James Cameron (Ontario, 1954) habla como un visionario, da la mano como un visionario, sonríe como un visionario y hace películas como, en efecto, un visionario. Puede incluso que lo sea. De momento, su nueva gran visión llega a los cines el próximo 19 de diciembre bajo el título Avatar: Fuego y ceniza.
Se trata de la tercera entrega de la saga sita en el lejano planeta de Pandora habitado por los espigados y muy azules Na’vi. Todo en ella es más. Más cara (se calcula un presupuesto de 400 millones), más larga (tres hora y 15 minutos de vellón) y más Cameron. Aunque nadie lo menciona y el propio director tuerce el gesto si se saca a colación («Hablemos del presente, por favor»), la idea es llegar a las cifras astronómicas de las dos primeras entregas.
Del rendimiento en taquilla dependen los estrenos de dos secuelas más. Serían cinco en total. La primera de 2009 es aún la película que más ha recaudado de la historia con 2.900 millones de dólares y la segunda, del año 2022, se quedó en el bronce, con 2.300.
París es el lugar elegido para la presentación mundial de una película que insiste en sus visiones. Si la historia de la representación (sea en pintura o en imágenes grabadas) se podría describir como una apropiación cada vez más precisa de la conciencia humana (la perspectiva, el movimiento, el sonido, el color…), lo que logró el visionario Cameron fue ir más allá hasta construir la propia realidad desde dentro, desde su condición de posibilidad vital: la hiperrealidad más allá de la realidad y, apurando, de la conciencia misma. Tal cual.
- ¿Cree que Pandora es aún una metáfora funcional para explicar nuestro mundo? O, de otro modo, ¿Avatar se podría considerar la última gran mitología que nos ha dado al cine? O, de otro modo, ¿El mundo actual necesita mitos para aclararse?
- Vivimos en el mismo mundo que nos dejó la Grecia clásica. Desde entonces hemos recurrido al mito para entender el mundo que vivimos. Siempre hemos necesitado una narrativa desplazada en la que viajamos a una tierra lejana para explicarnos mejor a nosotros mismos. Lo irónico es que ese ansia por comprender siempre viene unida a la necesidad de entretenimiento. La imaginación nos permite abordar los problemas del mundo real y de nuestra vida a través de las vidas de otros personajes idénticos a nosotros, pero completamente distintos. Y otra cuestión bastante irónica es que, pese a que los guiones se escribieron hace 10 o 12 años, todavía tienen eco. Sí, sigue siendo una metáfora válida.
- ¿A qué cree que se debe esa actualidad pese al paso del tiempo?
- Probablemente a que el odio y la intolerancia contra gente como los inmigrantes y los refugiados no ha hecho más que crecer de manera global. Basta mirar el horror de las deportaciones en Estados Unidos. Ahora vivimos una brutal reducción de los parámetros mínimos de empatía a nivel mundial. Y el mensaje, por así decirlo, de Avatar, que en cierto sentido era bastante ingenuo y evidente al reclamar cosas como la compresión, se ha convertido de repente en casi revolucionario. Y eso vale también por el sistemático ataque al medio ambiente que sufre el planeta, pese a las evidencias del desastre.
- ¿Lo dice porque nos empeñamos en votar a líderes que no creen ni en la ciencia ni en el calentamiento global?
- Sin duda. Vamos en la dirección equivocada. Crecí en los años 60 y hago películas que, aunque traten temas tan oscuros como Terminator (1984), siempre buscan el progreso social. Y en los últimos años ese consenso sobre lo que es avanzar para una sociedad se ha quebrado completamente. El mundo ha abandonado la empatía y todo por lo que se luchó en los 60 parece venirse abajo. Como decía, crecí en una época en la que el consenso mínimo era la ciencia. Por mi parte, sigo ahí. Soy empirista y la única forma de encontrar la verdad en el mundo es a través de la observación y el análisis. Dar la espalda a esto con teorías absurdas de la conspiración o renunciar a la espiritualidad más elemental por culpa de la dispersión del día a día es lo que nos ha llevado a donde estamos ahora mismo. ¿Qué es eso de estar todo el día pendiente de mil pantallas?
- ¿Y cómo aconseja recobrarse de todo esto?
- El cine es una buena opción. Es el único lugar que el hombre moderno se concede hoy para estar concentrado durante dos o tres horas sin interferencias.
