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El gran y brillante engaño caribeño que trajo la democracia a España: «El resquemor aún dura entre los familiares»

Mantiene Maquiavelo, siempre él, que la mentira puede ser una necesidad política y, por tanto, hasta una virtud. «Un príncipe prudente», escribe, «no puede ni debe mantener fidelidad en las promesas cuando tal fidelidad redunda en perjuicio propio y cuando las razones que le hicieron prometer ya no existen». Pocas veces el pensador florentino gozó de tanto predicamento en España como en noviembre de 1976. Y ahora incluso. Recuérdese, se votaba La Ley de Reforma Política que acabaría con el franquismo. Adolfo Suárez, de la mano de Torcuato Fernández-Miranda, estaba decidido a lo imposible: que los procuradores del régimen se hicieran literalmente el harakiri y, de la ley a la ley, se pasara de una dictadura a la promesa de una democracia. Pero ¿cómo se convence a un total de 531 privilegiados vestidos de negro, además de procuradores, a que renuncien a sus privilegios? ¿Quién podía pensar que podían votar contra sí mismos? Y es entonces cuando Maquiavelo hizo acto de presencia. Maquiavelo y las más elementales miserias humanas.

El documental Voladura 76, de Marisa Lafuente, narra el episodio más determinante, rocambolesco a su modo y probablemente menos conocido de la historia reciente de España. Y lo hace como si de un thriller se tratara. Hay espías, un gran señuelo, traiciones, informes secretos de un embajador de nombre Stabler, playas paradisiacas y, lo más relevante, tensión hasta el último momento. «Lo que me sedujo es que desde que me acerqué por primera al asunto empecé a escuchar palabras como coacciones, dosieres y, lo más interesante, una compleja operación para apartar a los irreductibles», comenta la directora a modo de prólogo. Por la pantalla aparecen, además de los expertos de rigor, José Manuel Otero Novas, entonces subsecretario técnico de presidencia; Rodolfo Martín Villa, dueño de la frase: «Menos acostarnos con ellos, estábamos a dispuestos a todo», y, sin duda la figura clave y cerebro de la operación, el teniente general Andrés Cassinello, jefe del SECED, el servicio de inteligencia. Hablamos del entonces responsable del temido y muy activo archivo Jano creado en tiempos de Carrero Blanco con más de 10.000 entradas.

«Todo era muy inestable», comenta la directora. En efecto, la película detalla el minucioso proceso de clasificación de cada uno de los nombres (Operación Vendimia se llamó). Los que sí, los que quizá y ese gran grupo organizado alrededor de la figura Fraga Iribarne y su recién fundado partido Alianza Popular. Estos últimos hacían depender su voto del sistema electoral que figurara finalmente en la reforma. El sistema de distritos que ellos proponían en contra del texto defendido por la ponente Belén Landáburu abocaba a un bipartidismo férreo entre el PSOE y la propia AP, bipartidismo que dejaba a los de Suárez fuera. «Hay que tener en cuenta que meses antes la propuesta de Arias Navarro, mucho más conservadora, había sido rechazada», apunta Lafuente. Y al fondo, estaban los irreductibles, los que no solo votarían siempre que no, sino que harían que muchos hicieran lo mismo.

«En realidad, no eran tantos. El punto clave no era lo que importaban sus votos particulares, sino su influencia. Por eso era tan importante su ausencia. Lo fundamental era evitar un efecto contagio en las semanas previas a la votación. La estrategia diseñada por Cassinello consistió en llevar un control acumulativo de los votos: saber cuántos positivos, cuántos negativos y cuántos dudosos. Desde esta estrategia, a los que no se podía convencer fueron eliminados de la ecuación. El trabajo durante meses fue de convencimiento procurador a procurador, y consistió en controlarlo todo: desde las cuentas bancarias hasta la vida sentimental y las conversaciones telefónicas», reconstruye la directora por aquello de aportar contexto.

Y es ahora cuando el documental y la propia historia de España se interrumpen para contar que una vez el entonces comunista Ramón Tamames se fue de crucero. Fue solo una anécdota. Viajar en crucero era otra cosa en un tiempo sin Instagram. Era un lujo al alcance de muy pocos y que aseguraba un periodo idílico de completa desconexión del mundo en las playas paradisiacas del Caribe. Repetimos, desconexión, dietas, vacaciones, sol y playa. Aten cabos.

Aunque los hechos como la propia Historia están ahí, no conviene hacer spoilers. Lo cierto es que después de que el procurador Fernández de la Vera hablara de «misérrima oposición» para descalificar a la Ley de Reforma y el otro Suárez, Fernando, replicara con que lo que se quería es que nadie volviera a acusar a nadie de «misérrima oposición», después de eso y de un arreglo de última hora sobre el sistema electoral, entonces se votó. Faltaban 34 de un total de 531. ¿Dónde estarían? ¿Y por qué los que no estaban eran todos del grupo de los irreductibles? La Reforma salió adelante con un abrumador voto afirmativo: 425 frente a 59 negativos y 13 abstenciones. El harakiri quedaba consumado y Suárez y el florentino de antes se salían con la suya. Una vez más.

«Todos sabíamos que nuestro padre había sido engañado. Se lo ocultaron amigos suyos a los que dejó de hablar. Desde ese momento, pasó a ser una persona de muy mal humor». El entrecomillado pertenece a uno de los familiares de los que faltaron ese día. Se reproducen sus palabras, pero no salen en pantalla. «Fue un trabajo muy duro y de mucho tiempo hacerles hablar y establecer una relación de cordialidad. No hubo manera de que participaran pese a los muchos cafés compartidos. La sensación entre ellos aún hoy es de un resquemor absoluto. Me dijeron palabras mucho más gruesas de las que aparecen en el documental y tacharon a Suárez de traidor y chaquetero. Para ellos fue una auténtica voladura emocional», recuerda Lafuente. La más virtuosa de las mentiras al servicio de un príncipe prudente, que diría Maquiavelo. El resto es historia.