que ser los primeros que den esa batalla porque para nosotros es una indignidad. Como representantes del sexo masculino esos criminales son lo peor de nosotros.
- Volviendo a la película, ¿por qué ese empeño en los perdedores?
- No me interesa la gente a la que le va bien. No me interesa dramáticamente. No veo de dónde un ganador, salvo que sea un ganador que se cuestione a sí mismo, pueda ser interesante. Cuando veo a alguien que festeja la victoria me interesa menos que los que están derrotados y aplastados.
- ¿También le interesan los perdedores en el amor?
- Niego la mayor. En el amor no hay ganadores y perdedores. No es un partido de fútbol. El que ama, gana siempre. En el amor no hay revancha. No puedes ir a buscar a una persona que ha dejado de quererte para decirle: «Ahora me vas a querer».
- Su película acaba con una reflexión sobre lo que de verdad importa. Me pregunto si la tecnología, por ejemplo y por la novedad, ayudará o ayuda a ser feliz.
- Es curioso porque hemos creado una máquina para hacer café sin mancharnos ni desperdiciar una gota, pero con lo fundamental seguimos igual que siempre. No hay solución tecnológica para la violencia, la explotación, el desamor, la soledad… Cuando la gente te dice que el mundo está cambiando con la tecnología no lo veo claro. ¿Cambió el coche la vida de los hombres? Sí, la vida cotidiana seguro, pero la vida, digamos, íntima y personal, no sé. Cuando dijeron que los drones nos iban a repartir la paquetería ¿qué están repartiendo finalmente? Bombas. Somos así.
