Hace exactamente 50 años, en mayo de 1975, un joven Eduardo Mendoza publicaba su primera novela: La verdad sobre el caso Savolta. Fue el libro del año, que llegó unos meses antes de la muerte de Franco y pronto se convirtió en emblema de la Transición. Inmediatamente, la crítica encumbró al escritor de 32 años como «el renovador de la narrativa española» en una España ávida de novedades y libertades. Esta mañana, medio siglo después de su ópera prima, Eduardo Mendoza ha sido distinguido con el Premio Princesa de Asturias de las Letras.
En estas cinco décadas de carrera, el escritor se ha ganado a pulso la etiqueta de «renovador». En esa magna novela de más de 400 páginas ya latía el estilo Mendoza: una mezcla desacomplejada de géneros, entre lo histórico (estaba ambientada en la convulsa Barcelona de 1917-1919), el noir y una sátira que recuerda a la picaresca tradicional. El presidente del jurado del Princesa de Asturias, Santiago Muñoz Machado, director de la Real Academia Española, ha destacado su «decisiva aportación a las letras en lengua española del último medio siglo con un conjunto de novelas que combinan la voluntad de innovación con la capacidad de llegar a un público muy amplio».
Ese público muy amplio llegaría ya con su segunda novela. El joven escritor, algo abrumado por el éxito inesperado de su primer libro, publicaría después uno de los mayores divertimentos de la literatura nacional, la desternillante El misterio de la cripta embrujada (1978), protagonizada por un pseudodetective (le encantan los pseudodetectives) que acaba de fugarse de un manicomio. Y aquí es cuando Mendoza empieza a conseguir lo más difícil: el cariño incondicional de los lectores por su humor tierno y pícaro, puro Lazarillo de Tormes moderno. Algo que llevará al extremo en Sin noticias de Gurb (1991), las peripecias de un extraterrestre perdido en la Barcelona preolímpica.
En el acta del jurado, se describe a Mendoza como «un proveedor de felicidad para los lectores», ya que su obra «tiene el mérito de llegar a todas las generaciones, que hoy se reconocen en sus luminosas páginas».
Gurb se convirtió en uno de sus mayores éxitos, de ventas y de público. No hay edad para leerlo y es la lectura menos obligada de las escuelas, que durante años lo han tenido en el currículum de Secundaria, sobre todo en Cataluña.
Si el humor es una de las señas de Mendoza, su ciudad natal, Barcelona, se impone como su gran escenario. Incluso inventó uno de los calificativos más bellos para ella, tomado de otro de sus títulos míticos: La ciudad de los prodigios (1986), una adictiva crónica histórica -y sobre la lucha de clases- que va de la Exposición Universal de 1888 hasta la Internacional de 1929. No sólo le valió el Premio Ciudad de Barcelona, faltaría más, sino varios internacionales, sobre todo en Francia e Italia.
La identificación de Mendoza con Barcelona es tal que, en 2020, cuando recibió el Premio Internacional Barcino de Novela Histórica, el jurado llegó a reivindicar que «decir Barcelona es decir Mendoza».
El niño al que le gustaban los piratas
Ya de niño, Mendoza apuntaba maneras de escritor. Nació en el barrio de Gràcia en plena posguerra, en 1943, en el seno de una familia culta, con libros a su disposición. Pronto devoró las novelas clásicas de aventuras: Julio Verne, Alejandro Dumas, Emilio Salgari… Hay algo de esa épica aventurera en sus libros, donde ha llegado a colar micronovelas de piratas camufladas: adoraba a Sandokán. De su herencia católica en los Maristas también haría literatura (véase el ensayo algo gamberro Las barbas del profeta, 2020).
En 1960, como todo chico bien y más por presión que por vocación, entró en la Universidad de Barcelona para estudiar Derecho. Nunca llegaría a ejercer de abogado. Tras graduarse, prefirió viajar con una beca a Londres, otra de sus ciudades fetiches. Aunque sólo pasó un año en la capital británica, nunca se fue del todo (de hecho, hace tiempo que vive entre Barcelona y Londres).
Mendoza siempre ha tenido modales de gentleman inglés, con su elegancia clásica y una fina ironía. A lo que hay que añadir su ejemplar cosmopolitismo, forjado también en Nueva York, donde vivió en los años 70, trabajando de intérprete para la ONU. De hecho, es uno de los pocos representantes que quedan de esa Barcelona cosmopolita, tan de moda en los 90, aunque el concepto haya caído hoy en el olvido.
Precisamente por ocupar ese lugar de mesura, lejos de radicalismos, Mendoza ha sido blanco de las críticas del independentismo por su equidistancia con el procès y lúcidos ensayos como ¿Qué está pasando en Cataluña? (2017).
A sus 82 años, el escritor ha ganado los premios más importantes del país, desde el Planeta por Riña de gatos (2010) hasta el Cervantes en 2016. También ha sido el primer español en ganar el prestigioso Premio Kafka en República Checa, en 2015. Ahora suma el Princesa de Asturias por su inmensa crónica de la España moderna, de la Transición a hoy, de la Barcelona modernista a la del turismo de masas. Y siempre sacando una sonrisa al lector.