¿Qué mejor lugar para un encuentro con Margaret Atwood, la escritora canadiense, feminista, autora del best sellerEl cuento de la criada y ganadora del Premio Príncipe de Asturias de 2008, que la sede de la editorial Random House en la calle londinense de Embassy Gardens?
Embassy Gardens está junto a Random House en una zona antes semiabandonada de la orilla sur del Támesis y convertida ahora en una joya de la gentrificación. El nombre —Jardines de la Embajada— alude al edificio de al lado, la embajada de Estados Unidos. Gran Bretaña es la cuarta mayor representación diplomática de ese país en el mundo y representa al Gobierno que epitomiza todo lo que rechazan la vida y la obra de Atwood: Donald Trump.
«Estamos retrocediendo en los avances que habíamos conseguido«, declara Atwood, aquí en la adaptación realizada por Netflix de su best sellerEl cuento de la criada que la convirtió en un icono cultural mundial. La ganadora del premio, Príncipe de Asturias de 2008 está en Londres, presentando a sus 85 años su autobiografía Libro de mis vidas (Salamandra) en el que reflexiona sobre su vida y obra, combinando memorias, ensayos y reflexiones personales. Todo ello con algunas notas de venganza hacia las tres niñas que le hicieron bullying y, también, hacia sus colegas escritores canadienses.
«No es algo que admire de mí misma», explica Atwood. Bueno, tal vez no esté orgullosa de ello. Pero el arte de saldar viejas cuentas es, sin duda, un placer al que no se niega, porque enseguida se explaya en el relato de «un periódico» al que denunció por difamación por acusarla de haber participado en una manifestación violenta contra la invasión de Irak.
La novelista, ensayista y poeta, piadosamente, no dice el nombre del medio, pero se refiere al diario conservador británico Daily Telegraph. Tampoco dice el resultado de la demanda, a pesar de que ella ganó, y el periódico tuvo que indemnizarla y publicar una rectificación.
Pero el emplazamiento de la conversación con Atwood no es irónico sólo por la proximidad de la Embajada de Estados Unidos. También está al lado del cuartel general del MI6, el servicio de espionaje en el exterior del Reino Unido, un mamotreto de cemento que ha dado al mundo espías de ficción de la talla de James Bond y George Smiley, y mujeres estúpidas como Miss Moneypenny, la patética secretaria de 007, o vampiresas.
No encaja en ninguna de esas categorías. Ella siempre ha sido feminista. Y, a día de hoy, sigue defendiendo el carácter «confrontacional» de ese movimiento, cuyo origen ella sitúa en la Revolución Francesa. Feminista e independiente. En Londres, Atwood vuelve a defender su actuación en el caso del profesor Steven Galloway, que fue ‘linchado’ en un auto de fe online en 2016 tras haber sido acusado de tener relaciones sexuales con una alumna.
«Sigo creyendo que todo el mundo tiene derecho a la presunción de inocencia», explica. A fin de cuentas, eso fue todo lo que reclamó Atwood para Galloway, que finalmente fue expulsado de la Universidad de Columbia Británica cuando se demostró que las acusaciones eran ciertas. Su posición fue fulminada en algunos sectores del feminismo, hasta el punto de que Atwood perfiló, con ironía, un ensayo titulado Am I a bad feminist? (¿Soy una mala feminista?). Es la misma ironía con la que se encara con EL MINDO y dice, con la voz frágil de sus 85 años y la mente lúcida de toda su vida: «Por sorprendente que parezca, los derechos de la mujer son solo una parte de los Derechos Humanos«.
