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El bloqueo de Francia: Bayrou afronta una moción de confianza que no puede ganar y hará hundir el Gobierno

8 de septiembre. Llega el día de la moción de confianza que el primer ministro de Francia, François Bayrou, presentó para tratar de apuntalar los apoyos de su gabinete y, en concreto, del presupuesto plagado de recortes que acaba de presentar y que nadie, salvo los suyos, quiere. Sin embargo, la Asamblea Nacional, salvo sorpresa mayúscula y voto trocado de las fuerzas parlamentarias, no va a avalar al centrista, por lo que el Gobierno caerá. Habrá que buscar un nuevo primer ministro o convocar nuevas elecciones parlamentarias, posiblemente.

Las últimas, apenas en junio de 2024, celebradas a la carrera por orden del presidente Emmanuel Macron, en busca de un cortocircuito de la ultraderecha en ascenso, no han servido más que para atomizar aún más la Cámara, bloqueando la toma de decisiones y, con ella, el país. La incapacidad de Bayrou y de su antecesor, Michel Barnier, defenestrado en diciembre (marcó el hito al convertirse en el dirigente del Ejecutivo más efímero desde 1958, tres meses), para dialogar, lograr consensos y mayorías, le ha llevado a tener un muro enfrente, el de una oposición que no traga con sus cuentas. De la ultraderecha a la izquierda más progresista. Nadie le dará esa confianza que busca. 

Básicamente, Bayrou trataba de implementar un muy impopular recorte presupuestario de casi 44.000 millones para frenar la creciente deuda pública. Se la ha jugado, tras hablarlo con Macron, apostando a que la Agrupación Nacional de la ultra Marine Le Pen, quien controla el mayor partido de la oposición en la Asamblea Nacional, decidiría mantener con vida al Ejecutivo, no por cercanía o afinidad, sino porque ella tiene actualmente prohibido postularse para un cargo político y unas elecciones no le son muy convenientes en lo personal. También calculó que, a lo mejor, sacaba apoyos en los socialistas, los más tibios del bloque de izquierda, aquel Nuevo Frente Nacional que fue el que ganó las elecciones de hace poco más de un año y al que Macron no dejó siquiera proponer un primer ministro, como primera fuerza que es. 

También se trataba de adelantar a una muy posible moción, pero de censura, que se veía a la vuelta de la esquina, este otoño, que hubiera sido más humillante y desgastante, como le pasó a Barnier. Ya hubo una hace dos meses, que superó gracias a los ultras. Y, de paso, buscaba actuar, moverse, de cara a la protesta social convocada para el 10 de septiembre, apenas dos días después de la votación, que se espera masiva. 

No le ha salido bien: los socialdemócratas le han hecho peticiones que se ha negado a aceptar y los ultras, sin dudarlo, le han anunciado un voto en contra porque quieren usar esta nueva crisis política para presionar por la convocatoria de elecciones parlamentarias y lograr incluso la dimisión de Macron (que tiene mandato hasta 2027). Si Bayrou es derrotado, como parece probable, su jefe, el presidente habrá perdido tres primeros ministros en poco más de un año. «¿Desgracia o descuido?», como se pregunta POLITICO.

La cruzada

Bayrou, en estas horas previas a la votación, ha sentido que estaba yendo al matadero, por eso ha iniciado una ronda de entrevistas y comparecencias en las que ha tratado de explicar su inmolación, asumiendo prácticamente que no hay esperanza. Se viste a sí mismo como una víctima que trata de concienciar a los ciudadanos de la gravedad de la situación de Francia, la séptima economía del mundo, donde no se produce lo suficiente y el endeudamiento escala. A su entender, el presupuesto que ha presentado es «vital» para la supervivencia del país y por eso cree «absolutamente acertado» decir que se sacrifica por exponerlo. 

Añade que no se arrepiente «en absoluto» de haber propuesto la moción de confianza y que le «preocupa la falta de concienciación» general sobre el problema de la economía patria. Prefiere «poner en riesgo» a su gabinete pero abrir los ojos, y recuerda a los demás partidos que no apoyarle supondrá, posiblemente, ir a elecciones y dibujar una Asamblea aún más dividida y con menos consenso y, por tanto, menos capacidad, menos capacidad de legislar. 

El aún primer ministro galo remarca que su plan presupuestario no es un ejemplo de austeridad, sino que propone una «necesaria ralentización del gasto». Desde que presentó las cuentas, ha insistido en la necesidad de recortar ese déficit en 44.000 millones de euros mediante subidas de impuestos y reducciones del gasto. Cuando compareció para anunciar la cita parlamentaria, expuso que «Francia se encuentra en una peligrosa paradoja, increíblemente dotada en todo lo que se encuentra en la cima de la pirámide de los logros humanos», citando la «ciencia», las «matemáticas», los «automóviles» y el «lujo». «Sin embargo, estamos desfasados en todo lo que hay en la base de la pirámide: el consumo», continuó, describiendo a su nación como un país «a la vanguardia y a la vez, rezagado».

