Esther García nació en un pueblo de Segovia sin cines. Lo hizo en 1956. Es decir, el mismo año que John Ford, cosas del destino, rodó Centauros del desierto. Pero se crió en un barrio de Madrid, Villaverde Alto, de película (de película social con un ligero toque quinqui, pero de película al fin). Un día, cuenta, se vio dentro de, precisamente, una película rodeada de gente extraña y, sobre todo, libre. Y le emocionó el instante de silencio que sigue a la palabra «acción». Y le emocionó el orden que se abre camino en el más disparatado caos. Y le emocionó el rigor arbitrario y a la vez pautado de un rodaje. Y le emocionó la propia emoción. Ahora recibe el Premio Donostia, el galardón que el Festival de San Sebastián entrega emocionado, y se diría que lo hace por justicia, agradecimiento y hasta desagravio. La productora junta tres premios Goya y, a su modo, es coparticipe de los dos Oscar de Pedro Almodóvar. En su haber figuran cintas capitales de la historia del cine español como Mujeres al borde de un ataque de nervios, Hable con ella, Acción mutante, La vida secreta de las palabras, Zama o Sirat. Y todo ello logrado por una mujer, recuérdese, en un mundo de hombres que nació en Cedillo de la Torre, el lugar sin cines donde un día unos titiriteros proyectaron Los Tarantos para que la niña Esther se emocionara.
- Premio Nacional de Cinematografía, Premio de la Academia y ahora éste. Se diría que la quieren echar.
- Total. Yo creo que el ser una veterana con más de 50 años de profesión hace que estés en el ángulo de visión de mucha gente. Asumo todo esto con mucha alegría, pero con una enorme responsabilidad también. Me gustaría mucho que otras mujeres vieran en mí que efectivamente se puede, que se puede lograr lo que alguna vez se te pasó por la cabeza. Y eso es un peso añadido.
- Sin embargo, cuando un hombre recibe un premio nunca se plantea ser modelo de nada.
- Sí, en nuestro caso es distinto. Casi todas las mujeres que hemos tenido un reconocimiento público, padecemos el síndrome de la impostor. Tratamos de neutralizarlo, pero está ahí muy dentro y no puedes escapar de él. Es tremendamente injusto, pero es un hecho. Tiene que ver con la educación recibida, con el momento histórico y con que hemos sido, por así decirlo, programadas para ello. Hemos sido entrenadas para permanecer en un segundo plano y la exposición pública nos perturba profundamente.
- En este sentido, ¿cómo ha visto cambiar la profesión y la sociedad durante todos estos años? Últimamente hemos hablado mucho de la irrupción de la mujer en el cine español.
- Sin duda, han cambiado muchas cosas. Pero se nota que hemos sido educadas en el estoicismo. Nadie puede resistirse a lo que están haciendo las mujeres, pero siempre desde lugares poco prominentes y con presupuestos limitados. Se nota que cuando las mujeres crean, escriben o sueñan siempre lo hacen limitándose. En una mujer la ambición todavía está mal vista, desde fuera se ve como una amenaza. Confío en que las nuevas generaciones superen este lastre. Lo que tengo claro es que en todo este camino de superación que han vivido las mujeres no ha habido nada programado, ha sido pura supervivencia. Cuando ibas en el metro y un hombre se te acercaba, lo que hacías era cambiarte de sitio. No le metías la hostia que probablemente merecía. Todo el mundo alrededor lo veía y no hacía nada. Ha sido y es una lucha constante de superación casi instintiva.
- ¿Y qué siente cuando lee que una parte de la población, según dicen las encuestas, discute este progreso y hasta se muestra claramente en contra?
- Siento, sobre todo, mucha amargura. Me duele que se discuta lo más obvio y me sabe mal que no hayamos sabido crear las condiciones para que sea imposible una marcha atrás. Parece tan evidente que tener al 50% de la población por debajo de sus verdaderas capacidades productivas y creativas es malo para todos. Qué sentido puede tener desaprovechar tanto. Sientes perplejidad y, sobre todo, dolor.
- ¿Por qué no ha habido Metoo en el cine español?
- Porque da mucho miedo. Basta mirar lo que le pasa a cada mujer que sale a denunciar o decir algo. Son literalmente fusiladas. Es aterrador. Cuando ves que hay gente que dice todavía que las mujeres les están quitando el trabajo, sientes pánico. Las mujeres que han denunciado son auténticas heroínas porque la sociedad y buena parte de la profesión se han dedicado a hundirlas. Es terrorífico.
