Los mercados emergentes atraviesan una época de pujanza poco habitual en estas latitudes, acostumbradas a adaptarse a las vicisitudes de los ciclos de negocios dominados por lo que dictan las potencias industrializadas. Una situación que recuerda a los años en torno al colapso crediticio de 2008, cuando la doctrina económica otorgó validez al primer gran desacoplamiento entre las dinámicas de las naciones de rentas altas y medias.
Entonces, los emergentes, espoleados por el vigor de los cinco BRICS de entonces (los cuatro fundadores, Brasil, Rusia, India y China, además de Sudáfrica), mostraron al planeta su capacidad estratégica en el preludio del aterrizaje brusco del G-7, que vivió su primera recesión sincronizada.
Quince años después, y sin poder proclamar aún que estemos en una etapa similar, el bloque emergente ha sido uno de los sorprendentes protagonistas de la primera mitad de 2025, mientras la acumulación de deuda compromete las finanzas del G-7 y agita los pilares del capitalismo.
Los emergentes exhiben una hoja de servicios más que positiva en medio de los cambios de mayor trascendencia global desde el final de la Guerra Fría, con la globalización patas arriba y en riesgo de fragmentación en dos espacios comerciales: uno liderado por EEUU y otro, por su rival geoestratégico, China.
A ello se suman un escenario de alto voltaje geopolítico y alta volatilidad en los mercados, con la manifiesta debilidad del dólar como colofón.
Meena Santhosh, gestora de Robeco, resume este fenómeno convincentemente: los emergentes “han cobrado interés inversor a medida que han ido aumentando las tensiones arancelarias y geopolíticas y, de una forma específica, por el paulatino deterioro coyuntural de las naciones industrializadas”, generadoras de la volatilidad que ha reinado en el primer semestre.
Bajo este panorama, se han hecho con flujos de capital que, en otro contexto, no hubieran salido tan fugazmente de Wall Street o se hubieran dirigido más intensamente hacia otras latitudes: Europa, Reino Unido, Japón, Canadá o áreas anglosajonas con estatus de economías de mercado como Nueva Zelanda o Australia. O incluso valores como el oro o los criptoactivos.
Las naciones de rentas medias, añade Santhosh, se han adaptado a un orden mundial cambiante, con “dosis inhabituales de resiliencia activa” en un marco de crecimiento más conservador, rehén de las peripecias geopolíticas y de las embestidas arancelarias de la versión Trump 2.0.
Todo, mientras el dinamismo del mundo industrializado “va en receso” por la incertidumbre comercial y los riesgos de estanflación. En Robeco conceden al espectro emergente un repunte de su PIB del 3,7% en 2025, por debajo del ritmo promedio del último decenio (4%), pero más del doble en comparación con los países de rentas altas.
A este conjunto de países los define Eddie Milev, analista de Invesco, como “ni demasiado ricos ni demasiado pobres, pero abiertos al comercio y la inversión”. Este experto considera que han aprovechado la globalización y su libertad de tránsito de mercancías con bajos aranceles para lograr un crecimiento de actividad notable.
Así lo evidencian datos como su PIB real, cuyo valor se ha disparado desde los 7,41 billones de dólares de 1980 hasta 47,95 billones en 2023, tanto como la suma de las dos superpotencias -EEUU y China- emblemas de ambos bloques. Pero, además, explica Milev, lo que más ha evolucionado en ellos ha sido su comercio, que representa el 45% del total frente al 25% con el que comenzaron la década de los noventa.
El analista de Invesco apunta a uno de los salvavidas utilizados por los emergentes desde el segundo desembarco de Donald Trump en el Despacho Oval: su intenso intercambio mutuo de bienes y servicios. “Frente al proteccionismo y el rechazo a las políticas climáticas de la Casa Blanca, los emergentes han apostado por fortalecer los vínculos comerciales entre ellos y, en el ecuador de 2025, han capitalizado sus esfuerzos integradores; sobre todo regional, en sus respectivas zonas de influencia”.
Todo ello les ha generado capacidad de resiliencia. En Triodos respaldan esta tesis, aunque apuntan a otros factores: la resistencia de su demanda interna y la credibilidad de los bancos centrales “están mitigando en parte la incertidumbre que EEUU ha generado en el terreno comercial”.
Objetivo: debilitar a los BRICS clásicos
En el pasado reciente las exhibiciones de fuerza de los emergentes han tenido fecha de caducidad. Y es pronto todavía para calibrar la duración de esta ola, en la que es novedosa la atención preferente del presidente estadounidense. No parece casual que Washington haya situado en el 50%, su tope en el entramado de aranceles recíprocos que ha instalado para demoler el sistema global de comercio global, los gravámenes aplicados a Brasil e India, bajo amenazas que no esconden componentes ideológicos y geopolíticos.
Una amenaza que en el caso de India se ha materializado esta misma semana, con la entrada en vigor, el pasado miércoles, de los aranceles del 50% (el doble de lo fijado inicialmente) a algunos productos exportados por este país a EEUU. India vende sobre todo productos farmacéuticos, joyas y textiles al país norteamericano.