«Un peligro inminente se cierne sobre Francia. Nuestro país está en peligro porque estamos al borde de un endeudamiento excesivo», declaró con gravedad. Y ese peligro es la deuda. Según el primer ministro, «cada hora de cada día y de cada noche, la deuda ha aumentado en 12 millones de euros adicionales» en los últimos 20 años. Bayrou citó entonces las crisis que ha experimentado el país, como «la guerra en Ucrania», «la inflación» y «la tormenta de aranceles desatada por Trump». «La dependencia de la deuda se ha vuelto crónica», lamentó. Explicó que este dinero se utilizó «para gastos corrientes» y no para inversión.

«La carga de la deuda se convertirá en el mayor presupuesto del país este año», continuó. Representará más que los presupuestos combinados de Educación Nacional, Educación Superior, Vivienda, Defensa y Justicia. Para el primer ministro, el monto de la deuda este año es de 66.000 millones de euros, 75.000 millones el próximo año y 107.000 millones en 2029. Insostenible. «El 20% del progreso de Francia se refleja en la carga de la deuda cada año», aseguró, calificándola una vez más como una «amenaza». «No hay salida si no reconocemos la gravedad y la inevitabilidad de este riesgo», afirmó. «En la medida de lo posible, no permitiré que nuestro país se hunda en este riesgo», concluyó.

Ahora mismo, la suma de la izquierda, con 192 escaños, más la Agrupación Nacional de Le Pen y sus socios, con 138, y el grupo Libertés, Indépendants, Outre-Mer et Territoires, con otros 23, supera la mayoría absoluta, cuando sólo hay 210 diputados dispuestos a apoyar la moción. Las cuentas no salen, por mucho que insista en la cruzada. 

Los movimientos

Desde aquel anuncio, Bayrou y Macron han tenido rondas con representantes de los partidos con representación en la Asamblea para conocer su sentir y tratar de convencerlos, a la vista de que todos tenían claro su voto negativo. Los centristas han encontrado algo de eco solamente en el Partido Socialista, que aportaba un apoyo esencial para la supervivencia. Macron, en especial, les ha hecho guiños para que les dieran su voto.  

Olivier Faure, el líder del Partido Socialista, se negó a respaldar la moción y, también, a acatar el presupuesto, pero en su lugar propuso un paquete fiscal más modesto para 2026, por valor de 22.000 millones de euros, basado principalmente en un impuesto sobre el patrimonio anual del 2% para las personas con un patrimonio superior a 100 millones de euros, que son menos de 2.000 personas en Francia. Es el llamado impuesto Zucman.

Para el equipo de Bayrou, los socialistas fueron demasiado lejos al «diluir» el plan de reducción del déficit. Sin embargo, se han negado a especificar cuál sería un paquete aceptable para el actual Gobierno de Francia, como se vio en una entrevista en el Financial Times con el ministro de Finanzas, Éric Lombard. Unas declaraciones en las que, de seguido, el ministro reconoció que estaría obligado a colaborar con la izquierda si llegan a conformar otra Asamblea, porque no hay apoyos posibles suficientes entre el liberalismo y la derecha clásica. «Sería inevitable», confirmó. La pregunta es por qué no se hacen ahora, cuando han llevado a los socialistas a darles la espalda de forma «irrevocable». «La confianza se rompió hace mucho», recuerda Faure.

Le Pen, directamente, no ha hecho propuestas, sino que ha pedido elecciones «ultra rápidas» para que haya una nueva mayoría que sí pueda sacar adelante las cuentas de 2026. «Si realmente hubiera querido escuchar las reclamaciones de los diferentes partidos políticos lo tendría que haber hecho desde el mes de julio y no como una forma de negociación para si le votan o no la confianza», subrayó el pasado día 2, tras verse con el primer ministro. 

Hasta el último momento, el presidente Macron ha reiterado su llamamiento a las fuerzas políticas a demostrar «responsabilidad» y garantizar la «estabilidad» del país. Ni las fuerzas le han hecho caso ni es lo que quieren los ciudadanos, muy enfadados por los tijeretazos anunciados (hasta festivos les quitan): según una encuesta publicada el jueves por el diario conservador Le Figaro, casi un tercio de los franceses desean la dimisión de Macron y prefieren la celebración de elecciones presidenciales anticipadas, en lugar del nombramiento de un quinto primer ministro en menos de dos años. Más de la mitad de los encuestados piden una nueva disolución del gobierno y la celebración de elecciones legislativas anticipadas para encontrar una solución a esta crisis.

Ahora mismo, Bayrou sólo cosecha un 20% apoyos entre la población, frente a un 59% de ciudadanos que reclamaba su marcha, según otro sondeo de Ipsos/BVA. El diario Les Echos le da a Macron una cifra aún peor de popularidad, del 17%. Ha bajado cuatro puntos en apenas un mes. 

