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Martín Caparrós: «Escribo de mi ciudad para recodar al que fui»

Examinado a ojo, Martín Caparrós habría podido pasar por un húsar de la caballería ligera de los que acumulaban cicatrices y noticias de alguna expedición. A bordo de la silla de ruedas eléctrica trastea en la pantalla amplia del ordenador de mesa de cara al jardín, que oculta detrás el Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama, territorio propicio para el acebo, el abedul, el tejo o el pino albar. En este espacio flúor, donde no es posible un claxon y al que la gata Tita, tan jaguar, concede un aire de jungla, Caparrós ha dado voz a Buenos Aires en una novela de muchas voces juntas, Bue -publicada por Random House en el proyecto Biblioteca Martín Caparrós- una novela vivida intensamente por quien no vive ya la ciudad, una novela donde coloca aquel territorio bajo el flexo, coge unas pinzas y un cuchillo y divide en testimonios, calles, manzanas, barrios, bares, departamentos y personajes ese bulbo amoroso de la metrópoli donde nació, que extraña y descubre según la escribe.

El asunto es el siguiente: Martín Caparrós es un escritor y un cronista que tiene el músculo cardiaco acondicionado a la imperfecta estructura de Buenos Aires. Se ha untado de cientos de viajes por dentro y por fuera de Argentina. Ha vivido aquí, ha vivido allá, ha vivido en París. Ha observado como nadie. Ha contando intensamente lo visto y lo oído. Le ha puesto al periodismo crestas rebeldes. Ha hecho de su manera de narrar un asombro. Bue es la expresión algo altanera con que un porteño acepta un imprevisto fastidioso (por ejemplo: «Se acabó el mate», dice alguien. Y el damnificado responde: «Bue…») y también el código aéreo del aeropuerto de Buenos Aires. Bue es el precio razonable de ser argentino para Martín Caparrós. Allá donde estaban los padres, los maestros, los amigos, la mujeres, el hijo, su memoria de quien fue. Pero Bue también puede ser una patria anómala. «Y es anómala», dice Caparrós, «porque es el país al que nunca llegaste por primera vez. Uno recuerda cuándo llegó por primera vez a París o a Madrid. Sin embargo, de Buenos Aires no hay primer encuentro porque allí estaba cuando empezaba a encontrarme. Por eso digo que a Buenos Aires nunca llegué… Y sigue siendo eso, aunque ahora lo tengo un poco confundido. Qué se yo».

Hace unos meses la Universidad de Buenos Aires nombró a Martín Caparrós doctor Honoris Causa. En 2017 le concedieron el título de Ciudadano Ilustre de la ciudad. Conoce Buenos Aires y sabe de su manera de ser, pero ya no es lo mismo: «Cuando regreso tengo la sensación de que estoy haciendo turismo por mi pasado. Y esa no es una actividad a la que quiera dedicar el resto de mis días. Me alcanza con ir de vez en cuando. Y como el presente no es exactamente alentador me permite no mantener con Buenos Aires una relación masoquista. Pero escribir de ella me permite, a la vez, recordar al que fui».

¿Y Bue, de qué va? Bue es una novela vibrante, escrita con osadía, buscando que las palabras choquen y sean verdad y en su colisión se cuente algo. Un grupo de tres amigos normales, vulgares incluso, con existencias traslúcidas o sin demasiado fondo, deciden dar un golpe de mano (y de billetera) secuestrando a alguien. Lo que sucede entre la idea y el posible hecho es Bue. Porque Bue es una manera de contar la ciudad de Caparrós sin casticismo lunfardo, sin sentimentalidad fueraborda, sin más excusas que querer y saber exponer una ciudad desde el pespunte ligero al martillazo fuerte. Una novela bastarda, mestiza, cruzada de poemas y gritos, de tardes tontas y de planes grandes. «Quería que fuese una sinfonía afónica», bromea. Una novela que conmuta las penas de sus protagonistas a cambio de un viaje por la ciudad y todas las cosas rotas que la habitan. «Escribo atravesado por la cultura de Buenos Aires», dice. «Por la idiosincrasia de Buenos Aires. Una ciudad radicalmente inmigrante, hecha de todo tipo de retazos, mezclas y confusiones… Borges decía que somos de todas partes y de ninguna. Nos apropiamos casi de cualquier tradición y la hacemos propia. Buenos Aires exagera lo que no es». Y es el patrón oro de la apropiación cultural.

-¿Confía en Buenos Aires?

-No lo había pensado antes en términos de confianza… Sí, creo que sí. Confío en su voluntad y en su capacidad de resistir. Hay momentos en que parece decir ‘hasta aquí llegamos’, pero cuando importa vuelve a estar ahí.

-¿Y ahora?

-Podría decir que confío en Buenos Aires más allá del monstruo de Milei y los suyos. Esa intención de hacer de la ciudad un producto atractivo para los muchachos de Wall Street estallará. Si salimos del corralito, saldremos de esta. La ciudad sabe poner límites a aquellos que quieren hundirla.

-¿Cuál es su miseria y su maravilla?

-Es una ciudad tan pagada y tan perdida de sí misma… Malraux dijo que es la capital de un imperio que nunca existió. Pues eso.

A lo largo de Bue un mantra recorre la novela: «Azar acecha». A punto estuvo de llevar este sintagma por título. El azar es motor en tantas cosas en las que cree Martín Caparrós. «En él está contenido nuestra vida y nuestra muerte. El azar está en lo que importa, acechando. Y el azar también hace que un lugar sea el que es y no sea otro», ataja.

En el libro anterior, Antes que nada (memorias), daba cuenta de un acecho y de un revés del azar: la ELA, enfermedad que lo llevó a la silla de ruedas. Caparrós escribe hoy para reunirse con el que fue. No puede ya viajar, pero recuerda bien lo viajado. Y puede escribir. Y la inteligencia artificial le permite ensanchar la escritura, ronear por otros barrios. «No entiendo, frente a otras disciplinas del arte, cómo seguimos escribiendo igual desde hace dos siglos. Igual o peor, pero sin movernos. Por eso me apetece buscar, tantear, salir de lo previsto». Bue es, más que un mapa, un pulso literario. Un pulso de escritura y de gentes y de ciudad. Una novela que participa del don de hacer crónicas vivas. El don de saber jugar hasta la punta del alero sin perder la inteligencia para no dejarse arrojar.

Martín Caparrós quiso ser poeta y ese empeño se nota.