La excusa esgrimida por Trump para esos aranceles a India, de los más elevados aplicados por Trump en ese continente, está en sus compras masivas de crudo ruso durante el veto sancionador del G-7. Aunque también está detrás el viraje estratégico de EEUU hacia Pakistán, enemigo irreconciliable de Delhi, por el apoyo del primer ministro indio, Narendra Modi, a la Alianza Indo-Pacífico que forjó Joe Biden para contrarrestar el peso chino en Asia.
También están en el 50% los aranceles a otro miembro del grupo de los BRIC, Brasil, por el rechazo del dogma MAGA al arresto domiciliario decretado por la Justicia brasileña a Jair Bolsonaro como consecuencia del intento de golpe de Estado tras la victoria de Lula da Silva.
Al quinto beatle del club emergente, Sudáfrica, Trump le ha asignado un 30% de peaje aduanero, por encima del promedio global, y le ha acusado directamente de ejercer un genocidio sobre la comunidad blanca, en una especie de versión diametralmente opuesta al verdadero apartheid.
Mientras con la Rusia de Vladimir Putin EEUU ha entablado un diálogo directo para poner fin a la Guerra en Ucrania, con la China de Xi Jinping la Casa Blanca negocia un acuerdo arancelario con múltiples aristas sobre sectores neurálgicos como el tecnológico, manufacturas, chips y negocios como el tráfico naval o el logístico.
Los estadounidenses han empezado a considerar al gigante asiático demasiado grande para intimidarlo, pese a haber sido desde la invasión de Ucrania el mayor soporte financiero, energético y comercial del Kremlin.
Rafael Ch, de Signum Global Advisors, es de los que observan que la maniobra trumpista contra Brasil e India puede erosionar la confianza hacia los emergentes, pero también “podría acentuar la narrativa que pone en duda la excepcionalidad americana”.
Este doble riesgo ha dejado traslucir las primeras sombras de sospecha. El dólar sigue de capa caída, pese a cobrar aliento en julio, con una caída respecto al euro superior al 11%. Y aunque Wall Street ha batido en agosto nuevos máximos históricos, su principal índice se ha revalorizado en el último año la mitad que el índice MSCI de Mercados Emergentes, que ha subido en torno a un 20% en los últimos doce meses.
Calma en las primas de riesgo
Pese al incremento de la desconfianza inversora entre la Casa Blanca y las economías de rentas medias, tampoco las primas de riesgo de los emergentes, calculadas a partir del rendimiento de los bonos del Tesoro de EEUU, auguran ningún salto. Al menos, durante el verano.
En Oxford Economics, de hecho, su modelo BEER, que calibra los vínculos cambiarios con el dólar de las monedas emergentes, sigue sugiriendo fortaleza en esas divisas, que tienen un extenso historial de caídas de cotización y devaluación en las últimas décadas.
11 de las 20 que evalúa, las de los mercados de mayor dimensión, continúan sobrevaloradas; en especial, las de los socios emergentes europeos. Las de Turquía, Malasia y China son las más débiles en su pulso con el billete verde americano, en el termómetro que suele anticipar riesgos de default en esos países.
En la primera década del milenio, la del desacoplamiento con las potencias industrializadas, el ritmo de crecimiento emergente se elevó al 5,3% anual, en comparación con el escaso 1,8% del bloque industrializado. Sin embargo, en la actual, se ha producido una marcada desaceleración (hasta el 2,3%).
JP Morgan subraya que estos mercados se siguen impulsando desde sus sectores exteriores e incluso podrían acelerar sus exportaciones “si la política americana prosigue con su proteccionismo comercial”, aunque sus ingresos podría verse mermados por la fragilidad del dólar, la divisa hegemónica en las transacciones internacionales.
En Franklin Templeton, en cambio, inciden en que la rotación de activos estadounidenses hacia parqués bursátiles emergentes es una opción más que factible en el segundo semestre de este año, dado que las acciones de estas latitudes “aún están infravaloradas”.
Un dólar débil, que no derrape frente a las divisas más poderosas, especialmente el euro y el yen, “beneficia naturalmente a los mercados emergentes, como lo demuestra la fuerte tracción inversa que, históricamente, ha registrado la fortaleza del dólar frente a los rendimientos de capital de las plazas emergentes”.
Las perspectivas anticipan que la creciente crispación política en EEUU, las amenazas de Trump contra la independencia de la Fed para que baje los tipos de interés y la contracción de las entradas de capital “dejarán al dólar fuera de su órbita de influencia máxima durante algún tiempo”.
Eso, sin contar con que surja “la madre de todas las batallas monetarias” que, según el influyente economista Daniel Altman, “está en el horizonte”. En un análisis en Foreign Policy, Altman avisa de que el mundo “ha entrado en un territorio desconocido” por la agobiante y desmesurada deuda del G-7. Altman pronostica “una sucesión de correcciones competitivas” de las divisas de sus países miembros, similar a la que aconteció desde 1997 en el espacio emergente, con las devaluaciones masivas de los tigres asiáticos que empezó con el bath tailandés. El Fondo Monetario Internacional (FMI) recuerda que el nivel de endeudamiento de seis de los siete socios del G-7 supera el 100% de su PIB, con la única excepción de Alemania.