- ¿Ha sufrido en propia persona algún abuso?
- He padecido groserías y que alguien en una borrachera se te echara encima. Pero eso ha pasado en general en toda la sociedad. Lo que creo es que en el cine ahora mismo pasa mucho menos que alguien se aproveche de su posición para abusar de una mujer por la sencilla razón de que puede ser denunciado. Eso es importante. Ahora mismo, no digo que esté erradicado, pero hay muchos ojos mirando.
- ¿Siempre quiso dedicarse al cine?
- Para nada. Ni por lo más remoto. Acabé por casualidad en el rodaje de Pim, pam, pum ¡fuego!, de Pedro Olea. Estaba en una asociación cultural de mi barrio y de ahí me conocía el regidor de la película. Fue él el que recomendó porque yo sabía taquimecanografía, que era necesario para completar unos contratos con papel de calco que había que presentar en el sindicato vertical. Había acabado el bachillerato y quería entrar en magisterio. Me llevaron a hacer los formularios, los hice bien y pregunté si podía asistir al rodaje. Me quedé fascinada.
- ¿Recuerda el día que conoció a Pedro Almodóvar?
- Fue por aquel entonces y le conocí por Félix Rotaeta cuando iba a hacer Folle… folle… ¡fólleme Tim! (1978). Como no había pasta, pues nada. Luego yo me dediqué a lo mío, él termino por rodar la película y volvimos a coincidir años después en Matador. Creo que él ya no se acordaba de mí. Pero el día que le conocí por primera vez fue algo arrebatador y luego, cuando le volví a ver, era aún más torbellino, más creativo, más fascinante.
- El Deseo, creado para producir La ley del deseo precisamente, es una historia de éxito, no solo por la obra de Almodóvar, sino por lo producido a otros directores como Isabel Coixet, Álex de la Iglesia o Lucrecia Martel. Pero seguro que tiene su cara B, sus momentos complicados…
- Sin duda. Conseguir el dinero para las primeras películas fue muy, muy complicado, pero también es cierto que Pedro desarrolló una creatividad para enfrentarse a las dificultades que me atrevo a calificar de mágica. Él sabía que nosotros estábamos intentándolo todo para conseguir lo que él necesitaba y que si no lo conseguíamos era porque era imposible.
- Pero también ha debido haber, imagino, momentos oscuros. Pienso en Kika, de la que Almodóvar llegó a decir que es el momento que más cerca ha estado del fracaso…
- Desde el punto de producción, jamás hemos vivido como un fracaso ninguna de las obras de Pedro. Cuando alguna película no lograba la taquilla esperada, teníamos claro que la siguiente resolvería el problema. Y así ha sido. Otra cosa es como lo vive él. Eso…
- ¿Perdón?
- La tarea del productor cuando nota que el director siente una sensación de frustración es convencerle para seguir adelante.
- Hablamos del Deseo, pero ha trabajado en todos los niveles, digámoslo así, del cine español. ¿Qué siente cuando oye esas críticas, tan agrias muchas veces, al cine español en su conjunto desde, precisamente, España?
- Si piensas que directores como Saura o Berlanga han sido denostados por una u otra razón… Yo he hecho cine con Mariano Ozores, Paco Lara Palop o con quien sea. He hecho mucho de ese cine siempre despreciado y señalado y que, es cierto, daba una imagen de la sociedad española muy casposa. También es cierto que era un cine muy rentable. Muchas veces me preguntaba si valía la pena asumir esa carga. Pero luego lo piensas y son etapas, momentos. Siempre he confiado en el poder del cine en particular y de la cultura en general para transformar las cosas para bien. Y pese a todo, siempre hay una película que lo salva todo.
- ¿De qué película se siente más orgullosa?
- La más difícil que he hecho nunca, Acción mutante. La más conmovedora, Mi vida sin mí. Y la más necesaria, La habitación de al lado.
- ¿Puede el cine cambiar el mundo? Pienso en la presión de muchos cineastas para frenar el genocidio en Gaza.
- El cine puede mover y conmover. El proceso es lento, pero necesario.
- El Deseo en general y Pedro Almodóvar en particular, ¿no os habéis arrepentido de ciertas declaraciones o del compromiso demostrado con determinadas causas?
- No, Pedro no solo no se arrepiente, sino que lo siente como un deber y una obligación.
