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El canto a la diversidad de Wicked 2: «Es un mensaje más importante que nunca, vivimos inundados de desinformación e historias tóxicas»

En poco menos de lo que tarda un tornado en llevar a un adolescente de estatura media y voz de pito a un universo de colores extraños, Jon M. Chu ha pasado de ser un director con buena mano para sacar brillo a franquicias más o menos absurdas como Step Up, G.I. Joe o Ahora me ves a convertirse en la gran esperanza de un Hollywood asediado por el miedo. Miedo a la IA, miedo a las plataformas, miedo a Trump, miedo al miedo.

Su irresistible y para nada obvia adaptación del musical Wicked del año pasado no solo recaudó 650 millones de euros en el mundo y le hizo merecedor de hasta 10 nominaciones a los Oscar, sino que le ha colocado al frente de un movimiento de resistencia contra la resignación. A sus 46 años, este hijo de emigrantes vio desde el restaurante familiar como su padres, nacidos en Taiwan y Sichuan, cumplían a la perfección el sueño americano en los Estados Unidos de Reagan. Y ahora es él el que ofrece a los demás, grandes y pequeños la posibilidad misma de soñar. Y hacerlo sobre los colores del arcoíris. Cursi, pero irresistible.

Cuando se estrenó la primera parte, se hablaba de la «maldición» de Wicked, de la osadía de convertirla en dos partes, de lo que se suponía era un error de reparto… ¿A qué sabe la venganza?
Vamos por partes. Siempre tuve claro que tendría dos partes. Soy un gran fan del musical. Lo vi incluso antes de que llegara a Broadway. Sé que se me acusó de querer rentabilizar la producción con las dos entregas, pero en una sola no cabía la historia. Además, son dos películas muy diferentes. También se me criticó por contratar a Ariana Grande… ¿Qué puedo decir? Ha sido un viaje largo lastrado con el esfuerzo añadido de ignorar todo lo que se decía de nosotros. Lo que he aprendido es que si buscas la verdad, lo demás no importa en absoluto.
¿Qué tiene un musical que no tenga otro género?
Tendemos a asociar el musical con el simple y puro entretenimiento, con los números de canto y baile en su sentido más superficial. Pero en verdad, el musical te permite romper el principio de realidad y te da permiso, por ejemplo, para entrar en la cabeza de un personaje y escuchar lo que piensa. Luego, si la música está bien compuesta y la letras son tan brillantes y subversivas como las de Stephen Schwartz, una frase como «Algo ha cambiado en mí» cantada por Cynthia Erivo adquiere un sentido particular. El musical es una herramienta para acercarte a los personajes de manera mucho más íntima que con un primer plano.

De repente, escuchamos decir al Mago de Oz que la verdad ya no importa, que cada uno cree lo que quiere creer. Creíamos que era un musical y pocas declaraciones políticas tan oportunas y actuales…
Eso está en la gran tradición de los musicales como Cabaret, Sonrisas y lágrimas o West Side Story. Ningún gran musical trata exclusivamente de canto y baile. Perduran porque hablan de una época y son historias atemporales. Las palabras que dice el Mago de Oz son: «La verdad no es una cuestión de hechos o razones, reside en lo que todos creemos», y se escribieron en una época diferente. Pero la historia es cíclica. Recuerdo que la película me llegó en pleno confinamiento por el Covid. Y dudé. Me preguntaba si, después de todo, el mensaje sería relevante. Y así, hasta que el personaje de Elphaba se tiene que enfrentar al dilema de ser ella misma pese a todo y en contra de todos. Ella se siente sola y la gente la convierte en una villana, pero resiste. Estos son exactamente los tiempos que nos han tocado vivir.
Cuando se estrenó el musical, su argumento se relacionó con la tragedia del 11-S, con la invisibilidad del mal. ¿Cómo cree que se ha renovado ese mensaje en su película en su proyecto?
El mago de Oz, el libro original, surgió en un tiempo de guerra hace más de un siglo. Y creo que eso lo hace actual cada vez que nos acercamos a un precipicio. Diría que es triste, incluso, que sea tan actual. Wicked y El mago de Oz me parecen, en cierta medida, versiones de 1984 o de Rebelión en la granja. Son advertencias.
Su película es todo un canto a la diversidad, al respeto, al significado profundo y nada banal de la belleza… Se diría que es toda una provocación contra la ola reaccionaria, o antiwoke, que ahora domina la conversación pública…
Creo que poner en valor todo eso ahora es más importante que nunca. Vivimos inundados de desinformación, de historias claramente tóxicas que nos llegan sin filtrar. Por eso es tan importante la ficción, en general, y una ficción como Wicked, en particular. Los relatos que nos contamos son una forma de organizar la realidad y de darle sentido. De lo contrario, solo pensamos en nosotros mismos. Es entonces cuando surge la apatía y nos volvemos insensibles. Y cuando sucede esto, fuerzas más grandes y peores que nosotros toman el control.
Pienso en su biografía, en su condición de hijo de emigrantes, y quiero creer que Wicked habla un poco también de usted, de la lucha por la adaptación, de la tolerancia al diferente.
Desde que rodé Crazy Rich Asians (Locamente millonarios, 2018) hice un pacto conmigo mismo: solo haría películas que sintiera que solo yo podría hacer. Y sentí que Wicked hablaba de mí; de haber experimentado lo que se siente al ser diferente, pero también al ser, como soy, un privilegiado. Para mí, el meollo de esta saga es el momento en que miramos hacia atrás a nuestra infancia, a lo que nos enseñaron nuestros padres, y lo cuestionamos todo. Ahora, con cinco hijos menores de ocho años, les miro y pienso: ¿cómo quiero que vean el mundo? Quiero que tengan esperanza, pero no quiero engañarles y decirles que hay un camino a seguir y un hombre detrás de una cortina que lo resolverá todo por ellos. Quiero que tengan determinación. Quiero que sepan que tendrán que plantar cara y que será difícil. Pero que crean también que hay algo al otro lado del arcoíris.