«Hoy le he ganado a África. No nos engañemos, no ha sido un milagro. La Unidad de Integridad del Atletismo (AIU) está haciendo un trabajo inmenso y eso ayuda a nivelar las reglas del juego». Hace unos días, el francés Jimmy Gressier celebraba el mayor éxito de su vida: campeón del mundo de 10.000 metros, un hito único. Pero sus primeras palabras de agradecimiento no fueron para su entrenador, su familia o sus seguidores, sino para la AIU, la agencia antidopaje propia del atletismo.
Cuando Sebastian Coe fue elegido presidente de World Athletics hace una década, decidió que el trabajo de la Agencia Mundial Antidopaje (AMA) no era suficiente y que había que recolectar sus propias muestras, utilizar sus propios laboratorios y contar con sus propios inspectores para luchar contra los tramposos. Y funcionó. Cada año hay más sanciones, es decir, cada vez el deporte es más limpio.
Con mano dura -el caso de Mohamed Katir es un ejemplo-, desde el principio la AIU se centró en llegar a los lugares donde la AMA no alcanzaba y, entre ellos, sobre todo a un país: Kenia. En el epicentro de las carreras de fondo, el hogar de tantas estrellas, los controles eran deficientes y ya no lo son. El año pasado, sin ir más lejos, hubo 119 positivos. Entre otros motivos -como el tirón económico de los grandes maratones-, su selección para el Mundial fue tan extraña que dejó de triunfar en sus pruebas históricas. En categoría masculina no ganó ni en 1.500, ni en 5.000, ni en 10.000 ni en maratón. De hecho, entre las cuatro pruebas solo sumó un bronce.
La última sorpresa llegó este domingo con la victoria del estadounidense Cole Hocker en los 5.000 metros, seguido del belga Isaac Kimeli y, nuevamente, del francés Jimmy Gressier. Antes, para desafiar el poder africano, se necesitaba un portento como Jakob Ingebrigtsen; ahora ya no es necesario. «Sabía que tenía la oportunidad, que tenía el oro en mis piernas. El último campeón estadounidense de 5.000 metros fue [Bernard] Lagat, mi ídolo de pequeño. Me he acordado de él», comentó Hocker, parte del éxito de Estados Unidos en el medallero.
La superpotencia volvió a dominar el Mundial con 26 medallas: 16 de oro, cinco de plata y cinco de bronce. Los tiempos en los que Kenia la amenazaba -en 2015 incluso la superó- quedaron atrás, aunque el país africano ocupó igualmente el segundo puesto gracias a sus mujeres. Con Faith Kipyegon como referente impoluto, ellas amasaron toda la gloria que se les escapó a ellos: victorias en 800, 1.500, 5.000, 10.000 y maratón y, en el total de esas distancias, nueve medallas. Pese a su crisis, Kenia acabó con 11 medallas: siete de oro, dos de plata y dos de bronce.
En tercer puesto del medallero terminó Canadá -cinco medallas, tres de oro-; en cuarto, Países Bajos -seis medallas, dos de oro-; y en quinto, España. Los dos oros de María Pérez -con la ayuda del bronce de Paul McGrath– catapultaron a la selección en el medallero, donde acabó empatada con Nueva Zelanda y con la sorprendente Botsuana. Por detrás, sorpresas agradables, como los dos oros de Portugal o el primer oro de Tanzania, y otras decepciones como Etiopía, azotada por los mismos problemas que su vecina Kenia. En este Mundial no celebró ni un título.
