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Fina Miralles, referente del arte conceptual, Premio Nacional de Artes Plásticas 2025

El arte conceptual en España acumulaba una larga tradición de catacumbas. Eran los años 70. Empezaban a asomar un puñado de creadores: Esther Ferrer, Elena Asisn, Valcárcel Medina, Antoni Miralda, Jaume Xifra, Eugenia Balcells, Carles Santos, las gentes del grupo Zaj. Se organizaban fuera del zoco de las galerías y dispersados en algunas revistas como Trama y de otra manera aparecían también en Ajoblanco. Algo se movía, pero despacio. Alguna luz les llegaba, pero aún de guarida. Y en esa sopa fría del arte conceptual en los últimos años de la dictadura también se hizo sitio Fina Miralles (Sabadell, 1950) investigando en la relación del arte con la naturaleza, buscando en la estela del land art y más cercana de las tradiciones populares catalanas y la dicotomía entre lo natural y lo artificial. Durante algunas décadas desapareció del mapa del arte, pero con la llegada del nuevo milenio regresó a la acción. Desde ahora es Premio Nacional de Artes Plásticas 2025, convocado por el Ministerio de Cultura y dotado con 30.000 euros.

Fue una de las primeras artistas conceptuales catalanas que, pocos tiempo antes de que la democracia comenzase a desplegarse, realizó acciones en la naturaleza, donde implicaba en sus piezas elementos como los árboles, la tierra, el agua y su propio cuerpo. Con gran simplicidad y contundencia, estas acciones ponen énfasis en distintos intereses u obsesiones más allá de la relación entre la naturaleza y el artificio, también desarrollan un discurso afianzado en la crítica social y la política en un contexto de finales del franquismo donde la artista pone en jaque el totalitarismo, el patriarcado y la violencia como parte de su análisis.

El jurado de esta convocatoria le ha otorgado el premio «por su rol pionero en el marco del feminismo y posturas ecologistas tempranas» y destaca «la iconicidad poderosa de su obra, que prolonga su vigencia hasta el presente. Lleva cabo a cabo una aguda reflexión crítica del poder en todos sus aspectos. En los últimos años ha realizado una profunda reflexión textual en que aborda la experiencia humana adoptando una perspectiva holística». En febrero de 2021, el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona salió al rescate del trabajo de Miralles. La apuesta coincidía con la segunda parte de su vida y de su legado, aquel con el que retornó al mundo del arte después de algunas intervenciones desacralizadoras a finales del siglo XX. Entre otras decisiones, generaba obra pero no la vendía. De ahí la iniciativa de donar todo su trabajo al Museo de Sabadell. Saber jugar a la contra ha sido una buena credencial. Muy probablemente no esperaba premios ni reconocimientos. Los méritos suyos tienen más que ver con la penumbra, la renuncia a la mecánica procelosa del tinglado del arte y la resistencia.

Entre las muchas acciones y performances destacan algunas de singular desafío. Por ejemplo, aquella que presentó en 1974 en la sala Vinçon de Barcelona, titulada Imágenes del zoo, donde instaló cuatro jaulas para exhibir encerrados un cabrito, un gato, un perro y la propia artista. En la revista Pikara Magazine reivindicó estas viejas acciones como parte de su espíritu creativo innegociable: «El performance no representa nada ni hace nada. Se vive. El performance lo tienes que vivir. En este siglo XXI tenemos que enviar la teoría del arte a la mierda y hacer una cosa viva«.

En los años 80 trasladó su aventura a Latinoamérica, a Francia y a Italia. Estos viajes hicieron efecto y su obra pictórica y gráfica dio un giro hacia la búsqueda de la espiritualidad, con inscripciones gestuales y sígnicas de gran lirismo y sencillez. Era 1999 cuando se instaló definitivamente en Cadaqués. Entonces no sólo restituyó algunos de sus trabajos, sino que fue abriendo sendas de exploración nuevas de su obra y también acudió a la poesía, a la palabra, para abracar más ideas, más silencios. El Premio Nacional de Artes Plásticas no sólo recobra una de las señas de identidad del legado conceptual, sino que vuelve a llevar el foco a quien había decidido ir por su propia senda después de aquellos años 70 (cuando intervino también en la Sala Tres de Sabadell y el Espai 13 de la Fundación Joan Miró de Barcelona) en que todo era posible. También la renuncia y el extravío.