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Mercè Rodoreda, la autora más radical del exilio: «Se han creado dos escritoras, la del eterno jardín de la infancia contra la inventora ‘gore’ de bosques de terror»

Mercè Rodoreda (1908-1983) debería tener siete u ocho años cuando dibujó a boli la casa familiar de Sant Gervasi, con su jardín, dos flores y una rosa en primer plano. Después añadió a lápiz el sol, las estrellas, una luna con cara, flechas, una mariposa… Ese dibujo infantil resulta tan inocente como inquietante, un poco como la obra de la escritora: bajo la apariencia de calma y simplicidad, entre fragantes hortensias y camelias, subyacen los matices más perturbadores.

¿Qué hay tras ese dibujo que abre la exposición Rodoreda. Un bosque en el CCCB? La pequeña Mercè plasmó su mundo idílico, su infancia dorada, en el dorso de una de las cartas que su familia enviaba regularmente al «tío de América», Joan Gurguí, que se fue de casa siendo un adolescente para hacer fortuna en Argentina. El 10 de octubre de 1928, el día que Mercè cumplía 20 años, se casaría con su tío Joan, 14 años mayor que ella. Tuvieron que pedir una dispensa papal por el grado de consanguineidad (era el hermano de su madre) y el 23 de julio de 1929 nacería Jordi, su único hijo. En plena Guerra Civil se separarían. Fue en 1937, cuando el líder trostskista del POUM, Andreu Nin, fue asesinado por los servicios secretos rusos. ¿Y?¿Qué tiene que ver con Rodoreda? Se supone que fueron amantes…

En 1939, Rodoreda emprendió el camino al exilio en una caravana de intelectuales republicanos, dejando al niño con su madre. Pensaba que volvería en unos meses, como mucho un par de años… Pero no lo hizo hasta la década de los 70, a pesar de algunas visitas puntuales para ver a su madre y a su hijo.

La biografía de Rodoreda es tan apasionante (aún hay más…) como sus novelas pero la exposición del CCCB se centra deliberadamente en su obra, obviando estos episodios significativos. «La muestra profundiza en el imaginario y la radicalidad literaria de Rodoreda, reivindicando la contemporaneidad formal y temática de su obra para revelar cómo su escritura es a la vez inocente y cruel, infantil y macabra, realista y fantástica», explica la comisaria Neus Penalba, especialista en la obra de la escritora.

La propia Rodoreda, discretísima con su vida privada («para mí me la quedo, sino escribiría unas memorias», solía responder en las entrevistas) reivindicaba que a los escritores había que juzgarlos por su obra, no por su biografía. Pero ella misma había vividos los matices, los silencios, las contradicciones, esos gestos sutiles que esconden tantos secretos y que impregnan novelas como Mirall trencat (Espejo roto, con flamante traducción de Seix Barral), La plaça del diamant o Aloma.

Siguiendo la metáfora del bosque, con hojas y troncos diseminados por las salas del CCCB, la exposición despliega 400 obras que dialogan con el universo de la escritora, con lienzos de Remedios Varo, Picasso, Giorgio de Chirico, Leonora Carrington, Ramon Casas o Suzanne Valadon, además de nuevas instalaciones a cargo de Cabosanroque, Mar Arza o Carlota Subirós. La muestra se recorre como una novela a fragmentos: las palabras de la autora están grabadas en casi cada pared. «En los últimos años, se ha tendido a crear dos Rodoredas diferentes: la instalada en el eterno jardín de la infancia contra la inventora gore de bosques de terror», señala Penalba. A pesar de la belleza de su lenguaje, Rodoreda es capaz de crear perturbadoras escenas de muerte y suicidio. Ella misma lo sintetizó en Cuanta, cuanta guerra…: «Tú, ¿qué tienes dentro? ¿Jardín o infierno? Un poco de todo».