Hace ahora 30 años que, en una sala de los cines Renoir Princesa de Madrid, un imberbe Juan Diego Botto (Buenos Aires,1975) y su abuela se enfrentaron por primera vez a Historias del Kronen, el gran relato al que se abrazó una generación de chavalesque encontraron en el nihilismo de otro grupo de chavales una explicación a su vida. En el centro de todo, omnipresente, estaba él. Juan Diego Botto se convertía ese día en una referencia generacional sin haber llegado casi a la mayoría de edad. Hoy, al borde de los 50 años, está consolidado como uno de los actores más relevantes de España.
«Aquel día yo no paraba de pensar cómo me había traído a mi abuela a ver esa película», recuerda, antes de posar en la misma sala que acogió aquel pase. Aquel desasosiego familiar se disparó cuando, en la pantalla, llegó la escena en la que una travesti les hacía una felación a Botto y Jordi Mollà en el asiento trasero de un coche. Antes, su abuela ya lo había visto tener relaciones sexuales sobre el altavoz de un estudio de música, esnifar cocaína hasta sangrar por su cara de querubín, azuzar a dos amigos a colgarse sobre un puente de la M-30… «Fue divina mi abuela. Me notó tan nervioso que me dijo: ‘Juancito, me está gustando mucho’».
Aquel fue su primer gran papel protagonista, el lanzamiento de una carrera que tres años después apuntaló Martín Hache. Fue la constatación un futuro ligado a la interpretación. Pero, en ese momento, en su currículum adolescente ya había una decena apariciones en el cine desde 1985, 10 años antes del Kronen y hace hoy 40 años. Paco Lucio lo eligió para Teo el pelirrojo cuando tenía nueve años y lo llevó al Festival de Berlín. Desde entonces, aquel niño ha levantado una carrera sobre los cimientos de un compromiso interpretativo y político. Su último capítulo es Tras el verano, la primera película de Yolanda Centeno (ya en los cines), que aborda la custodia de los menores en matrimonios divorciados.
«No es fácil hacer balance de prácticamente una vida. Tengo 49 años y llevo 40 haciendo películas, pero mi valoración es muy positiva». Para y sigue: «Siempre hay trabajos en los que miras atrás y piensas que ojalá volvieras a hacer ese personaje de otra manera. A veces eso te pasa 10 años después, pero he tenido la suerte de ir transitando por distintas cosas. El teatro me ha dado mucho, he podido escribir cine, he dirigido… Creo que estos 40 años son interesantes».
- ¿Eso quiere decir que le gusta mira hacia atrás?
- Yo no suelo mirar mucho atrás, pero hay veces que el pasado te asalta. Vas caminando por la calle y te acuerdas de frases, entiendes algo de un personaje que no entendiste en su momento, te cruzas en la tele con una película tuya… Pero a mí ni me gusta mirar atrás ni ver mis trabajos. No me resulta interesante ver lo que me salió bien. Creo que no tiene ningún interés revivir éxitos, pero sí lo que no hiciste bien.
- ¿Cuándo brota el Juan Diego Botto actor? Porque, creciendo con su madre [Cristina Rota], que es una institución en la formación de actores entiendo que sería una constante en su casa el tema de la interpretación.
- Yo no recuerdo haber querido ser otra cosa que actor desde que tengo uso de razón, pero supongo que hay fases. Cuando hacía películas de niño siempre era una excusa para faltar al colegio, pero al ver Ovejas negras ya era adolescente y descubrí que este oficio se podía hacer mal. Y yo no quería eso. Fue la primera vez que tuve conciencia de que podía dominar este arte o intentarlo y pensé que era lo que quería hacer toda mi vida.
- Si hablamos de su madre, hay que hacerlo también de su padre [Diego Botto], que era un actor y desapareció en la dictadura de Videla en Argentina. Buena parte de su filmografía está atravesada por el exilio. ¿Qué importancia tiene en esta carrera?
