Primero fueron las universidades: Harvard, Princeton, Brown, Cornell, Columbia. Ahora son los museos. Son demasiado woke, a ojos del presidente Donald Trump, el hombre de los mil frentes abiertos. Por eso ha iniciado una campaña para acabar con el último vestigio del izquierdismo rabioso que entiende que se refugia en instituciones como el Smithsonian de Washington. El martes, el mandatario ultraconservador señaló que ha dado la orden a sus abogados de comenzar un proceso similar al que ha usado en las universidades para evitar que se salgan de sus parámetros.
«El Smithsonian está FUERA DE CONTROL, donde todo lo que se discute es lo horrible que es nuestro país, lo terrible que fue la esclavitud y lo insatisfechos que han quedado los oprimidos. Nada sobre el éxito, nada sobre la brillantez, nada sobre el futuro«, escribió Trump en su red social, Truth Social, sobre el prestigioso museo y complejo educativo y de investigación sobre la historia y la cultura de Estados Unidos.
«No vamos a permitir que esto suceda. He dado instrucciones a mis abogados para que revisen los museos y comiencen exactamente el mismo proceso que se ha seguido con las universidades, donde se han logrado enormes avances», continuó.
Con su habitual retórica hiperbólica, Trump insiste en que lo woke —referido a una aplicación rígida de ideologías progresistas, en su interpretación más despectiva— está fuera de lugar en Estados Unidos, un país que está de moda, bajo su particular prisma, y ese movimiento debe morir, empezando por los museos.
Es una cruzada que comenzó hace meses con las universidades más prestigiosas del país, a las que no solo les ha congelado millones de dólares en fondos federales sino que ha puesto trabas a la llegada de nuevos estudiantes extranjeros, bloqueando la concesión de miles de visados. Al ser cuestionado sobre la posibilidad de hacer lo mismo con el Smithsonian, fuentes de la Casa Blanca indicaron que el mandatario explorará «todas las opciones y avenidas para expulsar lo woke del Smithsonian y hacerles responsables».
Las exigencias también son similares a las que le plantearon a los dirigentes de Harvard en su momento. Quieren tener un mayor control sobre la institución, incluyendo entrevistas con los curadores de las exposiciones «para entender mejor el proceso de selección», evaluar cómo se usan las colecciones permanentes y desarrollar «directrices curatoriales consistentes que reflejen la misión original del Smithsonian».
Además, pretenden realizar «una revisión del texto de las exposiciones, los sitios web, los materiales educativos y el contenido de las redes sociales y digitales para evaluar el tono, el encuadre histórico y la alineación con los ideales estadounidenses».
De momento, los responsables del museo, fundado en 1846, no han querido comentar al respecto. Es cuestión de tiempo, sin embargo. La mayoría de su presupuesto proviene del gobierno federal. Mantiene, eso sí, total independencia a la hora de tomar decisiones, algo que ahora puede cambiar con Trump en la Casa Blanca. El Smithsonian cuenta con 21 museos y galerías, la mayoría de ellas ubicadas en Washington.
Los que sí han condenado la decisión son grupos de defensa de los derechos civiles como Black Lives Matter, que consideran la retórica del presidente un ataque directo a su cultura y el sufrimiento de sus antepasados durante los años de la esclavitud en EEUU. Insisten en que no se puede enterrar una de las etapas más oscuras de la historia del país.