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Madrid, una ciudad que se resiste (o no) a perder sus últimas señas de identidad: «Cada vez cuesta más encontrar la singularidad, pero la hay y hay que celebrarla»

El debate social de hacia dónde van las ciudades, de por qué sus vecinos se ven empujados cada hacia el extrarradio o de cómo se organizará la vida en ellas a futuro está más que manoseado y abordado. Y, ahora, hagamos las preguntas al revés: ¿de dónde vienen esas ciudades, quiénes las habitaban y cómo se organizaban? Porque esa inversión del relato es la que, con Madrid como protagonista, Juan Cavestany (Madrid, 1967) y Guille Galván (Madrid, 1980) ponen sobre la mesa en Madrid, Ext. Un documental, una superposición de imágenes y sonidos y hasta un ensayo de lo que es -y puede o debe ser- una ciudad.

Ante la cámara de Cavestany desfilan algunos rincones ocultos de la capital, las aglomeraciones y el silencio de sus parques, los últimos resquicios de un Madrid demodé que lucha por resistir, los negocios que aún confían en tener una vida. La ciudad, en definitiva. Y Guille Galván, guitarrista de Vetusta Morla, complementa esas imágenes con sus melodías, pero también con sonidos intrínsecos -o que algún día lo fueron- al día a día: el soniquete del afilador, el ruido del Metro, el tañido de las campanas de La Almudena, el repiqueteo de las cucharillas contra los vasos que se cuelan por las puertas de las tabernas.

«Soy un paseador, observador y curioso profesional, me gusta y me inquieta mi ciudad y me provoca muchas contradiciones. Mi idea es retratarla, escucharla y, sobre todo, reconciliarme con ella después de la pandemia. Con su alegría y con su caos. Me pongo a rodar letreros, localizaciones decadentes y acogedoras», afirma Cavestany, que durante más de tres años fue construyendo un archivo que sirviera de contrapunto a Madrid, interior, aquella superposición que el madrileño montó en pleno confinamiento para mostrar el estado de ánimo de una ciudad que en aquel momento estaba clausurada. Y hace también tres años que decidió que Guille Galván sería quien le pusiera sonido a ese archivo visual. «El reto era mezclar los sonidos de la ciudad con el arte mayor que solemos tener asociado a los estudios de grabación y a las orquestas. Que igual que sucede en una ciudad lo grande pueda convivir con lo pequeño, lo cutre con lo elegante. Y a partir de ahí fui diseñando una paleta de sonidos», aporta el músico.

Así se forjó la unión entre dos madrileños que se han desarrollado en paralelo a su ciudad, que desde cerca -y también desde lejos por sus trabajos- han visto como esta se transformaba por momentos y aún sigue en ese proceso. «Yo siempre he sido muy quejica de mi ciudad, siempre me ha provocado más desencuentros e incomodidades que afectos. Pero en cuanto miras más la ciudad, y lo haces en el contexto de una misión constructiva, te relajas y te acaba gustando más poco a poco. Para mí descubrir que cuanto más se civiliza el centro, los barrios lejanos van adquiriendo más textura me fascina», apunta Cavestany. Y le complementa Galván, haciendo suya una reflexión de la arquitecta Amparo Bolinches que expone en la película que Madrid, como tantas otras grandes urbes, se está convirtiendo en una ciudad para otros, sin rasgos identificativos. «Me interesa esa reflexión y ese otros no tiene nada que ver con gente que sea de otro país. Tiene que ver en muchos casos con la clase social y con a quién nos queremos quitar de en medio. Pienso en Madrid, pero esa es la realidad de toda gran urbe. Todas han ido echando a sus vecinos de los centros y repartiéndolos como piezas de dominó hacia las periferias. Debemos reflexionar sobre eso porque así se genera una expulsión sistemática».

Indefectiblemente, Madrid, Ext. cae en la nostalgia, de una ciudad que se va apagando para dejar paso a otra, pero no lo hace con un discurso marcadamente político. Aunque la visión política no se puede desligar del proyecto. «Los cambios que nos provocaban mucha fascinación hace 30 años en Barcelona, en Nueva York o Madrid, ahora de repente nos ha llevado a cosmopolitismo sin nombre que despreciamos. Las tensiones que atraviesan Madrid son económicas, culturales y globales a muchísimos niveles», arranca Cavestany. Y sigue: «La singularidad de cada ciudad va a quedar en la manera en que cada ciudad se resista a esas pulsiones de homogeneización. En Madrid cuesta encontrarla, pero aún la hay y hay que celebrarla, resaltarla y no lamentarse. Este es un homenaje a la gente que sobrevive y sigue mirándote a la cara cuando entras a un sitio. Y ese también es un mensaje político para quien lo quiera oír.».

Porque, aunque cada vez son menores, esos destellos de singularidad se reflejan en sus comercios. Por el documental pasan el mítico Bar Muñiz de La Latina, la tienda de fajas Ruiz del barrio de Salamanca o el comercio de Muelles Ros en la Ronda de Atocha. Y la gran duda que se cierne sobre ellos es si podrán resistir o acabarán convertidos en un local de alguna cadena. «Las ciudades siempre han sido caóticas y por oleadas hostiles a sus habitantes a lo largo de la historia. Me da la sensación de que Madrid tiene ahora que decidir lo que quiere ser. Estamos en un momento clave para pensar en las ciudades que están por venir y si no ponemos al ser humano en el centro lo vamos a pasar mal», concluye Galván.