- Mi vida, como la de todos, está determinada por una biografía. Mi vida y la de mi familia están totalmente marcadas por la desaparición de mi padre, por la dictadura argentina y por el exilio. Si no tuviera esas vivencias, sería otro ser humano. Si no hubiera habido un golpe de Estado en Argentina, seguramente viviría en Buenos Aires y quizás no hubiera sido actor. Desde luego sería un porteño más. Este es un hecho determinante en mi vida, en mi forma de entender el mundo y, por tanto, también en ser actor. El peso que tiene la memoria y la rabia contra la impunidad son hechos que me definen como persona y que me han hecho mirar el mundo de una determinada manera.
- El Gobierno argentino niega ahora ese relato sobre la dictadura de Videla y los desaparecidos.
- Argentina llegó a un lugar de vanguardia, juzgando a genocidas en juicios ordinarios, sin tribunales ad hoc. En España muchos años después del final de nuestra dictadura, todos los que fueron gerifaltes y responsables nunca han pasado por un proceso judicial y el exhumar los cuerpos que fueron fusilados plantea un debate innombrable para algunos. Pero los extremismos cuando se alzan al poder necesitan modificar la memoria y reescribir la historia. Milei no es una excepción con su voluntad de negar la dictadura, las torturas y los desaparecidos. Es un Gobierno tan represivo que necesita glorificar la represión. Y también lo hace porque sus recetas económicas son las de Videla, que ya llevaron al país al desastre, que es lo que va a pasar ahora.
- Su carrera en el cine ha ido en paralelo a su posicionamiento político, ¿cuándo se le despertó esa conciencia política?
- Yo como director he hecho solamente un largo [En los márgenes; 2022], todo lo demás ha sido trabajo como actor que va en función de las historias que cuentan otros. Es verdad que cuando he podido escoger historias que reflexionen, que nos permitan ver cosas que no vemos de la vida cotidiana, lo he hecho.
«Sé que voy a perder trabajos por posicionarme sobre el genocidio en Gaza, pero es mezquino no defender vidas humanas por temor a que no me contraten»
- ¿Qué peso ha tenido esa mirada suya del mundo a la hora de elegir?
- Evidentemente tiene un peso, pero todos, seamos conscientes o no de la mirada que tenemos del mundo, tomamos decisiones que nos llevan a un lado u otro.
- El día que presentó Una noche sin luna me quedé con una frase que dijo, que una parte de España odiaba a Lorca por su compromiso ético e ideológico. Y me pareció que le definía bien también.
- Agradezco la comparación, pero está muy lejos de ser justa. Federico García Lorca es el mejor dramaturgo del siglo XX, el mejor poeta de este país y el más célebre. Cuando tomas un compromiso político sabes que va a haber gente que va a pensar que eres un idiota, pero yo no voy a dejar de tener ese compromiso. Para mí lo bonito es generar un debate público en el que las ideas se expresen libremente y confrontar con pasión, con vehemencia, con ideas.
- ¿Se ha planteado si el activismo político ha afectado a su carrera?
- Es una reflexión que hago a menudo, pero prefiero vivir feliz y poder mirarme al espejo y decir que tengo una integridad. El arte es muy importante en mi vida, mucho, porque es mi forma de comunicarme y es lo único que sé hacer. Pero no por eso pienso que el arte sea lo más importante que hay en la vida ni que esté por delante de la defensa de las causas por las que merece levantar la voz. Estamos asistiendo a un genocidio en vivo y en directo en Gaza, sé que por posicionarme en esto voy a perder trabajos, pero me parece mezquino no defender la vida de unos seres humanos por temor a que no me vayan a contratar en algún proyecto.
- Usted ya participó en el ‘No a la guerra’ de 2004 y ahora, con Carolina Yuste, vuelve a ser la cara contra el aumento del gasto en defensa del Gobierno.
