«Las violencias sexuales están profundamente integradas en la industria del cine y del audiovisual, donde se han naturalizado y normalizado como parte del entorno laboral». Se podría decir más alto, pero difícilmente se llegaría a soportar. Ésta es solo una de las conclusiones del informe pionero presentado ayer por la Asociación de Mujeres Cineastas y de Medios Audiovisuales (CIMA) titulado Después del silencio (epígrafe al que le sigue el subtítulo Impacto de los abusos y violencias sexuales contra las mujeres en la industria del cine y del audiovisual). La investigación, firmada por Nerea Barjola Ramos y Bárbara Tardón Recio, es el resultado de una encuesta llevada a cabo entre 312 de las 1.300 integrantes de las asociación. «La violencia sexual se percibe como inevitable e integrada dentro del entorno laboral y las mujeres jóvenes son dobles víctimas», comentó en la presentación Barjola.
Los datos dejan poco espacio para la duda y abren un auténtico precipicio a los pies de una industria, la española, que, pese a denuncias muy puntuales, se ha mantenido al margen del cataclismo que supuso el movimiento MeToo tanto en Estados Unidos como posteriormente en Francia. Si las primeras reacciones al llamado caso Weinstein se conocieron en 2017, caso de que este informe sea el principio de algo más, se puede afirmar que España llega con ocho años de retraso. Los resultados apuntan a que el 60,3% de las mujeres encuestadas entre 20 y más de 50 años confiesa haber sufrido algún tipo de violencia sexual. Tres de cada cinco declaran haber sido víctimas específicamente dentro del sector. El grupo más afectado se encontraría entre los 40 y los 49 años, que representan el 37% de las mujeres que han denunciado haber vivido alguna situación inaceptable a lo largo de su carera. Más de la mitad, independientemente de la edad, habría sufrido algún tipo de violencia sexual. En lo que respecta a la tipología de las agresiones, el 81,4, muy cerca de la totalidad (cuatro de cada cinco) de las víctimas dicen haber tenido que enfrentar acoso verbal; el 49,5%, acoso físico, y el 22,3%, acoso virtual o digital.
«Las violencias sexuales en la industria del cine no son incidentes aislados ni se limitan a un tipo de agresión específica. Constituyen un entramado de violencias estructurales que atraviesan todas las esferas de la industria, desde la formación académica hasta la producción y distribución», sigue en otro de sus resultados. Y eso es así por el sistema de «impunidad» (palabra que aparece mencionada a lo largo del estudio de 168 páginas un total de 65 veces) que lo cubre todo. «El silencio fortalece la violencia como fenómeno estructural y cumple una función social concreta: proteger la violencia sexual como una práctica naturalizada e incorporada dentro del conjunto social. Los silencios hacen daño porque expresan impunidad, permisividad, falta de credibilidad, pero también miedo… Los silencios no son decisiones individuales, sino colectivas y, por ello, políticas», concluye poco más adelante el informe tras desvelar que el 92% de las mujeres que han enfrentado la violencia sexual no la han denunciado. Los motivos de este mutismo son la inseguridad sobre cómo proceder (30%), el temor a represalias (27%), el desconocimiento sobre qué hacer (el 31%) o la creencia de que no sirve para nada (22,2%). No ayuda el hecho de que ninguna de las que dieron el paso de denunciar consideren haber recibido una atención «muy buena» frente al 46,2% que declaran que la manera como fueron tratadas fue «muy mala».
El texto recoge las reflexiones de varias mesas de expertas y da un paso más al transcribir las denuncias de algunas de las agredidas respetando su identidad bajo nombres ficticios. Así Lucía y Rocío relatan sus respectivas historias con el mismo director de cine. «Pasó una cosa muy desagradable en su casa y claro, fue cuando yo ya vi claramente que me quería destruir. Me fui de esa casa pensando que esa persona me quería matar, lo vi en su cara, era un monstruo, es que no estoy loca, es que me quiere matar, o sea, me quiere matar como sea, pero esa persona me quiere destruir, o sea, yo lo sentí así, lo viví así», dice en transcripción literal una de ellas tras relatar minuciosamente un largo proceso de acoso, humillación y violencia. No lejos, Belén cuenta a lo que se tenía que someter. «Me piden más pecho, llevo dos sujetadores que me levantan más, todo muy ajustado. Me pide que tontee, que diga esto de esta manera. Más sensual, más tontita… Entonces la cosa se empieza a desmadrar en el vestuario. Y el contacto físico: ‘Quiero que te bajes hasta aquí el escote’ y me mete el dedo y me lo baja. Te hago caricias cuando tú estás desprevenida. Y luego mucho contacto físico. Te toco la pierna». Y tras ellas, Malén, Marta, Ainara, Saioa, Lorena…
«El abuso de poder», se lee, «es una herramienta de control y disciplinamiento para el ejercicio de la violencia sexual». Demoledor.
El estudio concluye que las violencias sexuales en el cine y el audiovisual requiere una respuesta integral, coordinada y urgente por parte de la industria, las instituciones y la sociedad para garantizar entornos laborales seguros y libres de violencia para las mujeres. También incluye unas recomendaciones como la necesidad de implementar protocolos de prevención y actuación en todas las empresas del sector; o la formación obligatoria y campañas de sensibilización para todo el personal. Así, el informe insta a reforzar los mecanismos de protección, denuncia y acompañamiento especializado; incorporar cláusulas de prevención de violencia sexual en todos los contratos y relaciones profesionales, incluso fuera del marco laboral estricto; o garantizar la protección de la trayectoria profesional y la reparación integral de las víctimas.