Calvo y con tendencia al cortijismo, Luis Rubiales (Las Palmas de Gran Canaria, 1977) aporta a esta serie de los peores jefes una apoteosis de españolidad. En primer lugar, porque el nuestro es el país más alopécico del mundo, con cerca de un 45% de calvos, tal y como recoge un informe reciente de Medihair, empresa británica de tratamientos contra la pérdida de cabello. Y además, hay que sumar las prácticas de Rubiales en los cinco años que estuvo al frente de la Real Federación Española de Fútbol (RFEF), que su propio tío (y ex jefe de Gabinete durante dos años), Juan Rubiales denunció: pago de orgías, desvío de fondos, espionaje a periodistas y transformación de la institución en un instrumento de poder personal. Su beso a la futbolista Jenni Hermoso tras la victoria de la Selección Española en el Mundial de fútbol femenino de Australia y Nueva Zelanda, en agosto de 2023, provocó un revuelo mediático que terminó en su suspensión y en una grotesca salida de la máxima entidad balompédica de la piel de toro.
Rubiales es hijo de Luis Manuel Rubiales López, histórico líder del PSOE granadino, alcalde de Motril entre 1995 y 2003, y delegado provincial de la Consejería de Empleo de la Junta en Granada desde 2004. En este último cargo favoreció supuestamente a dos empresas vinculadas al sector de la limpieza entre los años 2006 y 2007 según el auto de imputación del juez José Ignacio Vilaplana en la pieza separada de la causa de los ERE de Andalucía. La Fiscalía solicitó para Rubiales padre una condena de tres años de cárcel, y ocho años y tres meses de inhabilitación.
Rubiales hijo, por su parte, optó por el fútbol y se desempeñó como defensa en equipos como el Lleida, el Levante y el Alicante. En 2010, al poco de retirarse, se presentó a la presidencia del sindicato Asociación de Futbolistas Españoles y terminó siendo elegido. Desde ese puesto impulsó una huelga de jugadores y acciones para reclamar el pago de derechos audiovisuales. En 2018 se convirtió en presidente de la Federación sucediendo a Pedro Rocha, quien ocupó el cargo de manera cautelar tras la imputación por delitos de corrupción e ingreso en prisión de Ángel María Villar, al frente de la RFEF durante casi 30 años.
Desde su llegada al despacho de la Ciudad del Fútbol en Las Rozas empezaron a aflorar las sospechas de gestión irregular en torno a Rubiales. En 2022 se filtraron unos audios en los que el ex futbolista del F. C. Barcelona Gerard Piqué decía a Rubiales sobre el traslado del torneo la Supercopa española a Arabia Saudí: «Os quedáis seis kilos». El presidente defendió el contrato como una «gestión ejemplar», pese a que suponía 240 millones en seis años y 24 millones para la empresa de Piqué. Poco después, la Audiencia Nacional abrió la Operación Brody, por la cual la UCO investiga una presunta trama corrupta de adjudicaciones a la constructora Gruconsa por 3,8 millones y pagos a sociedades vinculadas a su amigo su amigo y socio Javier Martín Alcaide Nene. Además, en julio de 2022 se supo que Rubiales había contratado a una empresa de detectives para espiar al subdirector y jefe de Investigación de EL MUNDO Esteban Urreiztieta cuando trabajaba en el caso de la Supercopa.
Sin embargo, fue el beso a Jenni Hermoso en la final del Mundial -acompañado de un gesto obsceno al agarrarse los genitales ante la reina Letizia y su hija, la princesa Sofía- lo que puso fin a la situación de impunidad. «Sabía que me estaba besando mi jefe y esto no debe ocurrir en ningún contexto laboral», aseguró la entonces jugadora del Pachuca mexicano. Después denunció que se sintió presionada, que la Federación ocultó el protocolo contra la violencia sexual y que hubo intentos de manipular testimonios para favorecer al presidente.
Ante el revuelo, y al modo de Leonardo DiCaprio en El lobo de Wall Street, Rubiales se presentó ante la Asamblea de la RFEF repitiendo hasta cinco veces: «No voy a dimitir». Allí aseguró que el beso había sido consentido y que era víctima de un linchamiento. Hermoso respondió con un comunicado: «No tolero que se ponga en duda mi palabra y menos, que se inventen palabras que no he dicho». En febrero de 2025 la Audiencia Nacional lo condenó a 18 meses de multa y una indemnización de 3.000 euros, además de un año de alejamiento. En junio, la sentencia quedó confirmada en apelación.
El beso fue el punto más visible, pero no el único. Ya en su etapa al frente de la AFE, la ex directora de Marketing Tamara Ramos relató públicamente: «Sufrí humillaciones. Me preguntaba de qué color llevaba la ropa interior». Las denuncias de mobbing llegaron incluso a su propio tío. En 2022, éste presentó una demanda por acoso psicológico en la que señalaba haber recibido «correos electrónicos intimidatorios», y relató ante Anticorrupción «eventos privados financiados con fondos de la institución» en los que «invitó a un grupo de ocho o diez chicas jóvenes» con gastos cargados a tarjetas de empresa de la Federación. Aunque su demanda laboral fue desestimada y su despido declarado procedente, sus declaraciones dibujaron un clima de hostilidad interna en el que disentir del presidente equivalía a ser defenestrado.
El descrédito llegó también desde dentro. El ex vicepresidente Rafael del Amo declaró ante el juez que le propuso a Rubiales pedir perdón tras el beso a Hermoso y que este se negó: «Decía que había sido de mutuo acuerdo». Ese clima de negación y atrincheramiento agravó la crisis institucional, que se saldó con dimisiones en cadena y con FIFA suspendiéndole 90 días y luego inhabilitándole por tres años.
Hoy la calva de Luis Rubiales ya no refulge de poder como antaño. En lugar de eso, se ha convertido en un símbolo de la invulnerabilidad jerárquica transmutada en descrédito y desprecio público.