- Eso demuestra que hay una constancia en mis pensamientos. Yo conozco a gente que está en este Gobierno, pero eso nunca ha primado a la hora de posicionarme en lo que hacen bien o mal. No tengo ningún pudor en decir que esto es un error, igual que tampoco lo tengo en decir que la política de Vivienda de este Gobierno y de las autonomías es un desastre. No se está legislando a favor de la gente para que pueda tener una vida digna con un alquiler decente.
- En aquel momento había un Gobierno del PP, ahora es un Gobierno de PSOE y Sumarcon el que usted tiene una mayor afinidad ideológica. ¿Eso le cambia la visión?
- Para mí es indiferente quien esté en el Gobierno, la cercanía del arte con el poder tiene que ser siempre relativa. Yo puedo conocer a gente que está en este Gobierno, pero soy un ciudadano que expreso lo que siento. Y el rearme no está bien. Con los problemas que tenemos en España, en Madrid o en Europa, dedicar tremenda cantidad de dinero todos los años a una cosa que no es urgente no lo veo mientras estamos negando dinero a otras cosas que sí son prioritarias. Yo no voy a dejar de dar mi opinión, ni de contar historias porque afecten a los que se presupone que son los míos. Los míos son la gente que está viviendo un desahucio, los amigos que no pueden pagarse un alquiler, los hijos de mis amigos que no pueden independizarse. Esa es mi gente y es la única a la que le debo fidelidad, no a políticos con mi misma ideología.
- ¿Cómo llevó aquello de convertirse en un actor generacional con Historias del Kronen?
- De ninguna manera pensé que sería una cosa generacional. Ni siquiera pensaba que iba a ser actor porque era mi primer protagonista relevante. Tenía 18 años y lo pasamos tan bien rodando que cuando se estrenó y fue un éxito comercial ni lo creíamos.
- ¿Aquel nihilismo que derrochaba su personaje era suyo también? ¿Y lo ves hoy reflejado en la generación de jóvenes actual?
- Nunca he sido un nihilista, siempre he tenido una fe sorprendente en el ser humano y en su capacidad para hacer el bien. Y me pierdo hablando de la generación que ahora tiene 18 o 19 años porque tengo casi 50, pero tengo una hija de 16 y veo algunas similitudes. Aunque creo que su conciencia es más nítida que la nuestra a su edad, saben la dificultad del mundo que se van a encontrar. Hace poco le pregunté a mi hija cómo se veía con 25. Y me dijo que seguramente no trabajaría de lo que estudia, ni podría pagar un alquiler, que tendrá que compartir piso. Me pintó un panorama muy realista, pero muy descorazonador. Si me hubieran preguntado a mí con 16 años hubiera dicho que tendría un loft de puta madre y que iba a ganar un montón de pasta. Los jóvenes de ahora se cargan mucho con el peso de una realidad poco esperanzadora.
- En sus últimos proyectos, como en Tras el verano, ha ido pasando de ser el protagonista a ser el padre. ¿Cómo ha ido llevando ese cambio en sus papeles?
- Y si todo va bien algún día haré de abuelo. Me llevo bastante bien con el envejecer porque es inevitable. Si no envejeces es que te has muerto pronto. No está en tu elección, lo único que se puede hacer es tratar de querer tus arrugas, el paso del tiempo y llevarte bien con eso.
- En estos últimos 30 años, suma siete nominaciones a los Goya, pero nunca ha ganado ninguno.
- No conozco otra cosa así que mi relación con los Goya es ambivalente. Tengo la enorme fortuna de que me hayan nominado tantas veces entre los cinco mejores del año y eso habla de una consistencia, de un gusto por mi trabajo. Y también que ninguna de las veces han considerado que era el mejor. Los premios siempre son muy gratos, pero hay que ser consciente de la enorme subjetividad que tienen cuando ganas y cuando no, es igual que con las críticas. Yo he ganado premios como actor donde consideraba que no era el mejor. El último Feroz que gané, yo no era el mejor, pero tampoco lo pienso devolver. Se compensa con otras veces que piensas que tu trabajo es el mejor y no te lo llevas.