«Crecí en los años 60 y hago películas que siempre buscan el progreso social. En los últimos años ese consenso sobre lo que es avanzar para una sociedad se ha quebrado completamente»
- El primer Avatar se estrenó cuando Donald Trump era presentador de un programa de televisión, la tercera entrega llega con él de presidente. ¿Qué reflexión le provoca este dato?
- Creo que podemos estar de acuerdo en que las cosas están empeorando. Desde el primer Avatar a ahora, el mundo solo ha ido a peor. Pero eso no quiere decir que tengamos que renunciar a la esperanza. Al contrario. Aunque no quisiera hacer un discurso político. Prefiero ir un poco más allá. Pienso en el marco emocional y psicológico que lo fundamenta todo; pienso, como decía antes, en la empatía; pienso en algo tan universal como la familia… Creo que es preciso repensar los básicos, reivindicarlos. Pero que quede claro que mi opinión es la de un padre de cinco hijos que ya son adultos; un padre que era hijo de una familia de cinco hermanos. Esa es mi autoridad.
- La saga Avatar parece haber sobrevivido a las plataformas, a los superhéroes y a la propia pandemia. Cada uno de estos asuntos por separado parecía una plaga dispuesta a acabar con el cine. Ahora llega la Inteligencia Artificial…
- En realidad, la IA no se parece en nada de lo que ha sucedido antes. Se pueden establecer paralelismos, pero es distinta y la amenaza es mucho más peligrosa. Viví muy de cerca la nueva ola de gráficos por ordenador a finales de los años 80 y principios de los 90. Esa tecnología tenía un potencial increíble y se diría que ilimitado. Invertí todo en mi propia empresa y puedo presumir de haber fundado la primera empresa de efectos visuales totalmente digitales. Incluso escribí Avatar como director ejecutivo de esa empresa para impulsar todas esas novedades aún más y con mayor rapidez. Cierto. Pero la IA es otra cosa.
- ¿Por qué? También es una nueva herramienta llena de posibilidades y que avanza a una velocidad de vértigo.
- Tengo cierta ambivalencia. Y no me refiero a la IA a gran escala como superinteligencia, me limito a opinar sobre el gran desafío al que se enfrenta ahora mismo el audiovisual. ¿Queremos realmente reemplazar el acto creativo que, en el fondo, es lo que nos define? La pregunta que hay que hacerse es quiénes somos: ¿somos cineastas o simplemente queremos experimentar con imágenes? Si es lo segundo, genial. Que te vaya muy bien haciendo vídeos divertidos para compartir con tus amigos. La Inteligencia Artificial generativa sirve para eso, para hacer bromas, nada más. Pero como cineasta eso no me interesa. Hay quien habla de usar las previsualizaciones para facilitar el trabajo. Yo todavía no lo hecho. Y que quede claro que nunca he usado la IA generativa en Avatar. Desde mi punto de vista de creador, la IA jamás podrá sustituir el trabajo de un guionista ni de un actor.
- ¿Avatar podría haber sido diferente si la IA se hubiera desarrollado antes?
- Es una pregunta bastante hipotética. Nada se parecía a Avatar antes de Avatar. Así que ahora puedes crear un mensaje de texto que diga «Haz que se parezca a Avatar». Pero, ¿cómo puedes pedirle a un modelo de IA que haga algo que nunca se ha hecho? No se puede porque no hay datos de entrenamiento que respalden esa idea. ¿Qué le vas a decir que haga a la máquina? La IA generativa solo funciona con lo que hay, no crea nada. Y en el arte buscamos nuevas visiones, nuevas ideas, nuevas personas, perspectivas únicas. Pese a todo, no quiero ser negativo o demasiado pesimista. Creo que la IA se puede aprovechar para hacer el bien. Pero creo que necesitamos directrices éticas muy específicas al respecto y ahora mismo estamos en el Salvaje Oeste.
- ¿Habrá una cuarta y una quinta parte de Avatar?
- No sé. Prefiero hablar del presente. Llevo muchos años con Avatar y ahora mismo estoy desarrollando otros proyectos. Avatar ha consumido 20 años de mi vida y quizá es el momento de cambiar. Por otro lado, Pandora no es un mal sitio donde pasar una vida entera. No tengo derecho a quejarme.
