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Katy Perry y su concierto de videojuego: acrobacias, láseres y diversión posadolescente

Voló sobre una mariposa futurista, hizo acrobacias en el aire, se subió a una esfera colgante, cantó boca abajo, saltó y corrió por todo un escenario lleno de láseres y hologramas… Con Katy Perry siempre hay algo seguro: la diversión. Su concierto en el Palau Sant Jordi -con las 18.000 entradas agotadas- fue como un videojuego de ciencia ficción: Katy cual heroína-ciborg con armadura digna de Wonder Woman iba superando niveles mientras rescataba sus hits del pasado, los que la convirtieron en una de las estrellas del pop comercial de la década del 2010. Y los que todos los fans querían oír: I kissed a Girl, Teenage Dream, California Gurls

Porque a eso iba el público de la generación millennial: a jugar, a reencontrarse con la banda sonora de sus 20 años, marcada por las canciones lúdicas, hedonistas y sin pretensiones de la californiana, que acaba de cumplir 41 años («I’m a scorpio!», reivindicó en medio de Dark Horse). Katy es como esa amiga divertida del instituto, la que la lía en las fiestas aunque al día siguiente no recuerde nada (Last Friday Night (T.G.I.F.)), la que se besa por primera vez con otra chica y, oh, sorpresa, le gusta; la del roadtrip con colegas por la Costa Oeste (California Gurls); la que te consuela cuando el novio te deja (Part of Me); la que siempre está para animarte y sacarte una sonrisa (Firework); la reina de los saraos mamarrachos (Ur so gay); la que aterriza de madrugada en el aeropuerto con gafas de sol, albornoz blanco y chanclas (así apareció en El Prat)…

Y qué bien te lo pasas cuando te reencuentras con esa amiga. Aunque como ocurre con las amigas del cole la madurez no siempre trae profundidad y esas canciones pretendidamente serias y comprometidas, como el manifiesto feminista Woman’s World (chicos, dad gracias por vivir en un mundo de mujeres, nos viene a decir) suenan descafeinadas. Lo que esperamos de Katy Perry es exactamente lo que hizo el verano de 2024 en La Terrrazza: apareció por sorpresa en la fiesta gay Churros con chocolate, en pleno Orgullo, para repartir chupitos, bailar la Macarena y disparar pistolas de agua. Olé, Katy. Y así lo recordó: «La última vez que vine a Barcelonaaa grabé un videoclip y fui a un club gay». Se refiere al clip de I’m his, he’s mine, uno de los temas de su último disco ‘143’ en el que samplea el hit noventero de Crystal Waters Gypsy Woman (She’s homeless), ese mítico tarareo de «la da dee la da da». En directo gana en intensidad aunque, admitámoslo, suena flojo a pesar de la reminiscencia de los 90.

A medio concierto Katy se marcó un interludio casi de stand up comedy. E hizo subir a varios fans, como el pequeño Pol de 12 años o un tiburón azul (debajo estaba Diana de Bolivia). Y les pidió que le enseñaran algunas palabras en catalán, levantando el aplauso más estruendoso de la noche. Acabó canturreando ‘Testimo, t’estimo, t’estimo‘.

Dejó casi para el final su nuevísimo tema Bandaids, que lanzó el 6 de noviembre, una balada de dolor por un amor acabado («Éramos perfectos hasta que dejamos de serlo») y que suena al réquiem de su relación con Orlando Bloom.

Después de siete años alejada de los macrotours de estadios (en los que se casó con Bloom, tuvieron una hija y se separaron), Katy Perry se da un baño de masas en cada parada de su gira más ambiciosa, con soldouts masivos y más de 80 conciertos por todo el mundo. El martes continúa la fiesta en Madrid, con otro remember posadolescente. ¿Quién no quiere reencontrarse con la amiga guay del insti?