Qué se puede esperar

Pablo del Amo es investigador de política exterior en el Real Instituto Elcano, ha publicado un análisis ante la gran cita de este lunes en el que expone que, pese a su defensa de las cuentas, el argumento de Bayrou «suena más a justificación táctica que a convicción». «La magnitud del problema financiero no genera dudas», asume, pero «el voto de confianza, en este sentido, no responde a la urgencia de alertar sobre la deuda, sino a la fragilidad de un primer ministro sin apoyos sólidos en la Asamblea Nacional ni en la opinión pública». 

«La cuestión central no es el diagnóstico económico -ampliamente compartido-, sino la capacidad de liderazgo para articular un bloque parlamentario dispuesto a asumir las medidas de ajuste y en quiénes deben recaer. El riesgo es que, en ausencia de esa mayoría, la crisis de gobernabilidad acabe por agravar la propia vulnerabilidad financiera de Francia», ahonda.

Insiste en que, sin negar esos problemas financieros, «la decisión de Bayrou debe leerse sobre todo en clave política». «Consciente de que su presupuesto no tenía opciones de prosperar en la Asamblea Nacional, eligió precipitar la crisis antes que sufrirla, abandonando el puesto con honra en lugar de quedar atrapado en una moción de censura inminente. Bayrou ha preferido no padecer el bloqueo institucional, sino provocarlo él mismo para tratar de salir de él con mayor control», defiende. 

Ese es análisis pero, ¿cuáles son sus previsiones? Sostiene Del Amo que Macron tendrá desde el lunes opciones «limitadas» y «todas entrañan riesgos». «La más inmediata es nombrar a un nuevo primer ministro, una decisión que podría buscar tanto la continuidad como un giro de equilibrio político». El nombre de Sébastien Lecornu, ministro de Defensa y macronista, el nombre que «ha circulado como favorito». Viene, además, de la derecha de siempre, por lo que en ese campo podría cosechar apoyos. El especialista destaca también en la quiniela a Gérald Darmanin, ministro de Justicia;, Yaël Braun-Pivet, presidenta de la Asamblea Nacional, y Agnès Pannier-Runacher, titular de Transición Ecológica, «todos ellos procedentes del ámbito macronista, lo que reforzaría la opción de continuidad frente a un giro de mayor calado».

La prensa francesa sostiene que Macron incluso podría ofrecerle el cargo a un socialista moderado, por tratar de superar ese obstáculo y ganar bases de apoyo. Es la vía del centro-izquierda. «La figura de Bernard Cazeneuve, antiguo primer ministro socialista, ya estuvo en las quinielas en transiciones anteriores, aunque entonces se interpretó como una maniobra de Macron para dividir a la izquierda. Hoy esa opción se enfrenta a dos obstáculos adicionales: por un lado, exigiría aceptar concesiones que el presidente ha rechazado hasta ahora, como revertir parcialmente la reforma de las pensiones o elevar la fiscalidad sobre las rentas más altas; por otro, la fuerte división interna en la izquierda –también entre los propios socialistas– hace difícil que Cazeneuve sea percibido como una figura de consenso», desgrana.

Si se descarta la elección de un nuevo premier, se puede disolver la Asamblea y convocar nuevas elecciones. Hasta julio no se podía, porque no había pasado un año siquiera de las anteriores y la Constitución lo impedía. «El problema es que el panorama político apenas ha variado desde los comicios de 2024 y es probable que unos nuevos comicios reprodujeran el mismo bloqueo parlamentario», afina el analista. «La hipótesis de una dimisión presidencial, defendida de forma retórica por el líder de la Francia Insumisa, Jean-Luc Mélenchon, resulta altamente improbable. Todo indica que Macron intentará resistir hasta 2027, aunque ello suponga convivir con una inestabilidad política crónica».

«Más allá de las alternativas personales o tácticas, lo que se revela es una crisis de régimen», insiste Del Amo.» La V República fue concebida en 1958 para garantizar mayorías estables y gobiernos sólidos en un sistema bipartidista. Hoy, sin embargo, Francia se articula en tres polos –la izquierda, el bloque macronista junto con los republicanos y la extrema derecha– que se neutralizan mutuamente», dibuja. El escenario quedó roto en 2017 y Francia ha enlazado fenómenos: el del propio Macron, el del ascenso de Le Pen o el de la Francia Insumisa. El esquema, dice, era para dos bloques, no para tres bandas. 

«En este contexto, la Asamblea Nacional produce Ejecutivos efímeros y frágiles, susceptibles de ser derribados por la confluencia de dos de esos polos. La Constitución no ofrece mecanismos efectivos para resolver este bloqueo más allá de la disolución parlamentaria, lo que convierte la fragilidad gubernamental en un rasgo estructural del sistema. Por ello, la crisis que atraviesa Francia tras la caída de François Bayrou no es sólo gubernamental, sino una crisis más profunda de la V República, que pone de relieve los límites de un sistema concebido para otra época política», concluye.